13 sept 2007

Jerez 2003

¡Hola! Para que veáis que no todo van a ser aburridas historias de pedales, ahí os va una de dos ruedas pero con motor, que aconteció en mayo de 2.003 y que recuerdo como una de las mejores vivencias que he tenido; en esta ocasión me acompañó mi hermano Jorge en un casi imposible viaje Bilbao-Jerez de la Frontera ida y vuelta en un fin de semana, a ver el Gran Premio de motos.

En su momento gustó bastante, espero que los que no lo hayáis leído disfrutéis de él.

Saludos,

Edu



Sábado 10 de mayo de 2003, siete y cinco de la mañana. Llego apurado al Sagrado Corazón, donde había quedado con Jorge, porque hubo un pequeño error de cálculo a la hora de recoger toda la indumentaria prevista para caso de lluvia. Pero allí estaba él, ufano y sonriente, dispuesto a discurrir a lo largo de, sí señor, toda una aventura ¡nos íbamos a Jerez!

No había reglas, no había normas, sólo pasarlo bien. Si quieres pasar tú adelante, pasa; si me apetece a mí, pasaré. Si quieres parar a descansar, me lo dices. O a tomar café. O a mear. O a echar un purito. O unas risas. O lo que quieras. Yo lo haré también.

Salimos sin abrigar nuestras piernas, y eso, una vez en la meseta, se nota. La primera parada en condiciones, la del desayuno, sirvió para meterme el pantalón acolchado de agua de Pili, del año maricastaña. Pero abrigaba ¡ya lo creo! Jorge se hizo el duro y me cedió su uso, por respeto a las canas, jajajaja, lo cual aproveché, por supuesto. Café trrrraaaanquilo, dos madalenas de esas largas envasadas y purito para mi colega. ¿Qué tal, Jorge? “Lo estoy pasando de puta madre”.

Jorge es probablemente el mejor compañero para un viaje de estas características. No pone pegas a nada, disfruta increíblemente y encima es agradecido.

Las motos, perfectamente puestas a punto y lavaditas, afrontaban, como nosotros, el mayor reto de su carrera. Sin embargo, éramos optimistas y no había por qué pensar que no saldría todo sobre ruedas. La mía se mostró bastante bebedora, lo que hizo que nuestra autonomía no pasara de 220 / 230 km. No es que importara mucho, aunque había que estar pendiente del marcador por si acaso, sobre todo en esas llanuras extremeñas en que puedes quedarte tirado si te descuidas. Por cierto, en una gasolinera estaban apostados dos motoristas de la Guardia Civil, charlando y haciendo bromas con los tipos que por allí vagaban; uno de los guardias ¡fumando!. Así, dando ejemplo. Tuvimos que tener gran cuidado de no entrar directamente en la gasolinera (estaba en el carril izquierdo), ya que había una doble raya continua. Ello nos obligó a andar un kilómetro hacia delante para girar 180 grados después y poder repostar. Y, bajo su atenta mirada, lo mismo para salir.

Hora de comer. Hemos llegado a Cáceres, lo acabamos de sobrepasar. Son como la una y media de la tarde y, entre el calor que empieza a hacer y el cansancio que se deja notar, me va apeteciendo parar a comer y así se lo indico a Jorge, en marcha, por señas, claro. Veo un sitio con buena pinta y allí que nos vamos derechos; resultó ser un restaurante que tenía comuniones ese día, pero nos debieron ver cara de mártires y nos prepararon un estupendo plato combinado a base de filete, patatas fritas y dos huevos que comimos con fruición, por supuesto. Cafelito mientras veíamos los entrenamientos del G.P. por la tele ¿qué más podíamos pedir? que hubiera menos bullicio en el lugar ¡cómo gritan los extremeños! no sé de qué me suena...

Anécdota: mientras comíamos, observo un abejorro descomunal paseando por la cristalera junto a la que estábamos. Le digo a Jorge: “jodé qué cacho abeja, ten cuidado”

.- “no es una abeja, es un díptero; fíjate que tiene dos alas, las abejas tienen cuatro. Seguramente será una evolución de alguna especie de moscardón que haya por aquí, para sobrevivir y bla, bla, bla...
- Además, es macho”
- “¿...?”

