18 dic 2008

Entrenamiento

18 de diciembre. Por quincuagésimo segundo día consecutivo, llueve. Y lo hace a mares, con saña diría yo. En estas circunstancias, me hallo en la grada del campo de fútbol de El Fango. Apenas hay un espectador más, quince metros a mi izquierda, comiendo pipas. No sé qué es lo que le habrá traído a él por aquí; lo que a mí me trae es ver a Alvaro, sentirme cerca de él mientras observo sus evoluciones junto con las de sus compañeros de club. Nada importante, nada trascendente. Sólo una hora de evasión aquí arriba, apartado de todo lo demás, viviendo un paréntesis especial repetido cada martes y cada jueves. Me gusta venir y verles, me gusta sentirme partícipe en cierto modo de este pequeño submundo dentro de esta vida loca, cruel, trepidante.

12 oct 2008

San Asensio 2008

SAN ASENSIO 2008


Crónica de la Bilbao-San Asensio del 21-09-2008


Iniciamos la jornada a eso de las ocho menos cinco, bastante puntuales. El más perezoso fue Mikel Zuazo, que al parecer había tenido una experiencia con la noche que le había confundido un tanto, asunto que le hizo dormir menos horas de las necesarias y que mermó el necesario rendimiento sobre la bicicleta. Con buen humor como siempre, iniciamos la bajada de Bolueta; yo al final, ya que al principio fui con un chaleco reflectante puesto haciendo de capitán de cola ya que el día apenas despuntaba y los coches aún iban con los faros encendidos. Un oficio resignado pero necesario hasta que abriese el día.

Pasé frío al principio, por el fresco y porque al pasar por el valle de Ayala –Orozko- había niebla y rocío, lo que me afectó los pies. Luego, en Baranbio –pie del puerto de Altube- me quité el chaleco y ya pude ir a mi ritmo normal. Estaba de los últimos, con Javi, y pronto se presentó uno de los nuevos este año, Iñaki, conocido de Joseba, el presi. Iñaki ya anticipó buenas maneras, y lo corroboró en la subida, donde no se escondió, y quien a partir del puente sobre la autopista se puso en bailón y, a su tran-tran, se me fue para arriba. Yo ya andaba por 170 pulsaciones, así que lo di por perdido. Me puse un ritmo y llegué arriba calculo que a unos 15 ó 20 segundos de él.

Tras descansar, bajé a por el último, que resultó ser un grupo de unos cinco con Juanma, Mikel, Padilla, Iñaki Barrenechea y no sé si algún otro.

Desde el alto iniciaron la marcha los dos hijos de Joseba e Iñaki Ibeas, que la víspera había estado de boda, habiéndose acostado a las cinco y pico de la madrugada.

El llano hasta Izarra genial, ya veíamos sol y parecía que nos iba desentumeciendo un poco y alegrando la jornada. Posteriormente, tras Izarra y los pueblos de la zona –cuyo nombre no recuerdo- fuimos rodando muy tranquilos, tratando de hacer grupo y disfrutando de carreteras estrechas pero tranquilas y en buen estado.

Llegamos a la parada. Pastelillos de hojaldre, de arroz, plátanos y Coca-Colas. Fenomenal la logística.

Tras unos veinte minutos largos, reemprendemos la marcha por una variante sobre el recorrido de los últimos años. Sigue siendo una carretera estrecha pero también bien asfaltada. De repente, en la parte de atrás del grupo se oye un ruido muy feo y de inmediato un fuerte rasponazo de algo metálico contra el suelo; es Javi, el hijo mayor de Joseba, a quien al ponerse de pie sobre la bici se le ha roto el eje del pedal derecho, perdiendo el equilibrio y yendo a parar a la cuneta derecha. Por suerte, el percance no pasó de un buen susto y un arañazo en la pierna.

Lo malo es que esa bici ya estaba inutilizada –o casi- para el resto del trayecto, ya que como digo tenía el eje de un pedal partido, con un trozo aún insertado en la biela. Joseba decidió hacerse cargo de la bici averiada cediendo su Kuips a Javi. A partir de ahí, todos nos mostramos voluntariosos para remolcarle a Joseba a la vez que éste trataba de pedalear con un solo pie. A todo esto, el autobús se había ido y el siguiente punto de encuentro podía estar a unos 10 ó 15 kilómetros.

Así fuimos avanzando, hasta que en una recta después de una bajada, Aitor, el segundo hijo de Joseba, al tratar de impulsar a su padre por la espalda coincidió con una pedalada de éste, se giró el manillar del chaval y se fue al suelo. Joseba estalló en cólera, imprecándole y diciendo a todos que le dejáramos en paz. Yo creo que se asustó al ver caer a su hijo, que era la primera vez que venía en bici a San Asensio.

El resto del trayecto hasta el autobús lo hicimos bastante bien, Joseba ayudado por el experto brazo de Ibeas, que en sus tiempos mozos de corredor aficionado ya tuvo que soportar vicisitudes de esta índole.

Una vez en Miranda de Ebro nos dirigimos a través de un polígono industrial a la carretera de Haro, último tramo de la jornada y donde vuelven a quedarse atrás enseguida Padilla y Barrenechea. Zuazo pasa adelante para decir que vamos a esperarles. Así lo hacemos, yendo despacio, pero aun así pasan los kilómetros y los susodichos siguen sin venir. La inercia hace que poco a poco el grupo vaya tomando velocidad, y nos vamos organizando un poco. El día está siendo fantástico, por fin ha abierto y además parece que sopla algo de viento a nuestro favor. Delante tiran Iñaki y Aitor, que creo que está enrabietado por haberse caído y por la bronca que le ha echado su padre –es normal, tiene 18 años-. Aitor me suscita una cierta camaradería, se le ve impulsivo, con el insolente arrojo de la juventud; en algún repecho donde, típico, salta alguien haciendo ademán de querer irse para provocar al personal, enseguida pica y responde, llegando a irse junto con Iñaki en un repecho largo.

Es una carretera lisa, ondulada, con rectas y tráfico, aunque un ancho arcén. El viento, como digo, nos ayuda, así que sin quererlo vamos tomando velocidad. Deben faltar como unos 20 kilómetros para llegar, y por un lado quiero esperar a los rezagados pero por otro no quiero desaprovechar la oportunidad que tengo de exprimirme un poco los kilómetros que nos queden hasta llegar. Por tanto, acordamos que también es bueno irse por delante y llegar antes para evitar aglomeraciones en la ducha, así que… ¡banzai!

Pasamos a relevar Iñaki, Javi y yo, según tramos podemos ir a 35, 40, 42/43… lo ideal sería ir turnándonos así, un ratito en cabeza cada uno, sin desfondarnos. Es una gozada.

La cosa es que Aitor, que estaba allí, decidió hacer la machada, y descompuso todo. Dio un relevo bestial, como de kilómetro y pico, y nos puso a todos (al menos a mí, que iba tras él) con el gancho. Mostraba una fuerza demoledora. Había metido no sé cuánta tranca, creo que toda, en la Pinarello Prince “réplica Caisse D’Epargne” de su padre, y yo con dos o tres coronas menos y detrás de su enorme corpachón iba a más de 160 pulsaciones. Como para relevar.

¿Qué pasó? Que llegó el siguiente repecho largo, y como Aitor aún tiene quizás más fuerza explosiva que fondo, pagó la inexperiencia y le vi desfondarse primero subiendo coronas, y luego apartándose a la derecha jadeando como un búfalo dejando que yo pasara, cosa que hice pasando a tirar del grupo pero sin volverme loco. ¿Grupo? ¡¿Dónde estaba el grupo?! Había hecho una escabechina tal que ya sólo quedábamos Iñaki y yo, y fijaos cómo se había vaciado él que ni siquera fue capaz de engancharse a cola. En fin.

Claro, nos habíamos quedado dos y, dado lo poco que faltaba, seguimos a relevos Iñaki y yo hasta San Asensio. Javi Elorduy luego nos contó que hizo un esfuerzo enorme por coger a Aitor, y cuando por fin le tenía, éste sacó de nuevo su vena competitiva y le demarró volviéndole a dejar, hasta meta. ¡Que no es una carrera, chaval! Bueno, no pasa nada. Cada uno se lo toma como quiere y la tarde estuvo llena de chascarrillos. Buen rollete ante todo.

Por mi parte, le di la oportunidad a mi compañero del día de esprintar si lo deseaba, ya que no controlaba dónde estaba la llegada, pero no quiso. Por lo que llegamos de la mano, literalmente, levantando yo la suya al ser el vencedor moral. Había demostrado ser el más fuerte. Sus relevos fueron más contundentes, firmes y sostenidos que los míos. ¡Enhorabuena, Iñaki! Javi, el hijo de Joseba, estaba esperándonos cámara en ristre para inmortalizar el momento.

Una vez más, el día se me ha hecho cortísimo. He pasado un día inolvidable.


¿Se notan las caras de felicidad?


Los héroes de la jornada

6 jul 2008

Estacas de Trueba

Domingo, 06 de julio de 2008

Ruta: Liérganes – San Roque de Riomiera – Alto de El Caracol (El Campillo, 820 m) – Selaya – Pto. de La Braguía (720 m) – Vega de Pas – Pto. de Estacas de Trueba (1.160 m) – Portillo de Lunada (1.350 m) – San Roque de Riomiera – Liérganes.

Un buen tute.

El día se presentó oscuro, gris, con amenaza de lluvia y el suelo mojado. Y yo con ropa corta, sin ni siquiera manguitos. Pero me arriesgué, me encontraba con ánimos.

