6 oct 2010

Alhambra: ¿elegía? ¿exégesis? ¿oda?

12 años de tu vida. Una vida de 12 años.

Álvaro tenía dos años y medio. Le encantaba ir en coche; para entonces había conseguido que dejara de protestar y –quizás porque aprovechaba el hecho de no llevar airbag delante en el ZX- al ir mirando hacia delante, podía disfrutar del paisaje. Para él, todo ZX que veía e identificaba por la calle era “¡iguaaal! ¡iguaaal!“, y por ende, nuestro coche era “el coche igual”.

Por aquel entonces, David tenía un año recién cumplido. Ni siquiera yo tengo noción de su experiencia con ese nuestro anterior vehículo. No tengo recuerdos, casi, vinculados con los niños, más que con nuestro Seat Alhambra. Era noviembre de 1.998, y más por curiosidad que por otra cosa, me acerqué una tarde al concesionario de Lejona. Y allí estaba él. Soberbio. En la sombra, como apartado. El joven vendedor me iba enumerando las excelencias con las que contaba, pero yo me las sabía todas. Al llegar a casa, sólo le dije una cosa a Pili: “si tú quieres, nos lo quedamos”.

El Alhambra nos ha acompañado durante todo este tiempo en el que hemos sido no sé si felices, pero hemos sido una familia. Hemos viajado en los tiempos de ocio, de hacer grupo. Hemos vivido, dentro de él, sonrisas, ilusiones, ratos de solaz y también de cansancio, cómo no. Pero siempre con una meta identificable con ocio, con bienestar, con lo que uno cree que es sentar las bases, los cimientos, de una estructura fuerte, fuerte, como es la familia. Casto también estuvo allí. Y Jacinta, claro.

Y él nunca nos ha pedido nada, nada más allá de un poco de combustible –bien poco-, un poco de atención y algún remiendo que otro, más frecuentes a medida que pasaban los años. Pero era noble, noble hasta para decirme hasta aquí, cuidado que esto ya no. Pero, caramba, ese hasta aquí daba mucho juego, vaya que sí. Recuerdo mi primer viaje a Zaragoza con él, cuando al llegar ¡de pronto! a la salida de la misma Zaragoza me di cuenta de que, a pesar de todo su equipamiento, su verdadero poder estaba en un formidable motor, un propulsor como nunca había conocido.

Mi hermano Toño dice que los coches tienen alma. No sé si eso es así, pero sí creo que tienen un comportamiento. Y no por cómo es él –el coche-, sino por cómo soy yo con él. Hablo de simbiosis. De fluir la conducción. Hablo de sentir, de intuir, de adivinar, de prever, de saber el comportamiento, la conducta, del bicho cuando tú le tratas. Esa suavidad en el ronroneo y la respuesta inmediata a nada que oprimes el pedal. Ese exigirle a veces, con decisión, y darte generoso lo que lleva dentro, que es mucho. Esos calentones por autopista, con los tuyos pendientes de otras cosas que no tienen nada que ver, alborotando ignorantes de tu intensa experiencia.

Hoy, al aparcarlo por última vez, vi que quedaba allí, sereno, presto, leal como siempre. A pesar de que yo me iba para no volver. Era como una especie de traición.

Nunca te olvidaré, viejo amigo.