Después de comer, partimos suave suave dirección Mérida, que yo creía que estaba más lejos de lo que estaba. Tenía intención de enseñarle a Jorge el Teatro Romano y todo lo que rodea ese paraje, del que tenía un recuerdo impresionante. Llegamos pronto, aún estaba cerrado por la pausa del mediodía y no nos quedó más “remedio” que parar a esperar, tomando un cafelito con hielo en una terracita en la sombra, cerca de la entrada.

Al aparcar las motos, un chaval con una pinta de yonqui que no podía con ella, nos indicó enseguida dónde teníamos un buen sitio para aparcar. Me dio lástima y le di un euro, que agradeció. Da lástima esta gente. Están más tirados que las ratas, no tienen porvenir y a todo lo que aspiran es a dejar un día el pozo en el que viven y marchar, hacer algo como los que íbamos de visita, se notaba en su mirada cuando le contamos dónde íbamos a estar al día siguiente, en su sonrisa desdentada y soñadora. Algún día iré yo también, nos dijo. Como si fuera conquistar América.

La visita fue rápida, forzosamente más de lo necesario, pero no podíamos entretenernos demasiado. A Jorge le impresionó, como a cualquiera que ve aquello por primera vez y se imagina lo que un día fue, y seguramente le creó esa inquietud por volver a verlo con más calma.

Continuamos marcha en el tramo más gratificante de todo el viaje. La belleza del paisaje y de la carretera en esta época del año es increíble, los campos son verdes, un verde más mate, más tenue, con un leve tono azulado quizás, que mezclado con la luz del día y con la vegetación del lugar (encinas y olivos, incluso vides pero de otro tipo, más alto quizá) los hacen incomparables; se nota un olor especial que te va embriagando. Esto no lo hay viajando en coche, no señor.

Se va acumulando el cansancio y hay que estar pendiente de la carretera, de un único carril por supuesto, con curvitas y rasantes, asfalto no del todo bueno pero correcto para disfrutar. Aún no se ven demasiadas motos. Comento con Jorge ¿dónde están las custom? (apunta, Toño).

Llegada a Sevilla, 19:30 horas. 31 grados en uno de los termómetros callejeros. Luz y sol, calles con gente, vida, color. Niñas paseando con sus tirantitos, arregladas, preciosas. Guiris y gitanillos, tiendas de souvenirs. Coches y motos, no demasiados.

Paramos un par de veces hasta localizar el hostal. Damos muy bien con él, son las 19:40 y, tras aparcar las motos nos palmeamos las manos y vamos a recepción a tomar posesión de un merecido descanso y una ducha reparadora. El plan era salir de tapeo por los alrededores de la Plaza de Cuba, puede que incluso llamar a un amigo que dejé en mi antiguo paso por esta ciudad.

El caso es que, una vez en el hostal, el tipejo con cara de búho retrasado que había en recepción empezó a darnos largas aduciendo que quien estaba en la habitación que íbamos a ocupar no se iba. ¿Y a mí qué? Oiga, llevamos 900 km. No me ande con chorradas y déme una habitación, usted verá lo que hace. Me la confirmó por teléfono.

El tío que mire usted, que es que a ver qué hago yo ahora, fíjese usted... Me empiezo a mosquear y le pregunto directamente si nos va a dar una habitación o no. Como quiera que seguía con lo mismo, le pido el libro de reclamaciones. El tío con la misma música, parecía que rezaba el rosario por lo bajini. Vale, tronco. Ya está bien. De la misma marco el 092 en el móvil y solicito la presencia de la Policía Municipal, a ver este tío que se niega a facilitarme el libro de reclamaciones.

A esto que el búho parece querer empezar a negociar, me pide el nombre como buscando una solución, pero ya me había tocado los cataplines y además no era cuestión de quedarse en territorio que ya era hostil. No sé muy bien por qué –creo que es porque me estoy haciendo perro viejo- llevaba un par de hojas sacadas de Internet con una relación de todos los hoteles de dos estrellas de Sevilla, al menos los que publicaba la página que había consultado. Mientras esperaba la presencia de los munipas, larga espera por cierto, comencé a llamar desde allí mismo hasta que, a la quinta, un hotel me dijo que estaban completos pero que tenían unos apartahoteles. Como no era cuestión de decir esto quiero y esto no quiero en esas circunstancias, cogí la oferta al vuelo. 90 Euros más I.V.A., pero resultó estupendísimo. Dos habitaciones, cocina equipada, aire acondicionado, una terracita... Estupendo para ir con la family a pasar unos días a Sevilla. Si os interesa, preguntar en el Hotel Baco de Sevilla.