Me tomé la jornada con mucha filosofía, ya que creo que es la única forma de afrontar el reto que me había propuesto: tenía ganas de conocer el puerto de Estacas de Trueba (y de paso, “echar un ojo” a ver si veía a mi hijo Alvaro, que andaba por ahí de campamento), que sabía que era un puerto muy largo desde que el año pasado lo bajé en una salida, y me quedé prendado de su grandiosidad.

Así fue, pero antes tuve que subir El Campillo, que por el lado de San Roque es mucho más corto (4 ó 5 kilómetros, no ¡11! como me pasó ¡y sin esperarlo! en esa salida de hace un año), y también La Braguía, que me pareció un puerto precioso para escalar, accesible a pesar de sus 9 km., con buen piso, poco tráfico y pendientes no demasiado pronunciadas.

Pero primero hay que contar también la aproximación a San Roque, con 7 km. plagados de repechos duros y cuestas donde no quise meter el “platillo” por cabezonería, aun a sabiendas de que eso me podía suponer haber malgastado fuerzas.

Yo trataba de poner un ritmo en el que me encontrara cómodo, sin abusar pero también sin ir parado, y creo que salí airoso de la prueba. (*)

Las dos primeras horas obtuve una media de 18,4 km/h, lo que da una idea del tipo de recorrido que estaba haciendo.

Al bajar La Braguía, paré ¡qué ganas tenía! a desayunar un enorme café con leche en vaso junto con un sobao de 10x10x4, especialidad de la tierra. ¿Dónde van a estar mejor los sobaos pasiegos que en la Vega de Pas? Al salir, vi una furgoneta de un repartidor repleta de bolsas de pastas, hasta por el salpicadero las llevaba. ¡Qué ganas de agenciarme una de ellas!

Bueno, la parada fue muy reparadora. Entré algo en calor, ya que el tiempo hasta ese momento había sido muy fresco. Gracias a que subiendo lo notas menos, y a que no llovió, eso pudo mantener mis pies secos, otro punto fundamental para seguir entero.

Y enseguida empezaba el puerto esperado de Estacas de Trueba. El asfalto cambió y se hizo más irregular, de ese color gris que tenían antiguamente las carreteras de los pueblos, con manchas más oscuras, otras más claras… así 14 kilómetros. Empecé alegre, llevaba el plato mediano. La pendiente inicialmente me lo permitía; luego, a partir del km. 4 de subida lo tuve que quitar para no forzar más de la cuenta.

Pero he comprobado que con el “molinillo” combinándolo con piñones de 23, 21 y hasta 19 dientes se puede ir perfectamente, tan rápido o más que con el plato mediano y encima con la cadena menos cruzada.

Estacas me fue cautivando. Lo iba comparando con Lunada, ya que en principio son subidas muy parecidas en longitud (aunque a Lunada llegas castigado por la dura aproximación de 7 km hasta San Roque, que también se pueden considerar parte del puerto, con lo que 15+7=22 km… Estacas à 14 km., Lunada desde San Roque à 15 km.), por porcentaje de los kilómetros y por paisaje, espectacular en ambos casos.

Pero Estacas, como digo, me pareció más amigable, o quién sabe, igual tenía mejor día. El caso es que fui subiendo los kilómetros al tran-tran y, antes de llegar a los últimos en que la carretera se mete por un cortado a la izquierda y pierdes la visión del hermosísimo valle de la Vega de Pas, con sus praderas enormemente verdes, sus animales en libertad y sus manantiales, todas esas sensaciones me hicieron sentir muy bien. ¡Pude ver hasta un grupo de corcillos a unos veinte metros delante de mí! Dos de ellos cruzaron la carretera asustados; otro se contuvo.

Esta es una foto tomada de www.altimetrias.net

Tras la bajada (en la que estaba el lugar de acampada de Alvaro, y en efecto, le puede ver fugazmente aunque él no a mí), sin apenas descanso hay que coger el desvío a la izquierda antes de llegar a Las Machorras, y comenzar a subir Lunada por el lado Sur.

Son 9 kilómetros, aunque de ascensión pura sólo 8. Comencé con el plato mediano, como en Estacas, y así hice creo que los tres primeros kilómetros. Luego ya lo quité y volví a ponerme un ritmo más llevadero.

Antes de llegar a este puerto, pensaba que al ser ya el último no importaría si tenía que utilizar todo el desarrollo ya que, una vez arriba, sólo (o casi) me restaba dejarme caer hasta Liérganes.
En un momento miré el ciclo-computador y, justo a las 4 horas de marcha seguía llevando 18,4 km/h de media. Iba por el kilómetro 74 y pico.

El asfalto en Lunada es de lo peor que he visto. Ese tramo, cuesta arriba no se nota tanto, pero cuando lo bajas no te permite ni comer, ya que los continuos golpes que se lleva la horquilla hacen que tengas que aferrar fuertemente el manillar hasta con las dos manos, con una sola es un poco delicado.

Los dos últimos kilómetros ya más suave de desarrollo -30x23- y, piano piano, hasta arriba. Los últimos cinco kilómetros de subida los hice con aire de cara, y agradecí que no me hubiera pasado antes porque ahora el perfil me iba a ser más favorable para aguantarlo.

Corono Lunada. Nubes negras nuevamente después del resol que me ha acompañado en la subida, nubarrones que amenazan pero no dan. Y nuevamente un asfalto caótico. Grijo por todos lados, suciedad, baches… ¡Qué horror! Quince kilómetros de bajada y deseando quitármelos de encima cuanto antes. Sensación de peligro, curvas que se cierran, rebaños de cabras en mitad de la carretera, algún pastor con el cayado al hombro y perro que se aposta en la cuneta cuando me ve llegar, para salir disparado a por mí en cuanto me pongo a su altura, dándome un señor susto.

Más kilómetros nefastos. Deseo fervientemente terminar ese suplicio y llegar al cruce donde esta mañana había tomado el desvío a la derecha siguiendo el indicador que marcaba “Selaya”, porque sabía que justo en ese momento el asfalto cambiaría y se acabaría la tortura. Cuento los kilómetros que, en orden descendiente, me van informando, desde el nº 15 del alto hasta el 1 final.

San Roque de Riomiera. Feria de productos típicos, coches aparcados en ambos lados. Alegría de domingo. Pero yo sólo estoy de pensando en pasar raudo, continuar la bajada y llegar a Liérganes.

Varias veces tuve que quitar el plato grande e incluso meter el 39x25, y a estas alturas las piernas ya duelen cuando haces eso, ya que hay un tramo como de un kilómetro que te parte en dos la bajada. Posteriormente, toboganes aquí y allá hacen que no sea un camino de rosas, que no me pueda relajar, pero en todo caso en esa larga bajada desde Lunada conseguí elevar en más de 2 km/h la media, dejándola en unos más que meritorios, para mí, dado el perfil, 20,8 km/h, tras 5 horas y 19 minutos de pedaleo.

He terminado con una gran sensación de satisfacción, ya que no las tenía todas conmigo sobre la climatología (estaba lloviznando cuando salí de Noja) y me respetó; La Braguía y Estacas me encantaron, he hecho un gran esfuerzo que prolonga el de la QH y estoy muy contento con mi rendimiento.

¡Hasta la próxima!

Ah, la Wilier muy bien, la noto muy cómoda en general.


La salida en cifras:

Kilómetros recorridos: 111,13 km.
Tiempo empleado: 5 h. 19’ 12”
Velocidad media: 20,8 km/h
Sensación de esfuerzo: 18,2

Y una cosa nueva que no había tenido en cuenta hasta ahora:

¡2.640 m. de desnivel acumulado!



Ascensiones:

Lunada (1/3): Altitud 455 m.; Desnivel 253 m.; Longitud 8 km. Desnivel medio 3,02% / 4,8% (**)
El Campillo (Este): Alt. 822 m.; Desnivel 480 m.; Longitud 4,5 km.
La Braguía (Norte): Alt. 720 m.; Desnivel 480 m.; Longitud 8,2 km.; Desnivel medio 5,85%; Coeficiente 86.
Estacas de Trueba (Oeste); Alt. 1.166 m.; Desnivel 793 m.; Long. 14,2 km.; Desn. medio 5,58%; Coef.: 133. Lunada (Sur): Altitud 1.320 m.; Desnivel 477 m.; Longitud 8,2 km.; Desnivel medio 5,82%; Coefic.: 80.

(*) Luego, repasando las altimetrías, vi que todo tenía su explicación... los porcentajes no eran nada exigentes...

(**) Dependiendo de si consideramos o no los 2 km. de bajada.

26 jun 2008

Un día fui ciclista

(Crónica de la Quebrantahuesos del 21 de junio de 2008) Pues sí. Fui ciclista por un día. La sensación que se experimenta al rodar en grupo, al circular veloz dentro de un pelotón que te arropa y te empuja sin tú verlo, se hace más gratificante al saberte protagonista de todo cuanto sucede en ese gran acontecimiento que es la Quebrantahuesos, la marcha por excelencia del calendario cicloturista español, donde todo está por ti: carreteras libres, gendarmería española y francesa, cruces regulados, curvas vigiladas, asistencia técnica y sanitaria, avituallamientos abundantes… y gente en las cunetas. Esto era nuevo, o casi, después de algún goteo inesperado en los Lagos de Covadonga. Pero en este caso esa impresión se incrementó, primero en Somport, al final, y en mayor medida en los kilómetros finales del Portalet.
Pero no adelantemos acontecimientos.
 
