21 sept 2012

Mi Camino de Santiago. Etapa 5. Avilés - Luarca.


MI CAMINO DE SANTIAGO EN BICICLETA: LA RUTA NORTE (Bilbao-Santiago de Compostela)
1 al 8 de septiembre de 2012


DÍA 5.  Avilés – Luarca


Soto de Luiña. He decidido parar a comer. Voy cuadrado, no ando nada y parece que varias enormes agujas se clavaran en mis muslos a cada pedalada. Son las horas centrales del día, y paso calor. Tengo también los pies recalentados, no se acaban de hacer a las zapatillas nuevas.

Vamos a verlo por el lado positivo: la etapa estaba anunciada como la más dura junto con el tramo inmediatamente anterior a Llanes, que efectivamente coincidió con mi peor día hasta ahora.

Vamos a ver si se suavizan el perfil, la temperatura y el viento hace lo que todas las tardes, empezar a soplar hacia el Oeste.

Tengo el culo hecho fosfatina.



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Me había despertado a las 4 de la mañana, y no me volví a dormir. Por emplear en algo productivo el tiempo, y tras constatar que no servía de nada quedarme en el infumable catre-litera-piso superior que ocupaba salvo para incordiar a mis compañeros de albergue.

El albergue de Avilés es el más grande de los que había visitado. Su capacidad es de 100 plazas, de las cuales debía haber ocupadas unas 75. En cuanto llegué, me di cuenta de que iba a ser difícil poder organizar nada que tuviera que ver con el lavado y secado de mi ropa de andar en bici (sobre todo porque llegué tarde la víspera después de mi rodeo de 20 kilómetros), así que decidí meterla en una bolsa y utilizar otro juego de los que disponía.

Avilés tiene un casco histórico bastante potable, con zona monumental y peatonal. Tiene una calle principal y varias perpendiculares con zonas de regocijo y algún parque.

Se dio la circunstancia de que advertí una hermosa brecha entre la suela de una de mis zapatillas y la zapatilla misma, que auguraban un negro futuro si me empecinaba en continuar con ese pertrecho. Así que me vi obligado a esperar a la apertura del principal negocio de bicicletas de la plaza, “Ciclos Roxín”. Eso me hizo perder dos preciosas horas, las primeras de la mañana, y a pesar de querer relativizar el contratiempo, lo cierto es que ya anduve todo el día a remolque.

A eso se añadió que la orografía era asaz complicada, con numerosos vaivenes cuesta arriba y cuesta abajo, el calor que se iba notando, el cansancio acumulado… yo creo que todo ese cúmulo de factores hizo que me empezara a encontrar mal, hasta el punto de que me costaba incluso ingerir alimentos, lo cual me empezó a preocupar. ¿Sería una reacción de mi organismo ante el esfuerzo al que le estaba sometiendo?

Como interesante episodio que alivió un poco mi pesar, la visita a Cudillero, precioso pueblito con un bello puerto y típicos establecimientos donde reponer fuerzas, cosa que hice tomándome un bocadillito en uno de ellos. También pasé por la sucursal del Banco Herrero de la localidad,  donde pude departir amigablemente un rato con mis compañeros a la vez que sacaba algo de dinero.

La entrada en Cudillero, obligatoria, también te obliga a tener que remontar subiendo penosamente duras cuestas que transcurren por diversas callejuelas, siguiendo siempre las indicaciones del Camino. Alguna lugareña de bastante edad me dio ánimos mientras me indicaba la ruta a seguir.

Una vez retornado a la carretera general, decidí no salir más de ella. Pero también hubo lugar para una confusión. En lo que seguramente es una errata en la guía que llevé, por otra parte error mío ya que se advierte que puede haber actualizaciones y se recomienda su comprobación en una página web, yo, esperando la N634a, me salté la salida correcta (N632) y ello me hizo discurrir por un viaducto vertiginoso que tenía una altura considerable y que imponía una barbaridad. Cosa seria. Resultó que tal elección hizo que desembocara en la entrada de un tramo de autovía, obviamente prohibido para bicicletas, por lo que tuve que desandar lo andado desde mi equivocación. Total, entre este error y la entrada en Cudillero, invertí sobre unos 8 / 9 kilómetros más de lo previsible. Tampoco era nada definitivo.