La poli llegó después de hora y veinte minutos de espera, cuatro llamadas, una amenaza de irnos y sugerirles que hicieran lo que se les pusiera en la punta de la porra, para, por fin, poder llenar nuestra hoja de reclamaciones y marcharnos de allí con la conciencia tranquila. Ya está bien de avasallar, por lo menos que no duerman tranquilos.

Total que, para cuando fuimos a nuestro segundo hotel, ducha, cambio de ropa y tal, nos dijimos que “vamos a lo sustancioso” o sea, a cenar. En los bajos del apartamento había un restaurante como otro cualquiera, así que no nos complicamos la vida. Eran como las diez y media de la noche, y disfrutamos de un mano a mano relajado y cordial, con charla amigable y placentera entre nosotros y con la esporádica presencia del simpático camarero. Menú: revuelto de espárragos trigueros con jamón del bueno, ensalada mixta y una riquísima dorada, Jorge al horno y yo al ajillo. Regado con un par de cañas “comme il faut” de la tierra. Todo un homenaje.

12 de la noche. Decidimos que estamos viejos, cansados y además somos inteligentes, por lo que la noche de orgía y desenfreno daría paso a una de presuntos ronquidos vulgaris, ya que a la mañana siguiente había que levantarse a las siete para poder llegar a tiempo de entrar al circuito sin prisas ni las complicaciones de última hora. Me acordaba de que los accesos al mismo eran todo un caos, y así fue.

Mañana del domingo. Nos preparamos rápido, y en esto que mientras tanto me da por poner la tele más por inercia que por otra cosa, cuando me encuentro con que están echando en una cadena autonómica el vídeo de Álex Ubago donde sale Janire. Nos quedamos los dos como pasmarotes mirando y cantando, y comentando una vez más las excelencias del vídeo, de su intérprete femenina y de la canción, que tarareamos durante un buen rato. ¿Sabes...?

El vídeo inmediatamente posterior era de Isabel Pantoja, lo que nos bajó inmediatamente de donde estábamos y espoleó nuestras ganas de partir.

Sobre las carreras nada os voy a contar, ya os habréis enterado por la prensa. Sólo deciros que mereció estar ahí para ver la machada de Toni Elías, comparable solamente a otras anteriores de Crivillé ante Michael Doohan o alguna de Alberto Puig, Checa en Montmeló o la última de Sete. Pero más emocionante aún. Lastimado, en inferioridad de condiciones, contra cuatro y viniendo desde atrás. Eso son cojones. Y lo de Fonsi, lagrimones.

Salimos del circuito a las tres de la tarde, nos costó la tira llegar a las motos, salto sobre una acequia incluido, y una vez de haber llegado tuvimos que soportar una retención como nunca había padecido en moto. Eran las cuatro y cuarto cuando salimos a carretera libre.

La vuelta. Lo peor. El miedo a no poder. Más cansancio, muchas horas por delante. Incertidumbre, puede que incluso riesgo. Pero estamos imbuidos de paciencia, nos hemos repetido hasta la saciedad que pararíamos las veces que hiciera falta. Al principio era más ameno, hasta divertido. Era increíble cómo en cada puente que cruzaba la autovía se agolpaba la gente para ver pasar la caravana de motos que se dirigían primero hacia Córdoba, luego hacia Madrid, saludando y agitando los brazos. ¡Incluso llegué a ver una pancarta! ponía “BUEN VIAJE, MOTERO”. Alucinante. Al principio yo recelaba, creía que los críos podrían lanzarnos piedras, lo que podría costarnos un disgusto, pero no sólo me equivoqué sino que fue una de las mayores gratificaciones del viaje. Ya a la ida los encontramos, aunque esta vez debajo de los puentes, a la sombra.