La Quebrantahuesos es la expresión máxima de lo que un tipo normal como yo es capaz de hacer encima de una bicicleta. O eso pensaba. Y, por tanto, desde aquel Primero de Mayo de 2007 en que tomé la firme determinación de acometer esta aventura, toda mi preparación: la de 2007 con la Perico Delgado y la de 2008 ha ido encaminada a llegar todo lo a punto de lo que he sido capaz teniendo en cuenta mi entorno laboral y familiar; desde entonces han sido muchas las salidas, algunas de ellas en compañía y otras muchas en solitario, tratando de superar crecientes dificultades montañosas, kilometrajes gradualmente mayores, y número de horas también en aumento. En total más de seis mil kilómetros sobre un minúsculo sillín, disfrutando a veces, sufriendo otras, sintiéndome diferente la mayor parte de ellas; diferente al mundo, diferente al resto de los mortales –salvo unos pocos chiflados como yo-, sólo porque subo por una carretera para volver a bajarla por el otro lado; porque prefiero evadirme por horas en vez de estar con los míos, con otra gente, haciendo cosas que hace todo el mundo: sale en cuadrilla, se reúne para charlar, toma bebidas y ríe, una y otra vez. Como yo. Una y otra vez.

Así, vienen a mi memoria ahora el descubrimiento de puertos como el durísimo Bikotxgane, el redescubrir Sollube hasta la antena, que no visitaba desde mis tiempos mozos con mi Bultaco Streaker; puertos largos y tendidos como la Palombera, que me llevó a Alto Campoo y al Pico Tres Mares. Alisas, que se convirtió en puerto de paso y ya no un fin en sí mismo, como al principio. Urkiola, siempre un duro test para saber cómo andaba. Volví a Orduña después de seis años. También, en lo que supuso un antes y un después en mi modo de ver las salidas cicloturistas, una afortunadísima ocurrencia de uno de mis colegas nos llevó por primera vez a los Pirineos franceses, lo que me abrió los ojos y me hizo ver que los Pirineos son diferentes, mucho más escarpados, al norte que al sur de la frontera. Vi Larrau, que subí por el lado fácil, y lo bajé por el lado que más me hizo frenar jamás en una cuesta; conocí la Piedra de San Martín, enorme dificultad que conseguí superar no sin esfuerzo en un día luminoso y frío por momentos. Superé desniveles de más de mil metros en un día. Conocí la alta montaña. Y, una vez más, interioricé que La Montaña hay veces que te permite remontarla, y otras que no. Entre éstas citaré a Lunada, que se junta ahora a los malditos Marie Blanque y Portalet. Tres veces lo he subido, y las tres me ha hecho padecer. A los Lagos de Covadonga. A la corta pero empinadísima subida a Peña Cabarga, a la que quería volver pero ahora no sé si quiero.

Pero antes conocí también cerca de casa al monte Argalario, muy exigente por momentos pero monte amigo al fin y al cabo; también el Portillo de la Sía, al que ascendí por el collado del Asón, largo e irregular, y también por el paradisíaco lado del Valle de Soba, un verdadero descubrimiento, un trocito del jardín del Edén como titulé después de mi salida de julio pasado.
Hice jornadas maratonianas como la de Estacas de Trueba, con El Asón y La Sía, La Braguía y el durísimo El Campillo, para acabar muerto sin poder con el 30x28 en Alisas y poder dejarme caer hasta Arredondo donde tenía el coche, en lo que Iván Santurde calificó de “etapa Tour”.
Visité más regularmente collados de menos enjundia pero no menos atractivos, como Fuente Las Varas, Seña, Las Muñecas o La Escrita, volviendo por el fenomenal recorrido que lleva a Guriezo cuesta abajo.

En fin, para qué enumerarlos todos. Por fin, ya este año, quise más. Y me aventuré, nos aventuramos los amigos de este grupo que se va convirtiendo en algo más que simples txirrindularis que comparten afición, a conocer el Tourmalet. Era un objetivo mítico, algo que dejaría huella para el resto de nuestras vidas. Después de haber podido con la Piedra de San Martín por Santa Engracia no debíamos tener miedo, aunque sí todos los respetos. Y la montaña nos dejó. Tan satisfecho quedé que no noté casi el frío de la bajada, que quise más y probé a subir Luz Ardiden, que a pesar de lloverme al volver quise completar ciento cincuenta kilómetros para decir: estoy listo.

La preparación fue correcta. No digo perfecta, pero sí muy correcta.
Y me presenté el día esperado, el día por el que me había sacrificado durante más de un año, con privaciones e hipotecando tiempo de ocio, de otro ocio quiero decir, tiempo compartido, me presenté, digo, con otro compañero: un chaval veinte años más joven que yo y que al poco de conocer pude vislumbrar en él su pasión por el ciclismo, su gran conocimiento de la historia reciente de las grandes vueltas y los grandes corredores, y su conflicto entre los mundanos placeres de las noches plácidas de conciertos –es músico- y charlas amigables sin otro objetivo que el estar a gusto, y la espartana disciplina del entrenamiento y las salidas dominicales a temprana hora. Con todo, fue capaz de reunir 1.800 kilómetros y armarse de valor para encarar el gigantesco reto. Compartiríamos ruta mientras fuera lógico fluir así; el resto sin ataduras. Era mejor así para ambos.

Y llegó el día. Radiante día, que a las siete de la mañana prometía todo lo bueno que puede dar un día limpio en pleno Pirineo, adentrándote en la naturaleza aunque sea por carretera. Únicamente tuvimos que tomar la precaución de darnos crema solar previendo temperaturas más elevadas a medida que fuera avanzando el día, como así fue.
La salida, muy bien organizada, trataba de encauzar las nueve o diez mil bicicletas que, entre Quebrantahuesos y Treparriscos, confluíamos a la misma hora y el mismo lugar, el polígono industrial situado a la entrada de Sabiñánigo. Pacientemente esperamos después de oír el chupinazo de salida, que cual San Fermín echaron a las 7:33 de la mañana.

Nosotros pasamos a las 8 por meta y comenzó la parte más maravillosa de toda la marcha: ritmo alegre, conversación amiga, optimismo a borbotones y un día luminoso y prometedor. Íbamos con toda la ilusión del mundo disfrutando como enanos y esperando pasarlo igual de bien durante todo el resto del día.

No quiero extenderme demasiado. Os diré que era raro para mí enfrentarme a un puerto tan larguísimo aunque de incierta dureza -Somport- que todos catalogaban como llevadero; sin embargo, de vez en cuando te sorprendía con una rampa de cierta exigencia y convenía no empeñarse demasiado.

Con el paso de los kilómetros, y tras aprovechar un pequeño recodo para hacer aguas menores, fui haciendo kilómetros. A mi marcheta, fui dejando pasar el tiempo y acercarse la cima. Antes, el primer avituallamiento, donde no paré por parecerme demasiado pronto e ir bien surtido de comida y bebida. Creo recordar que al pie de Somport llevábamos como 30 km/h de promedio, que bajaron a 25 en Somport y subieron nuevamente a 28 al terminar la bajada, justo antes de tomar el desvío hacia Escot, donde poco después comienza el ascenso al Marie-Blanque.

La bajada de Somport fue espectacular, peligrosa en un principio pero estábamos advertidos. Primero es un tramo de asfalto no demasiado limpio con curvas enlazadas, algunas peligrosas, y pendientes de consideración. Tras unos primeros kilómetros así, en los que en un momento dado vimos a un participante tirado en medio de la calzada que estaba siendo atendido por otros de manera apresurada; se originó una situación de cierto riesgo. El caído tenía los ojos cerrados y la cara un poco ensangrentada. Todos nos asustamos un poco y quien más quien menos seguro que se hizo la reflexión de que no valía la pena arriesgar para que te pueda pasar eso.
Sin embargo, al llegar a una zona más abierta en la que la carretera confluía con otra de mayor anchura y firme más liso, la sensación de peligro desapareció y pronto nos juntamos un pelotón que circuló a velocidad endiablada, ya que la bajada era larguísima y era fácil mantenerse en ese grupo. Ahí recuperamos buen promedio, sin duda, y fue un tramo también muy gratificante.

Pero todo lo bueno acaba, y nos presentamos en el desvío de Escot, claramente visible por pasar a una carretera más estrecha y peor asfaltada. Un letrero nos avisaba claramente de que era el acceso al Col de la Marie-Blanque, y el inicio era suave, tranquilo, por entre zonas rurales y pendientes no muy pronunciadas. El calor empezaba a hacerse notar. De pronto, veo un señor con una manguera en la mano, en su caserío, sirviendo agua ininterrumpidamente a los corredores que se acercaban con sus bidones vacíos. Me llamó la atención lo entre resignada y convencida de la expresión de su cara, era calvo, grande y grueso, y estaba desnudo de cintura para arriba. Parecía el presentador de una actuación de circo.

