29 mar 2012

Algo de mis principios ha muerto

Algo de mis principios ha muerto. Aquellos principios que nos hicieron sentirnos cómodos, identificados e incluso alegres entre la clase trabajadora, aquella que reivindicaba igualdad y reparto de la riqueza. Éramos solidarios, y esa misma solidaridad que tú dabas cabía esperarla de los demás.

Hoy 29 de marzo, no he secundado la huelga general.

No por falta de convicción ni por presiones de la empresa; creo que por primera vez he sido lo suficientemente lúcido para darme cuenta de que había que dar un paso al frente y defender, aun a sabiendas de que iba a servir de poco, los derechos que tantos y tantos años ha costado conseguir, y que una vorágine de hechos de tan inciertos orígenes como devastadoras consecuencias, han convertido en casi nada. En polvo que se va a llevar el viento.

A partir de ahora seremos un minúsculo e irrelevante eslabón en la cadena, un elemento prescindible al que alimentar con el soma de Aldous Huxley en Un Mundo Feliz, un engranaje rápidamente sustituible por otro más capaz y menos problemático.

Al final, los gobiernos, los mercados, el FMI y la madre que los parió se salen con la suya. Maldita sea su estampa por siempre jamás.

Y todo ¿por qué? Porque en mi vida, como supongo que en la de algunos de mis compatriotas, en mi casa entra una fuente de ingresos que se puede morir; una luz que se puede apagar. Porque veía a mi mujer por la calle trasegando con el objeto de su servicio, ese mismo que nos ha dado de comer y nos ha procurado un bienestar durante tantos años. Porque me veía a mí mismo negándome a ayudarla, en razón de mis principios, esos mismos principios que mencionaba antes, mientras ella se deslomaba tratando de llegar a tiempo a los compromisos adquiridos, esforzándose, consiguiéndolo a duras penas o sin conseguirlo. Recurriendo a terceros, profesionales o no. A otros familiares o amigos, a taxistas, en fin. Siendo yo un extraño para ella.

Algo nos ha alejado durante este tiempo de crisis. Algo ha dibujado en nuestros rostros una sombra de vejez y hartazgo que nos impide ver un futuro en el que poder disfrutar de las migajas que nos deje una existencia volcada en el trabajo y la responsabilidad.