Llevábamos velocidades por debajo de la media entre las motos. El tráfico era denso también de coches, que muchos de ellos eran moteros sobre cuatro ruedas por cómo se comportaban con nosotros y porque iban, si no pintados, llenos de banderas, bufandas y camisetas del ídolo de turno. Pero la mayoría de las motos iban como 20 km/h por encima de nosotros. Particularmente imprudentes eran los portugueses, que llevaban máquinas con matrículas minúsculas y te pasaban por donde querían y sin avisar, lo mismo les daba por la derecha que por tu izquierda incluso si tú ibas por el carril de la izquierda. Me hizo recordar el mal recuerdo que tenía de cómo se conducía en Portugal la vez que estuve, hace unos doce o trece años.

Pero, ay, amigo. De repente ¡curvas! no sé cómo, pero habíamos llegado a Despeñaperros. Había mucho tráfico, pero me empecé a animar ¡aquello era divertido! y era lo único parecido a una carretera de curvas que nos íbamos a encontrar en todo el trayecto de vuelta. Así, que “ajusté cuentas” con alguna que otra “erre”, sobre todo haciéndole una exterior a un tío en una paella en la que había colocada estratégicamente mogollón de peña, se conoce que para ver el presunto espectáculo. Cagüen diez... Si es que no pierdo ese punto de insensatez.

Jorge tenía problemas de estabilidad, llevaba el neumático trasero cuadrado y eso le condicionaba un poco, pero es que lo quería apurar antes de gastarse los cuartos en uno nuevo.

Nueva parada. Media tarde. Comienza a atardecer, a bajar la luz, y después del puerto ha comenzado a refrescar. Las pantallas de nuestros cascos están llenas de mosquitos, tenemos que lavarlas en cada parada, y además esta vez limpiamos de mosquitos también nuestros faros, que llega la hora de viajar de noche y toda luz será poca. Con el atardecer llega el climaterio de nuestro ánimo, aparecen mensajes en nuestros móviles que hay que contestar, Jorge continuamente da novedades y yo trato de mostrarme animado y festivo: hay que transmitir humor.

Con la noche llega el verdadero cansancio. Uno cambia de postura no sé sabe cuántas veces, se sienta adelante, atrás, va hasta de pie, pone los pies sobre las estriberas de atrás... Mira hacia delante y es todo lo mismo, carretera, una sustancia gris que hay que atravesar entre líneas de color blanco, sin horizonte, sin porvenir. Monotonía, tiempo que se hace largo, y frío. Otra vez frío. Miras para arriba y ves un cielo estrellado y una luna que quiere crecer. Y más frío. Entonces puedes llegar a sentir de una manera remota lo que pueden llegar a padecer los pilotos del París Dakar.

Once y media de la noche. Pasamos Madrid y efectuamos una nueva parada. Tras repostar, entramos en la tienda de la gasolinera y nos hacemos con un par de sandwiches cada uno que tenemos que comer en el bordillo de una acera. Allí, sentados, cabizbajos y abatidos, tratando de sacar un sandwich de su envoltorio de plástico prefabricado sin que se me caiga al suelo, la estampa me hace parecer más desoladora que en ningún otro momento del viaje, es lo más parecido a una derrota desde que empezó. Realmente, en esos momentos uno no sabe qué nos hace dejar todo y lanzarnos a la aventura de lo desconocido, del rodar sin saber si hará frío o calor, si encontrarás gente amable u hostil.

Por fin, en el peaje de Arrigorriaga Jorge y yo chocamos nuestras palmas bajo los guantes sabiendo que lo habíamos conseguido. Era muy tarde pero daba igual, estaba hecho.

¿Con qué me quedo? Con la ilusión inicial, con la belleza del paisaje extremeño en primavera, con la camaradería de Jorge, con la carrera de Toni Elías, con ese “buen viaje, motero”, y con la satisfacción de haber conseguido un reto muy difícil.

¿Qué quitaría? ... mmmmhhh... no sé, lo he olvidado.

Ahora Jorge me llama motero. Eso son galones.





Amigos para siempre

Urkiola

¡Hola! Me he animado a incorporar un relato sobre el que considero la pequeña "Meca" del ciclista vizcaíno, para mí el monte más duro de Vizcaya, y eso que desde que lo han reasfaltado dicen que está un poco descafeinado... habrá que probar un día de éstos. Pero me ha parecido que refleja bien el esfuerzo y lo entre perplejo y esperanzado estado de ánimo con que afronté el puerto hace y la friolera de ¡siete años!