De pronto, la carretera bucólica se transforma en una pendiente dura. El reguero de corredores ocupa todo el ancho de la calzada, aunque parece querer enfilarse. Enseguida las respiraciones se empiezan a entrecortar, las conversaciones a terminar, las pieles a sudar. Mis jadeos se juntan con los de los demás. Noto un verdadero alivio cuando, tras notar que no es normal que vaya tan atrancado, tengo una corona por meter. ¡Menos mal! Pero aun así, mi 34x27 parece no bastar. Veo que llevo una cadencia lamentable, por debajo de 50 pedaladas por minuto. Empiezo a sudar de lo lindo y trato de, entre jadeo y jadeo, ir metiendo más líquido al cuerpo. Con todo, pienso que hay gente que va peor y en algunos casos eso se demuestra en que muchos van echando pie a tierra, cogiendo sin rubor la bici por el centro del manillar y disponiéndose a completar la ascensión andando. Yo lo voy llevando cada vez peor. La tremenda dureza del puerto, que me parece una salvajada, se alía con el calor y con la falta de aire al haber tanto arbolado… (luego supe que por ahí hacía unos 34º), todo ello hizo que me empezara a pasar por la cabeza la idea de no poder llegar sin poner pie a tierra. ¿Pero no quedábamos en que Bikotxgane era parecido? Pues no. Nada que ver. Este puerto es un cabrón. Realmente me pregunté qué necesidad tenía de pasar por eso.
Subida del Marie-Blanque

En esa lucha estaba cuando de repente, un tío que estaba en la cuneta izquierda grita si alguien lleva un tronchacadenas. No me lo pienso y paro. El caso es que me vino de perlas. Era más o menos en el km. 1,5 de los 4 duros. Después de un cuarto de hora aproximadamente de descansillo, y solucionado el problema de la cadena rota del agradecidísimo colega (el agradecido igual debía ser yo), reemprendí la subida y, a chepazo limpio, armado de paciencia, a 40 pedaladas por minuto, a 6,5 km/h y sudando a mares, conseguí llegar arriba sin volver a pisar suelo. Pero ¡qué reguero de gente andando!

Arriba llegué ya con la doble sensación de haber superado la primera gran dificultad –sin menospreciar a Somport- y de haberme dejado algo importante en el intento. Mi filosofía era que para ese momento llevaría más o menos la mitad del recorrido hecho, y todo lo que viniera por añadidura sería un regalo.

En la cima hay algo de charanga, no mucho pero sí alguna animación. Ciclistas parados esperando a compañeros, supongo, gente pasando el día, algún odioso sonido de dulzaina –otra vez… me persigue-. Me dispongo a empezar la bajada cuando veo la señal de la cima, y sin dudarlo me paro ya que el trofeo bien vale una foto.






















La bici blanca no es la mía; la mía está medio tirada…

Y comienzo el descenso pensando ya en alimentarme todo lo que pueda. Ya no importaba mucho casi nada, quiero decir que si mínimamente tenía interiorizada la posibilidad de hacer un buen tiempo, las circunstancias y el no encontrarme bien hacían que eso no tuviera ya importancia. Así que me apresté a hacer acopio de bocadillos, fruta y líquido fresco y me senté en una pequeña ladera junto a la cuneta para comer y beber tranquilo, mientras de reojo me iba fijando en la gente que iba llegando, por si aparecía Mikel.
Pero no. Así que cuando estuve más o menos listo, cogí la burra y me fui para abajo. El calor creo que había hecho mella en mi organismo, porque no me encontré a gusto ya el resto del día. Así que, resignado, me dejé caer cuesta abajo, una bonita bajada por cierto, con tramos de bastante pendiente que luego mirando las cifras no se parecen a lo que habíamos subido, son de menos dureza.
Llegamos a un pueblo y ahí giramos 90 grados a la derecha en dirección hacia España; voy viendo si me puedo ir juntando con más gente para ir más protegido (y es que en esta marcha lo que hay de sobra es gente) y trato de fijarme en el desvío hacia el Aubisque, ya que algún día, me digo, me gustaría hacerlo. Hacía quince días que mis amigos lo subieron pero por el otro lado, por el Soulor. Fue el mismo fin de semana del Tourmalet, cuando yo no quise permanecer un día más con ellos porque era el cumpleaños de mi hijo Alvaro y porque ya me había extenuado el día anterior.

Veo Eaux Bonnes, no recuerdo si el pueblo que debía ver era Eaux Chaudes, pero me quedo con la copla. El desvío está ahí. Otra vez será.

En un pueblo paro a vaciar el bolsillo izquierdo de mi maillot, convertido en una improvisada papelera; envoltorios de barritas, incluso peladuras de naranja, que me resisto a tirar como debería ser el comportamiento lógico de todo el mundo. Pero es increíble la de gente que se cree que porque lo ve hacer a los profesionales igual se contagian de ese “profesionalismo” que da el tirar basura.

Y comienza la ascensión al Portalet. Kilómetro 126 más o menos. O sea que para el 154 arriba. Agamenón. Paciencia y buena letra. Mentalización a tope. La primera mitad más o menos bien, regulando y mentalizado a dejar pasar el tiempo y los kilómetros, confiado en el fondo que supuestamente tenía y en que la preparación había sido la adecuada. Y así creo que fue, pero ese maldito calor hizo que todo se viniera abajo. Es curioso cómo un día como el del Tourmalet todo funciona y al de poco todo cambia...

Estas dos fotos están sacadas en el mismo lugar, mirando hacia lugares opuestos. Más o menos a falta de ¿5? ¿7? Kilómetros para llegar a la cima del Portalet.

Los paisajes eran preciosos; el deshielo hacía que los manantiales fluyeran con toda su fuerza y su frescor; se veían riachuelos con unos caudales impresionantes… da que pensar. Parece como si las pendientes pirenaicas favorecieran al lado francés a la hora de crear recursos hídricos… no me hagáis caso, seguramente será una estupidez. El Portalet no tiene kilómetros de especial dureza, salvo alguno muy puntual al 8%, creo recordar. Pero te mata. Su tremenda longitud, unida a la paliza que llevas, hace que tengas que ir con todos los hierros metidos casi desde el inicio. O al menos eso me pasó a mí. Imagino que a la gente mejor preparada o con más experiencia no le pilló de sorpresa o tuvo un mejor día. No conseguí ir a gusto en ningún momento en esa montaña maldita, y paré al menos cuatro o cinco veces, sobre todo a rellenar los bidones, ya que aunque no estuvieran vacíos del todo sí estaban caldeados. O a refrescarme directamente en alguno de los manantiales naturales que se formaban en las cunetas, donde revivía por unos instantes antes de reemprender la fatigosa ascensión. De pronto hay una presa, cuyo nombre no recuerdo, donde hay dos kilómetros muy suaves, un descanso que te hace recuperarte. Gracias. ¿Gente? Sí, pero tampoco era una etapa del Tour como me lo habían pintado. O tal vez ya se había ido la mayoría. Un poco más adelante de por donde transitaba yo, oí un comentario de un voluntario de carrera que decía que los primeros habían pasado hacía ¡tres horas y cuarto! por ese punto. Y qué.

Al aproximarnos a la zona de arriba del todo la situación se vuelve a endurecer, y entonces sí que se va notando la mayor presencia de público, que, eso sí, se desvive por animarte, ofrecerte bebida porque sí, en algún caso hasta una bolsa de plástico agujereada con agua y la sostiene a la altura perfecta para que pases por debajo del chorro, y pasas, claro. Increíble. Son mayoría los aficionados vascos que hablan en vasco, con gritos como eutsi! y otros que no entiendo. A las chicas se les dedica la mayor atención y los mejores elogios. Aupa neska! Poco a poco todo esa emoción acumulada me va tocando, a la vez que veo que el tremendo desgaste va llegando a su fin; me doy cuenta de que estoy en los dos últimos kilómetros. La pendiente parece suavizar ¿o son las alas que dan los ánimos? Vuelvo a emocionarme, siento vergüenza de que vean lágrimas asomar por debajo de mis gafas. Sigo enrabietado subiendo las últimas rampas. Por fin corono. Durante la bajada hacia Formigal, allí cerca, tenía un cierto sentimiento de contradicción, entre la motivación por conseguir el reto y el pequeño fracaso de que la prueba había podido contigo. A esas alturas ya tenía claro que no volvería. Paré en un nuevo avituallamiento que había en un parking y sigo la bajada. La bici se embala. Pero no ha terminado la dureza, ya que la Hoz de Jaca nos espera. Dos kilómetros y doscientos metros de desnivel. La trampa para los no advertidos. ¿Pero qué quieren que hagamos después de lo que nos han hecho pasar? ¿Lo harán para que se te quite la idea de la cabeza de querer volver? Lo que tengo claro es que lo de hoy no es ninguna broma. Hemos sometido al organismo a una dura prueba. Al final me dijeron que algunos lo pagaron, que hubo varias asistencias con suero, algún retirado vomitando a escasos kilómetros de meta a quien una voluntaria quitó el chip de su tobillo, lo pasó por el detector de meta y se lo volvió a poner… Llega un desvío a la izquierda, llegamos al pantano de Panticosa. Lo vamos bordeando, de momento tranquilos. Nuevamente, la carretera estrecha y mal asfaltada. Un poco de sombra a ratos. Pasamos por el medio de un pueblo con su calle principal embaldosada, la bici da brincos. Sólo nos faltaba el pavés. Seguimos. Le pregunto a un participante atípico, con indumentaria poco sospechosa de pijerío pero musculado a tope y expresión de determinación como para ir al Kilimanjaro después de acabar, si pronto empieza el puerto. Me dice: después de una curva a la izquierda. Bien. Qué mas da. Llega la curva. Y la cuesta, la subida, la pendiente nuevamente al diez, o al once. Algo así. Esto es una hijoputez. Otra vez chepazos, otra vez aguantar. Pero ahora, no sé por qué, no me importaba mucho.