A la hora de comer, como he dicho al comienzo del relato de la etapa de hoy, en Soto de Luiña, paré en un bar atraído por el consabido reclamo del “menú del peregrino”, reclamo en algunos casos un tanto fraudulento ya que el dichoso menú consiste en un plato con algo de chacina y poca sustancia de verdadero provecho para un cuerpo que está en constante ejercicio. La cosa es que hay que irse a algo a la carta más razonable, y dentro de las escasas opciones que había pedí una ensalada bastante nutrida y una carne guisada con patatas. Pues bien: la primera entró, pero de la carne apenas pude ingerir un par de pequeños trozos.

Continué mal que bien, y entre que eran las horas peores para pedalear y que no veía avance alguno en aquel pedaleo decidí descansar. Traté de buscar un lugar adecuado en algún sombrajo, que malamente encontré en un prado con cuesta. Allí desenrollé el saco de dormir de mala manera y me eché un rato esperando que el reposo me recuperara. No creo que sirviera de mucho, pero tras un rato allí tumbado volví a “la faena”. Había que seguir.

Poco más que contar. Más carretera y más sufrimiento en mi peor día. Primero el destino era Cadavedo, donde estuve cerca de quedarme a pasar noche, pero no podía permitírmelo si no quería perder la media necesaria para poder cumplir el objetivo de llegar a Santiago en 8 días. Había que llegar hasta Luarca. La carretera, ideal para trayectos en moto, era un calco de sí misma, con curvas enlazadas a derecha e izquierda, zonas arboladas y donde se sucedían las subidas y las bajadas.

Y Luarca llegó. Busqué en cuanto pude un hotel medianamente decente y lo encontré, muy céntrico y con buen precio -30 euros la noche por ser peregrino, dos estrellas-; lo que no pude conseguir a esas horas, cerca de las 8 de la tarde, es a nadie que me lavara la ropa y me la tuviera seca para la mañana siguiente. De hecho, me la tuve que lavar en el lavabo de la habitación, tanto la del día como la del día anterior que llevaba guardada sucia, y tenderlas utilizando ganchos elásticos a modo de tendedero improvisado en la propia habitación.

Cuando hube acabado la tarea, salí a dar un paseo y a buscar un lugar donde cenar; me llamó la atención que no hubiera demasiada vida en los restaurantes. Luarca es una localidad de primer nivel turístico que, imaginaba, tendría mayor bullicio. Por lo que se ve, eso era antes. No por el bello pueblo, sino por la dura crisis, seguramente.

En fin, lo bueno es que encontré acomodo enseguida y, dentro de mis dudas gástricas, me pedí un sándwich vegetal a la plancha –que me encanta- con una caña y… sólo pude comerme medio.

Me fui al hotel y conseguí conciliar el sueño sin mayor dificultad. Pero no estaba para escribir. De hecho, esta crónica la estoy escribiendo pasadas dos semanas de ese mi peor día en el Camino; entonces no tenía ni el tiempo ni la fuerza mental para hacerlo entonces.

Una curiosidad: me tropecé en el hotel con un “peregrino” con el que había coincidido en Comillas. Él hacía el Camino andando. Nos quedamos mirándonos… yo empecé a balbucear… a él le salió una risita nerviosa… hay tramposos en el Camino.


EL DÍA EN CIFRAS:

TOTAL KILÓMETROS DÍA: 85,48

TIEMPO INVERTIDO (Sin contar paradas): 6 h.13’25”

VEL. MEDIA: 13,73 km/h

TIEMPO TOTAL INCLUYENDO PARADAS: + 9 h.

KILÓMETROS TOTALES: 453





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