Muchos saludos a todos,

Edu




Domingo, 30 de julio de 2.000

10:45 h., el regreso.

Mi mujer, al verme llegar y cruzarse nuestras miradas, me inquirió:

- ¿Qué, qué tal?

Sólo pude responderle:

- Estoy vacío.





1.- INICIO DE UNA AVENTURA.


6:28 AM. El despertador ya ha sonado.

Es la hora. Pereza, mucha pereza. Me levanto, me refresco un poco y a vestirme. Desayuno un plátano y café con galletas, como siempre.

7:15 h. Llego al lugar previsto, Erletxes. Aparco y, después de echar la meada del miedo en unos arbustos mirando de reojo por si a alguien le sienta mal, me preparo para salir. Pienso que, después de estos últimos días, un coche aparcado en un lugar tan solitario (no hay ningún coche más) puede despertar sospechas, pero en fin... que llamen a mi mujer y que les ponga al corriente.

7: 19 h. Salida. Las primeras pedaladas me dicen que no voy fino, será por la hora o por las tripadas de esta semana. Se me ha olvidado pesarme antes de salir, aunque no creo que lo que he dejado de ver sea especialmente alentador.

Pasan un par de km., voy dirección Durango, hasta allí todo es llano. Al menos en coche lo parece. A mano derecha veo campas blanquecinas de rocío. El sol aún no ha salido, detrás del monte Oiz hay unos rayos anaranjados que se escapan entre alguna nube que está aparcada en su cima, aunque hoy no va a ser día de muchas nubes, ni de pocas.

Voy con el 19 metido, a veces el 17, que estreno junto con el 15. Ten calma, ella está ahí, esperando, no se va a mover. Vuelvo a poner el 19. Si pedaleo con cierta alegría puedo ir a 26/27 km/h con él. Hoy no es un día para calcular medias, pero sabes que lo vas a hacer. Hoyes un día para llegar, para hacer lo que te has propuesto hacer, en el tiempo que haga falta. Desatasco las cañerías nasales cada dos por tres, no respiro a gusto, nunca lo he hecho, quizás hubiera debido operarme hace años para abrirme las fosas nasales.

A las 8 puedo estar en Durango (km. 16), y a las 9 arriba, si llego. Son 5,6 km. de ascensión con una pendiente media del 9,3% y rampas del 14%, he leído esta semana en Internet. ¿Adónde voy yo? He de regular, paro otra vez, la cosa es llegar, sólo son 5,6 Km, por malos que sean sólo son 5,6 km. Me grabo esa cifra y me digo que he de memorizar el parcial de mi marcador cuando empiece el puerto, para saber en cada momento cuánto me queda, por si ello me puede ayudar.

Otro repecho, es el tercero ¿no hemos quedado en que era todo llano? Mierda, no sé si quitar plato pero me basta con subir hasta el 21. Regula, regula. Estoy lleno de ansiedad.

7:42 h. Salgo de Amorebieta. Hay bastante tráfico a pesar de la hora. He visto la primera cuadrilla en bici, que salía en ese momento, pero en sentido contrario.

La ansiedad se confunde con el temor y con la duda -siempre la duda-, me voy acercando, paso Boroa, Euba, enseguida me planto en la papelera, Celulosas del Nervión. No huele mucho, eso pasa cuando hay viento sur ¿viento? No sopla una brizna de aire. Luego, en Durango, me llegará el tufo.

Por aquí pasará el pelotón de profesionales el domingo que viene a 50 por hora. Yo voy a la mitad.



2.- CAMINO DE LA CUMBRE.

Llego a Durango, enfilo la carretera de Vitoria y allí están las moles. Un gran peñasco rocoso a la izquierda, otro más verde a la derecha. La carretera irá por el medio, me digo ¿pero adónde voy? Parece ir picando hacia arriba, porque ya no pedaleo con la misma soltura, que tampoco era mucha.