Arriba había avituallamiento líquido. No sé lo que he podido llegar a beber. Maestre me dijo después algo así como que “si no sabes beber…” me va a tener que explicar eso más despacio. Salimos de la trampa. Después de un túnel enlazamos nuevamente con la general y busco un amigo, busco un pelotón. Un grupo de una misma sociedad nos pasa como locomotoras camino de Biescas, y varios nos unimos sin rubor. Leña al mono. A pesar del kilometraje acumulado, más de 180 kilómetros ya. Alguno se mosquea porque nadie pasa al relevo –hay gente pa tó- y la cosa se para, luego vuelve a arrancar… pero son avatares ni siquiera dignos de mención. Ya sólo queda llegar y ser uno más de los héroes. Héroes de nada, locos insensatos pero héroes. Yo hice mi entrada a las cinco y dieciocho minutos de la tarde, y me certificaron 9 horas 24 minutos y 38 segundos en el diploma. Mikel llegó una hora y cuarto después, aunque debió terminar bastante más fresco ya que tiraba como un poseso de su pelotón en los kilómetros finales entre Biescas y Sabiñánigo. Había parado en Marie-Blanque, subiéndolo a pie, y esas fuerzas que reservó le hicieron empujar al final. Un diez para él por haber triunfado también. 

Creo que he llegado hasta donde puede llegar dando pedales un tipo como yo. Más bien bajito, culigordo y con las piernas más diseñadas para sacar córners que para subir duras pendientes. Nunca podré ser un escalador, lo tengo asumido. Pero, a pesar de eso, con mi determinación he podido subir (¿qué más da a qué velocidad?) colosos como Lagos de Covadonga, la Piedra de San Martín o el Tourmalet. Puertos largos como el Portalet y durísimos como el Marie Blanque. He hecho etapas de 150 y de 200 kilómetros. He compartido momentos inolvidables, he respirado aire y sol y energía, me he empapado de cálidas tardes de verano, he sudado la gota gorda a veces sintiendo cómo me hacía bien, y he tiritado sobre la bicicleta. Y todo sin un por qué. Todo por un por qué no. 

Quebrantahuesos. Su emblema es el de un pájaro, pero su perfil montañoso es el dibujo de un murciélago con las alas desplegadas. ¿Murciélago o vampiro? Mi paso por su vida me chupó la sangre. Ahora me recupero del esfuerzo, y quiero disfrutar de la bici en salidas menos exigentes y más lúdicas.

Pero un día lo intenté. Un día fui ciclista.

19 may 2008

Clásica Lagos de Covadonga 2008



CLÁSICA LAGOS DE COVADONGA 2008



Cangas de Onís, 17 de mayo de 2008

Me presenté en la salida en un día brumoso, con temperatura fresca pero no fría, después de un viaje de 220 kilómetros hechos en coche esa misma mañana tras pegarme un madrugón y haberme levantado a las 5 de la mañana. Me dirigí al polideportivo, donde habían habilitado perfectamente las mesas según dorsales, federados o no, etc.

En cuanto me inscribí y me dieron el obsequio de la organización, un magnífico juego de dos botellas de sidra con su correspondiente vaso para ser escanciada debidamente, me fui para el coche a fin de ir a un sitio menos concurrido donde poder desayunar a gusto y posteriormente vestirme. Me había fijado en un bar-restaurante que resultó también ser hostal, unos dos kilómetros antes de llegar al pueblo, con su aparcamiento, que me pareció perfecto. Así que allá que me fui. Cafecito, tres sobaos pequeños, la meada del miedo y a vestirme. Decido que voy a ir de corto pero con manguitos. El día promete.

Voy suave suave tras ligeros estiramientos y aplicarme la crema calentadora que nos dieron de propaganda, la carretera de acceso está permanentemente ocupada por ciclistas que se van aproximando al punto de partida. Cuando llego al centro, inmediatamente reparo en el puente romano sobre el que cuelga la Cruz de la Victoria (monumento histórico-artístico),



donde me paro a sacarme la consabida foto de recuerdo, aprovechando la presencia contemplativa de dos paisanos vestidos de pescadores, todo de verde, con quienes trabo una afable conversación. Es sintomático que siempre que vengo a Asturias me encuentro muy a gusto, me identifico mucho con su forma de ser, por lo general abierta, generosa y noble. Buena gente.

La salida está abarrotadísima. Debo bordear la calle principal por otras adyacentes hasta que encuentro un hueco para acceder a la salida, en las últimas unidades del pelotón, a la espera de que se dé la salida oficial. Al pasar por un lateral, creo divisar a Melchor Mauri entre los que están en primera fila; a Olano no le vi (tampoco veo muy bien, todo hay que decirlo), aunque era el homenajeado del día.

Con un poco de demora, por fin emprendemos la marcha. Pronto observo que cogemos gran velocidad y tengo que meter el plato grante, a pesar de que me gusta ir ligero de pedaleo al empezar, con el pequeño. Pero ¡enseguida nos pusimos a más de treinta!

De todos modos el ritmo era relativamente fácil de llevar, el gran pelotón que se había formado se mantuvo bastante íntegro –salvo los primeros, que se fueron a toda velocidad- y eso provocaba un movimiento de succión que te hacía ir muy fácil sin mucho esfuerzo. ¡Qué gozada!

La mayor complicación era estar pendiente de la rueda del de delante, no hacer movimientos bruscos y mantener tu posición para evitar riesgos; alguno que no obraba así me ahuyentaba y hacía que me fuera a zonas menos arriesgadas. Total, como iba solo la ventaja era que no tenía que estar pendiente de nadie ;-)

El día era agradable, sin apenas viento o ligeramente favorable. Transitamos por algunas largas rectas siempre protegidos por la Guardia Civil y los cruces perfectamente señalizados –un 10 para la organización- y había tramos, como cuando bordeábamos la desembocadura del río Sella camino de Ribadesella, verdaderamente preciosos.

En un pis-pás nos pusimos en Ribadesella. Yo iba disfrutando de lo lindo, alucinado porque a 110 pulsaciones iba a 35 ó incluso ¡a 40 por hora! A este ritmo nos íbamos a poner echando betún en el primer puerto.

Desde Ribadesella hasta Llanes hay 28 kilómetros y los hicimos en 55 minutos. Por el camino habían dispuesto el primer avituallamiento, donde no paré porque no necesitaba aún ni comer ni beber, aunque sí hice una paradilla un pelín más adelante para hacer aguas menores. De inmediato me incorporé y, aunque el pelotón ya se había ido disgregando, pronto nos reunimos otro grupo importante. Seguimos con la misma rutina; cómodo a rueda y sin aventurarme a pasar a las primeras unidades, a pesar de que, en ocasiones, los que van en cabeza aflojan claramente como invitando a otros a relevarles, o bien dando a entender que no pretenden ir rápido sino cómodos. Así que esto es una grupeta… a veces, se aceleraba, a veces se calmaba.

Así llegamos a Llanes. Tras un rápido paso por entre calles, nos metieron por una carreterucha estrecha que parecía ser el acceso a algunos barrios de las afueras. Pronto vimos boñigas varias en la calzada, y todo indicaba –también lo callada que empezaba a ir la gente, como si se anunciara una pronta complicación de la cosa- que se acababa lo bueno. Pues nada, tranquilidad. Alguien pregunta a un paisano que si “es muy duro esto”, y el hombre contesta: “ya lo verás, ya…” Resulta que estamos en las estribaciones del primer puerto del día. La Tornería. Al principio, la aproximación es suave, seguimos por un bucólico paraje de animales, vegetación y asfalto manchado de marrón. Pero cuando empezamos a ascender de verdad… huy. Han dispuesto carteles señalizadores del porcentaje de los kilómetros que vamos afrontando: 8,5%, 9%, 7,5%... ¡12,2%! ¡Caray, esto sí que es duro! Hay que meter todo el desarrollo y encima tomárselo con mucha calma, ya que hay que reservar fuerzas para el final. En cualquier caso, veo que paso con naturalidad a bastante gente, lo cual me anima. Debe ser que los sacrificios con la cuchara y la mejora en la báscula tienen estas fenomenales consecuencias.

En la parte alta se tiene una vista preciosísima de la costa. Bueno, por fin coronamos y bajamos con mucho cuidado, ya que la carretera sigue siendo estrecha y hay que tomar muchas precauciones. Sigue habiendo bastante gente y no puedo aprovechar para ganar posiciones porque no hay sitio para pasar con comodidad. No importa, la seguridad mía y de los demás es lo primero.

Las zonas peligrosas de la bajada están perfectamente anunciadas; incluso se nos advierte personalmente por un voluntario de la llegada de una zona muy irregular que atravesaba de lado a lado la calzada con un escalón importante y hay que frenar hasta casi parar. ¡Bien! otra vez por la organización.

Tras la bajada desembocamos en una carretera de más entidad, entrando en un tramo de toboganes, o más bien de subida diría yo, subida no muy pendiente pero sí constante, en lo que parece ser la segunda dificultad montañosa del día. Se va haciendo con constancia, en esta ocasión no hay rampas muy pronunciadas y los kilómetros no pasan tan lentamente como en el puerto anterior, y arriba del puerto hay dispuesto un nuevo avituallamiento. En esta ocasión se produce una aglomeración que hace que deba aprovisionarme con rapidez de algo de comida –un plátano, un higo o algo así y bebida, que ya iba seco-. Había comido lo suficiente con las barritas que llevaba a cuestas, así que no eché de menos más alimento.

Tiro para abajo siempre pendiente de poder ir acompañado, ya que nos resta el tramo de enlace hasta Covadonga, donde empezará la última y definitiva ascensión, el “leit motiv” de la jornada. En el grupo donde me metí se fue haciendo más y más numeroso, entre los que íbamos pillando y los que nos cogían por detrás, particularmente tres unidades del Club Ciclista Segoviano que hicieron un alarde de fuerza en ese tramo, junto con algún otro ciclista que no pude identificar, poniéndose a tirar de un ya numerosísimo pelotón sin dejar la cabeza. Otra vez a 35 por hora.

Casi antes de llegar a Covadonga alcanzamos a otro grupo muy muy numeroso, y la gran mayoría se quedó, frenando literalmente, parece ser que en espera de que llegara el gran momento. Sabían lo que les venía. Yo, por mi parte, hice un poco el canelo al adelantarme por la izquierda debido a la inercia que traía, y aunque no forcé en exceso quizás no debí malgastar ni un gramo de fuerza en esos dos o tres últimos kilómetros antes de llegar a la “santina”.

Al pie del comienzo del puerto había, en un aparcamiento, la última zona de avituallamiento líquido. Yo tenía bastante, así que me tiré para adelante. Allí mismo había un control de paso, una especie de tablón por el que había que pasar a fin de que quedara registrado tu paso por medio de un lector de chips, y es que cada uno llevábamos el correspondiente artilugio instalado donde mejor nos pareció. En mi caso llevaba una abrazadera adosada a mi brazo izquierdo, y la cosa es que no pitó el dispositivo a mi paso, lo cual me extrañó. Pero no iba a dar media vuelta, así que seguí un poco ansioso por empezar de una vez la afamada y temible ascensión a Los Lagos. Miré el ciclocomputador por curiosidad para ver qué media llevaba hasta ese momento, ya que indefectiblemente a partir de ese momento bajaría y mucho, y vi ¡28,4!

Pues nada, paciencia y a por ello. Tenía la idea de que la primera rampa ya era muy dura, y sin embargo no me lo pareció. Metí, eso sí, todo lo que llevaba (34x27) y fui poco a poco, a mi ritmo, subiendo y disfrutando del paradisíaco paisaje por el que discurre la subida. Al principio sombreado ya que vas protegido por los árboles, preciosos árboles por cierto. Más adelante sigues igual, suave suave a 9 ó 10 por hora, dejando pasar los tramos, que se van haciendo amenos por otra parte. Paso a algunos, otros vienen por la izquierda y me pasan. Pero menos, o eso me parece.

Estoy algo ansioso y me digo que debo solamente seguir sin pensar en cuándo llegaré. Sé que puedo estar más de una hora (¿pero cuánto más?) subiendo ese dichoso puerto, así que mejor que me haga a la idea de que voy a sufrir y se me va a hacer largo.

Pues, como digo, al principio fue como un puerto más o menos normal aunque subía lógicamente despacio. ¡No soy un “grimpeur”!

Y así más o menos hasta mitad del puerto. Los kilómetros van pasando, también precedidos por los carteles anunciadores del porcentaje que nos espera, pero siempre por debajo del 10%. La gente ya va haciendo alusiones a “la huesera”. Que si faltará mucho, que ya veréis –los que ya habían subido alguna vez-, que si está detrás de aquello de allí…

Hasta que, ay amigos. De repente se ve como un cuchillo plano doblado por la mitad, pero con forma de carretera. Es como si fuera una rampa de lanzamiento de misiles. Tú vas a tus 9 ó 10 por hora y te das cuenta de que vas a llegar a esa impresionante e inacabable pendiente. ¿Cómo cojones voy a subir eso? No queda más remedio que llegar y, bien de pie, bien sentado a ratos, ir pedaleando muy, muy lentamente.

Es una despiadada cuesta, para más INRI donde vas totalmente desprotegido de las fuerzas de la naturaleza, ya sean éstas sol, viento, lluvia o lo que sea. Hasta las aves de rapiña de podrían atacar en esas circunstancias, si supieran lo agonísticamente que vas. No sabes ni cómo puedes avanzar. De pronto empiezan a caer gotas de sudor de la punta del casco, con una frecuencia inusitada. El buen humor que te había acompañado todo el día empieza a esfumarse. Primero piensas: “este miércoles igual no entreno”. Luego: “aquí no vuelvo en la vida”. En un momento echas una mirada al ciclómetro y ves 7,4, 6,7 km/h, y cadencias del orden de 45 pedaladas por minuto. Bestial. Si llevara un 30x28 iría seguramente no mucho menos jodido pero al menos con algo más de ritmo. No puedo pensar mucho más allá de eso. El goteo sigue mientras continúa tu agonía, que parece no tener fin. Cuando por fin llegas arriba de la descomunal rampa -800 m.- y crees que la tortura debe terminar, hay un giro a la derecha empinadísimo y ves que en el tramo siguiente no recuperas velocidad, ni cadencia. Ni en el siguiente. Ni en el resto de la subida.

Llega el rellano del Mirador de la Reina. Ya todo poco importa, sólo quieres dejar de sufrir. Sabes que el descanso es efímero, y lo único que te preocupa es saber si la rampa que viene después es de igual dureza que lo que acabas de pasar. Por difícil de creer que parezca, así es. Y la otra. Y la otra. La belleza del lugar lo es menos, ay, cuando no la puedes disfrutar. Pero sólo tienes en la cabeza la idea de llegar de una vez, de que termine todo esto.

Por fin, tras la bifurcación que hay después de bordear el Lago Enol, acometes una pequeña bajada en la que procuras que la bice se lance lo más posible para empezar la siguiente rampa que ves, que no sabes si será la última pero no puede andar lejos porque ya vislumbras el despliegue dispuesto en la explanada que queda a tu izquierda. Unas vallas protegen a una hilera de ciclistas que ya han cubierto su objetivo y ya bajan en sentido contrario, lentamente, uno a uno. Por fin ves la gran pancarta de meta. Son las 13 y 56 minutos. Tras ella, en una improvisada rotonda te hacen pasar por otro puesto lector de chips donde tu paso vuelve a no generar sonido alguno –poco importa ya, subir lo has subido- e inviertes el sentido de la marcha para buscar tu merecido alimento tras el tremendo esfuerzo que te habrá hecho consumir más de tres mil kilocalorías.


La bajada fue peligrosa, ya que inmediatamente después de hacerme la foto de rigor se echó encima del Lago Enol una enorme lengua de niebla que lo fue cubriendo. Comencé el regreso ¡subiendo!, ya que hay una condenada y empinadísima rampa que hay que pasar ineludiblemente, lo cual, ahítos de comida, bebida y esfuerzo, se hace especialmente dificultoso.

La lluvia empieza a hacer aparición. No te dejará ya en todo el descenso hasta el final. Éste lo tomé con muchas precauciones, pero sin privarme de pasar a todo bicho viviente que se me puso por delante, con alguna excepción. Era lamentable el aspecto de la gente que me iba cruzando mientras bajaba. Al principio estaban cerca, pero aún había gente en la huesera, y más abajo… uf. Tratas de animarles, de darles una palabra que les empuje un poco más, pero sabes que lo tienen muy difícil. En fin, no es tu guerra.

Tras llegar a la rotonda de abajo del puerto, enfilamos la carretera hacia Cangas de nuevo, juntándome con un grupo de dos ciclistas. Pronto nos pasó alguno más y me enganché, resultando que al final se volvió a hacer “grupeta”. Es curioso lo naturalmente que se forman estos grupos, y también cómo poco a poco alguno se va animando y aún le quedan arrestos para tirar como un descosido. A mí no. A alguno me pego con descaro, pero también dejo irse a otros; la guerra ha terminado.

Por último, reflejar el fenomenal trato que recibí del personal del Hotel “El Capitán”, donde sin haber pernoctado me cedieron el uso de una ducha sin ni siquiera querer cobrarme nada, de modo que una vez limpio y cambiado, pude degustar el bollu preñau que nos dieron en el pabellón al llegar junto con varias viandas adicionales, bebida a discreción y un diploma acreditativo del tiempo realizado, que en mi caso, como temía, salió con el contador a cero. Me dio rabia y poco después hice una bola con él. Pero no me importó demasiado, ya tenía mis datos convenientemente guardados.

Cifras: La media fue de 23,9 km/h arriba y al final subió a 24,6 km/h, tras 136 kilómetros recorridos incuida la bajada y la llegada hasta Cangas. El total de la jornada en tiempo fue de 3 h. 31’ hasta Covadonga, 4h 44’ hasta arriba (por lo tanto 1 h. 12’ tiempo empleado en subir) y 5 h. 32’ tiempo total.

¡Ah! Por último, no quisiera que se me olvidara destacar la magnífica organización por lo que se refiere a seguridad (en carrera y en la señalización), y por la generosidad, calidad y número de los avituallamientos. Como único pero –espero que sólo en mi caso- el hecho de que no funcionara el chip.

Y también agradecer a la multitud de personas que estaban por allí, y sin que fuera con ellos, te dan ánimos con una sonrisa en el rostro mientras vas subiendo y sufriendo un puerto tan duro, tratando de hacerte más llevadero el esfuerzo. Gracias a todos ellos.

20 abr 2008

San Miguel - Ixua

Hola, chicos: pues resulta que hoy nos hemos juntado Javi, Juanma, su hijo Mikel y Jon para conocer una ruta nueva, que por más señas fue publicada en el artículo semanal de El Correo, este pasado jueves. Empezamos de Eibar, fuimos a Elgoibar, allí tomamos la carretera hacia Markina subiendo el alto de San Miguel, un puertito cómodo y muy bonito (la belleza de los paisajes fue una constante en el día de hoy) que nos desperezó, ya que tuvimos que hacerle frente nada más empezar.

Después de bajar, llegamos a Etxebarria, pueblo de Amets Txurruka, corredor del Euskaltel protagonista del artículo citado. Un lugar precioso. De ahí tomamos la carretera hacia Markina, pueblo muy cercano (2,5 kilómetros), y desde ahí hacia Ondárroa pasando por Berriatua. En este tramo la carretera, muy bonita, va serpenteando y tiene una ligera pendiente descendente. Claro, vamos hacia el mar.

Desde Ondárroa hasta Lekeitio hay curvas, muchas curvas, que se hacen pesadas cuando vas en coche, pero en bici son otra cosa. Nada más salir de Ondárroa se abre una impresionante vista del Cantábrico en todo su esplendor, que hoy estaba "plato". El día, a pesar de los malos augurios, estaba siendo estupendo y con algo de aire pero que no nos incomodó en absoluto. Y con una temperatura más que agradable, que propició que nos pegáramos una buena sudada ya que íbamos más bien abrigados.

Después de esa rampa inicial, Mikel se pone a un ritmillo interesante; Jon y yo nos ponemos a rueda mientras Javi se queda acompañando a Juanma. Desde Ondárroa hasta Lekeitio hay como 14 ó 15 km., y me animo a ponerme delante ya que en Lekeitio estaba prevista la parada. El resultado es que ese animarme fue lo que más tarde me pasaría factura en Ixua. Fui tan despendolado que Mikel se cortó en una pequeña bajada de las muchas que había -no es todo llano a pesar de ir por la costa- y me quedé solo con Jon.

Tras la parada alimenticia en el bonito puerto de Lekeitio,





retomamos la ruta dirección Oleta y Etxebarria, para aquí girar a la derecha hacia Barinaga, en un tramo también precioso. A cual más bonito está resultando hoy. Hasta aquí bien, sin problemas y a tren. Pero tras pasar Barinaga la cosa se pone más seria y decidimos ponernos un ritmo e ir así hasta arriba, que no sabemos exactamente cuánto será de largo (luego veríamos que como unos 6 km. hasta el cruce con el desvío hacia el santuario de Arrate). Pues ese ritmo que al principio era más o menos bueno, con los kilómetros se me fue haciendo más y más duro de soportar. Al final se puso Jon delante y me costó Dios y ayuda poderle seguir. La cuesta se me hizo larga y a duras penas pude acompañarle. Por fortuna pudimos coronar y, tras un pequeño intercambio de impresiones arriba, decidimos tirar hasta el Santuario ya que tenía ganas de llegar, nunca había estado allí. Este último tramo, de 3 kilómetros, sólo ofrece dificultad los primeros 500-700 metros, luego se vuelve llano y por último tiene una bajada hasta llegar al monumento, enclavado en un bello paraje.

El resto de la marcha no tiene más historia. Únicamente mencionar que la bajada por la vertiente de Eibar me hizo ver que ese lado tiene muchísima enjundia. Porahora no me quedan ganas de intentarlo, pero quién sabe. Todo se andará.

Al final me salieron 92 kilómetros, en 4 horas y 8 minutos (22,3 km/h de media). La verdad es que acabé con sensación de haberme dado una buena paliza. No acumulé muchas horas en esta salida y no sé si es lo mejor para mí en este período "pre-QH", pero es lo que hay. Ya habrá otro tipo de salidas.

15 abr 2008

Castro-Castro 2008. La primera marcha ciclodeportiva de mi vida.

Castro-Castro 2008 13 de abril de 2008


Hoy he participado en la primera marcha ciclodeportiva de mi vida. Y no porque así se anunciara –era una cicloturista más- sino porque así me lo he tomado, con todas sus consecuencias. Sabía que era una marcha en la que la gente “andaba mucho” “iban a mil” y catalogaciones por el estilo. Así que, después de “caerse” mi amigo Dani del plan inicial, que consistía en acompañarle y disfrutar yendo tranquilamente a la marcha que él quisiera, para compensarle del sacrificio que hizo la semana pasada en la Bilbao-Bilbao por acompañar en todo momento a una compañera de trabajo (la “caída” vino originada por una inoportuna gastroenteritis), me dispuse a ir a ver qué pasaba, hasta qué punto podría seguir a los demás participantes, o seguir a algunos de ellos, teniendo en cuenta que las dificultades orográficas no eran muchas ni especialmente duras. Más bien al contrario: un recorrido bellísimo y una mañana estupenda, que afortunadamente no fue mala como habían anunciado profusamente, sino primaveral.

A las nueve y cinco partimos en salida ordenada desde la Plaza del Ayuntamiento dirección Islares, por la carretera general antigua. Pronto, tras el repecho de salida, empiezan los primeros escarceos para tratar de colocarse cada uno en su sitio, o al menos en algún sitio. Yo igual. Me encuentro un tanto incómodo, por el viento que da de lado, racheado, y porque la cena del día anterior fue desmesurada (acompañada de un crianza también en la misma medida, por qué negarlo).

Bueno, así vamos pasando los primeros toboganes antes de llegar a Islares. Todavía la avanzadilla de la carrera se intuye no demasiado lejana, de tal forma que cogiendo un pelotón de esos que se van formando espontáneamente recuperas posiciones. Después llegamos a Ontón y comenzamos la primera subida (¿Candina?), la que tiene en su mitad el desvío hacia Oriñón. Hay gente que se empieza a quedar, pero sigue habiendo muchísimo apelotonamiento. El número de inscritos debió rondar los 800 –era el límite-, y aparentemente eso era un número nada despreciable, al menos esa era la sensación cuando veías la cantidad de gente que nos habíamos juntado.

Tras ese primer alto, me engancho detrás de un tipo corpulento –la tónica del día iba a ser esa; aprovecharme también al máximo posible del trabajo de los demás- en el serpenteante llano de arriba antes de empezar la bajada hacia Liendo. Allí tomamos el desvío hacia el interior por una bonita carretera que nos llevaría hacia la primera dificultad montañosa del día: el alto de Seña. Se trata de una cuesta de unos 4-5 kilómetros, en un entorno boscoso muy bello y donde empecé a subir a tren, yendo cómodo sin forzar pero tampoco yendo de paseo. Pienso que no está mal. Me fijo hacia la mitad de la subida y veo que aún me quedan otras dos coronas por meter. O sea, que voy con el 23, y a unos 14-15 por hora.

Las rampas se van sucediendo lentamente (subiendo siempre pasan las cosas más lentamente), hay algún descansillo que viene de fábula para recuperar y después vuelve la inclinación a la carga. Me pasa un grupo con una gente, no mucha, que va un puntito más que yo y me trato de enganchar. Nos vamos conformando un grupo numerosillo al que hay que añadir que nos tropezamos con más gente a lo largo de la carretera. Aunque puede que sea un ritmo un punto más acelerado que lo deseable, continúo así hasta un llano intermedio antes de encarar el tramo final, que hago sin problemas.
Arriba, un cartel fosforescente nos advierte de que nos espera un descenso peligroso. El suelo está húmedo, con esas manchas oscuras que hablan de que ha habido humedad reciente que no se acaba de ir. La zona es umbría y eso nos hace bajar con precaución.

En una curva a izquierdas, veo una bici apoyada en la valla quitamiedos, en pleno ápice. Junto a ella, dos ciclistas a quienes digo que esa bici ahí está mal, justo cuando caigo en la cuenta de que su propietario posiblemente haya tenido un accidente en ese punto. Más abajo ese temor parece confirmarse ya que un gran grupo de ciclistas parados a la derecha comentan en voz alta esa circunstancia. Más adelante vería más casos; desgarrones en los culotes, costados ensangrentados y algún pómulo con hematoma… buf, qué mal rollo.

Llegamos a Limpias, y pronto nos aprestamos a tomar el desvío, cruzando el río Asón, hacia los pueblos interiores de Marrón, Udalla y Gibaja, por una carretera interior muy bien asfaltada y sin tráfico. El recorrido es magnífico –ya lo conocía de mis salidas desde Noja-, lo malo es que no se puede disfrutar en toda su magnitud porque bastante tiene uno con tratar de mantener la rueda del que le precede. Particularmente, a mí me ha tocado un paisano de una enorme corpulencia que cuando se decide a acelerar lo hace “cambiando el paso” de una forma estratosférica, de modo que me saca tres metros que para recuperarlos debo echar el resto, o si no lo pierdo. También hay otro corredor de muy buen andar que se releva con él. Yo a rueda. Bastante tengo.

Poco antes de Ramales, y hasta tomar el desvío a la izquierda hacia Carranza, hay un repecho bastante duro que hace que esté a punto de perder contacto con el grupo donde iba, pero afortunadamente pude mantenerme allí de algún modo y recuperar al tomar la nueva carretera.

Pronto vamos alcanzando a más gente, hasta que por fin atrapamos a un grupo numeroso y por fin nos quedamos de una manera más relajada hasta la hora del avituallamiento. Resultó que en ese grupo vislumbré un maillot de Zaker, patrocinador de uno de mis habituales compañeros de ruta, Ricar; pero resultó ser Dani (otro Dani, no quien mencioné al principio), un chaval simpático y “un poco” dado al ditirambo. Así que, mientras descansaba de los excesos anteriores, me evadí escuchando relatos bélicos de sus andanzas por Italia cuando se tuvo que hacer 50 kilómetros solo al final de una marcha maratoniana, o cuando fueron a 55 por hora no sé dónde, o dejó a un par de italianos tirados cual colillas yéndose para adelante en alguna otra ocasión. Entretiene, la verdad, este chico. Dani me dijo que había visto a mis colegas de la S.C. (quienes habían preferido hacer la marcha por su cuenta, a ritmo más pacífico) unos 10 km. más atrás, así que dejé de buscarlos definitivamente por entre el resto de la gente y me dediqué a seguir y acabar la prueba lo más dignamente posible.

Llegamos al avituallamiento, en una especie de plazoleta natural que aprovechó la organización, que nos sirvió ágilmente según llegábamos una bolsa con diversas viandas, entre las que aproveché un pastelillo, una barrita, agua y metí al bolsillo trasero un par de envases de glucosa que me vendrían después de perillas. Me entretuve lo justo. Vi, mientras comía, que llegaba “un autobús de gente” o sea, un pelotón muy numeroso. Así que en cuanto estuve más o menos alimentado y con el bidón otra vez lleno (y “el otro” vacío, je je), retomé la partida. Antes, por si acaso decidía por la razón que fuera tomarme las cosas con más calma a partir de entonces, miré el ciclómetro para ver mis números hasta entonces: tras 1 hora y 51 minutos y creo que unos 53 kilómetros, llevaba ¡28,8 km/h de media! Para mí eso ya era bastante.

Pues tras el avituallamiento justo empezaba la segunda y principal dificultad montañosa de la jornada: el alto de La Escrita. Estaba en duda sobre si lo que estaba subiendo en ese preciso instante sería realmente ese alto o alguna trampa intermedia no identificada, pero ante la larga duración de la cuesta fui convenciéndome de que sí. Llevaba buen ritmo –incluso puede que demasiado bueno- y fui pasando gente, aunque también había quien me pasaba a mí, claro; pero mi respiración se iba haciendo más agitada, hasta que más o menos a media subida decidí subir un piñón. De todos modos iba más rápido que en Seña. La subida era larguita, pero el día seguía siendo magnífico, así que me decía que adelante, que tras coronar todo lo que me quedaría sería llegar de una manera o de otra.

Llego arriba. Ahí está un grupo que parece estar esperando a alguien, y entre ellos veo a Dani, con su maillot de Zaker y su preciosa bici nueva marca Botecchia, o algo así. Antes tenía una Colnago negra de carbono, no sé si C-40 ó C-50 (no estoy tan al día de las novedades del mercado), me estuvo contando que la tiene en venta, ya con 25.000 kilómetros. Mucha tela.

Bajo como siempre a mi aire, y pronto llegamos al cruce de Matanzas para girar a la izquierda dirección Guriezo, en lo que para mí es el mejor tramo que conozco donde dar rienda suelta a todo lo que puedas imaginarte encima de una bici. Es decir, a dar pedaladas sin contemplaciones dándote la impresión de que vas muy rápido, ya que el terreno tiende en todo momento a ir descendiendo. Si además se da la circunstancia de que te pasa un pelotón y aprovechas el rebufo, es el no va más. En mi caso no tuve tanta suerte o cometí el error (pardillo… fue el primero de dos consecutivos) de no esperar a un pequeño grupo que venía por detrás. De todos modos ese día había decidido exprimirme sin más consideraciones, a ver qué pasaba. Y lo que pasó es que más o menos a los cinco kilómetros de bajada me pilló un grupillo de cinco o seis corredores con Dani al frente invitándome a engancharme, lo que obviamente hice. Y así fuimos en rápida armonía. Dani no era el único que tiraba, había otros dos, uno de un club ciclista de Lodosa y otro sin identificar. En un momento determinado pasé a relevar, un poco movido por la inercia del grupo y otro poco por el por qué no; vamos a demostrarle a Dani que aquí hay clase. Segundo error. Di tres o cuatro relevos, los últimos ya con amagos de calambres y las pulsaciones absolutamente disparadas. En cuanto pude, me metí en dos momentos en que fui relevado los dos envases de glucosa tratando de recuperar energías si era posible dado el cansancio que llevaba acumulado, pero sin demasiada fe. Pero no quería hacer caso del pulsómetro. Hoy no.

En algún repecho las pasé canutas. Particularmente sufro en una recta de unos 500 metros que hay justo antes del cruce de Guriezo, un cruce de cuatro caminos por donde se pasa prácticamente en cualquier ocasión que hagas un recorrido que salga de Castro. Muy recomendables recorridos, por cierto.

Cuando llegamos a la antigua general de nuevo, a la altura del Pontarrón de Guriezo, me digo y le digo a Dani que hasta aquí, que ya no doy más de sí. Parece que hay cierto consenso en implementar un poco de calma, y vamos caminando sin tanto énfasis. Pronto me doy cuenta de que ya no voy, y en Islares, a nada que me pongo de pie noto calambres en las piernas. Así que en el siguiente repecho les dejo ir con gran resignación, pero me había dicho que hasta que reviente, y efectivamente reventé.

De ahí a la llegada –unos 6 km.- sólo había que tomárselo como un paseo, no había posibilidad de otra cosa. Coincidí con otro “cadáver” circunstancial con el que departí amigablemente esos últimos kilómetros. Al poco nos sobrepasó un gran pelotón de unas cuarenta unidades al que, tras un último e infructuoso esfuerzo por unirme, tuve que decir adiós desde mi vaciedad.

Llegada a Castro, tras 98,6 kilómetros sobre las 12 y veinte del mediodía. Al cruzar la señal de meta situada en el mismo puerto pesquero, quito el ciclómetro de la bici para que no distorsione las cifras, me voy a por el recuerdo-obsequio de la marcha, me quito como puedo el dorsal y voy a agenciarme una coca-cola enlatada que me refresque mientras me dirijo hacia donde tengo el coche aparcado. Allí, entre trago y trago mientras me descalzo, mientras me cambio la ropa sudada por otra limpia, mientras analizo todo lo acontecido, mientras recupero la lucidez mental hasta entonces un tanto abotargada y espero a mis amigos para compartir un último momento de intercambio de sensaciones y de humor, me llevo la mano al bolsillo del maillot ya que no puedo reprimir la curiosidad: 30,2 km/h de media, la mejor cifra jamás alcanzada por mí en este kilometraje. Me pareció una pasada. Como también ha sido una pasada ir a 157 pulsaciones de media la última hora y 24 minutos, desde la salida del avituallamiento.

Pero el día mereció mucho la pena por varios motivos: por la climatología, por el espíritu con el que afronté la marcha, por el paisaje –aunque yendo en este plan se disfruta poco, es verdad-, por saberme “uno más”, y claro, por el resultado.

Creo que la preparación para la QH va por buen camino. Ahora debo insistir –la próxima, ¿la Erandio-Erandio del domingo? e ir incrementando el kilometraje.

¡¡Hasta la próxima!!

9 abr 2008

Bilbao-Bilbao 2008

La Bilbao-Bilbao, bien. Por partes: en su inicio la hice con mi amigo Dani y una compañera suya de trabajo, que era la primera vez que la hacía y que al parecer no tenía otra experiencia aparte del spinning. Esta chica se iba quedando en los repechos, así que para el km. 10 más o menos me dijo Dani que me fuera a mi aire, con mis compañeros habituales. Así lo hice, además acompañado por mi amigo Fructus, un chico fabuloso y padre de un compañero de mi hijo Alvaro. Fructus iba con bici de montaña y aguantó bien hasta la cuesta de Barrika (por Plencia), donde empezó a flaquear un poco y ya en Umbe se fue quedando. Decidí acompañarle para que no quedase solo (imagen de la foto)
y a mitad del recorrido, en el avituallamiento del Parque Tecnológico, acordamos que él se quedaría a esperar a su grupo de “mountainbikeros” que venían por detrás y yo mi iría hacia delante en busca de mis colegas de la S.C.

A partir de aquí, tras diez minutos de parada para comer y beber algo, tiré para adelante a toda leche, pasando mogollón de gente –siento que suene pretencioso, pero así fue- en los toboganes de Artebakarra y hasta Munguía. Había conseguido contactar con uno de los colegas en el Parque Tecnológico, que me avanzó que habíamos quedado en el bar “Dena Ona”, justo antes de los cuarteles.

A partir de Munguía, me enganché con un grupo de lebreles que tiraban como posesos y fuimos a toda órdiga, no sé ni a cuánto, pero era la leche. Al llegar al bar en cuestión allí no quedaba nadie. Así que vuelta a andar, poco a poco hasta que me pasó otro grupo a buena velocidad y a quienes me enganché (se nota mucho el efecto rebufo en los tramos llanos en bicicleta) hasta el pie de Gerekiz. Subí a ritmo y, tras la bajada antes de Morga, empecé a subir Morga a mi ritmo, y entonces empecé a encontrarme con los primeros “cadáveres” de entre mi grupo de conocidos: el primero, Fernando, un tiarrón de 1.90 m y unos 90 kg., con calambres. El segundo, Juanma, un poco más adelante, que iba a su aire y esperando a su hijo que venía un poco por detrás. Más adelante a Ricar, con quien finalicé la ascensión y que según me dijo ya iba “justito” porque no había entrenado demasiado.

Tras la bajada, tiré hacia delante a lo que podía a ver si echaba mano a los que me faltaban. Pero a la altura de unos 2 km. antes de Galdácano estaba la marcha neutralizada con un coche de la organización, Ertzaina, etc., habiéndose montado una aglomeración de mil pares de narices. No se podía pasar, así que nos llevaron a 25 por hora hasta Bilbao. Lo malo es que ¡a 25 por hora también en la subida del “Col de la Basilique”!, el repecho justo antes del túnel de Begoña, y ¡dolían las piernas…!

Bueno, llegamos sin más novedad a la una pasadas. Había salido a las 8 y veinte, un poco antes de darse la salida oficial.




Pasé un día extraordinario. No hizo especialmente buen tiempo, más bien fresco, pero al menos no llovió. Ya a la altura de Umbe arriba tenía una gran sensación de pena porque se me escurría la mañana entre los dedos…

Un paisano parece que falleció de infarto, yo no lo vi pero me contaron que le habían visto cómo le daban masaje cardíaco... por lo menos el hombre murió haciendo lo que le gustaba en la vida.