Recuerdo nombres de algunas empresas que conocía, Fosroc, Prolim. ¿Dónde está Mañaria? Primero llego a Izurza, hay una cantera tremenda. Hace poco se despeñó un obrero con un dúmper. Caída libre de 70 metros, nada se pudo hacer.

Pedaleo inseguro, bajo coronas, vuelvo a subir. Arriba, a la izquierda, está el Amboto, también cubierto por un manto de niebla. Allí está ella, esperando... Estoy seguro, es la Dama. Ella también sabe.

Llego a Mañaria. Muchas casas tienen carteles pidiendo el retorno de los presos a Euskal Herria, mapa negro con flechas rojas. Sangre y muerte.

Sigo, es el pueblo de Gorospe. Me pregunto qué le diría si me lo encuentro. Cuando se retiró, Induráin vino a cumplimentar su adiós en una prueba bajo la lluvia tan intrascendente como emotiva. Pude haberme acercado a El entonces, me gustaría tener su firma en el libro con su biografia. Otra vez será.



3.- LA SUBIDA.

8:12 h. A la salida de Mañaria, tras una pequeña recta, veo un gran cartel azul anunciando: "PUERTO DE URKIOLA: ABIERTO". Y detrás, la primera rampa. No me da tiempo a pensar, en cuanto llego quito todo y meto el 26, todo lo que tengo. No hay más, aquí estamos. A aguantar y a sufrir.

Comienzo sentado, a un ritmo que creo tranquilo y no me agota demasiado, al menos de momento. Pronto se suceden las curvas de herradura, la pendiente no desciende, es siempre la misma.

Rompo a sudar, el frío inicial ha desaparecido. Pasan coches, demasiados. Muchos franceses (estos gabachos, por no gastar en autopista son capaces de todo). Más rampas. Empiezo a pasarlo mal. Me levanto, un rato en bailón me ayuda. Al poco, la baja cadencia que llevaba se ha esfumado y me doy cuenta de que sólo debo intentar no parar. Empiezo a preocuparme por lo que llevo de subida, tengo fijo en mi mente el "28,2" en el parcial que me indicará que el infierno ha terminado. Aún llevo solamente 600 m de subida.

Animo, te vas a sentir orgulloso de ti mismo el resto del día, y parte de los siguientes, te dices. Hay que luchar. Me viene a la mente la rampa de Txakurzulo. Agujero para perros como yo, con su 14% ¿Dónde me estará esperando?

Más coches, ningún ciclista, sigo como puedo. No puedo con el desarrollo, el desarrollo me puede a mí. Si tuviera un 28...

No importa, ahora no importa.

1,4 Km ¡ya llevo el 25%! Debo seguir. Veo un caserón, pero no pone Txakurzulo ¿habrá cambiado de nombre? Cuesta tiene, pero no más de lo que acabo de hacer.

Estoy subiendo por donde pronto lo harán Jiménez, Escartín y Heras. Yo he llegado antes ¡fletes!

Un poco más adelante, posado tranquilamente en una curva a la izquierda, un cuervo parece observarme con siniestra e insolente mirada. Me acerco lentamente, no se inmuta. Está a sólo 5 metros de mí ¿se estará cachondeando de mi parsimonia? En ese momento, pasa un coche y echa a volar.

Llego a una zona con mucho verde, a la izquierda de repente no hay árboles, sólo unas ovejas pastando tranquilamente en una campa preciosa. Los equivocados somos nosotros que vivimos ahí abajo, qué paz se respira aquí.

Miro el marcador. 8 kmh. Faltan 3,2 km. Empiezo a creérmelo. Así que esto es un puerto de primera. Me voy animando. De vez en cuando me levanto, me ayuda a desentumecerme un poco. Veo una fuente, pero no paro. O subo de una vez o no subo.

Paso una zona más descansada, no meto otro piñón, prefiero recuperarme. Es el segundo descanso, antes tuve otro pero más corto. Ya no habrá más.

Llego a Txakurzulo, es un antiguo restaurante reconvertido en casa rural. Lo veo, aún de lejos, asomando tras una de tantas rampas. Una ese cerrada, y de repente, me doy cuenta. Ahí está el puñetero 14%, se ve a simple vista. Es una recta de -al menos- ­300/400 m, imponente. Ralentizo, si cabe, mi marcha, y cuando llego me pongo de pie sin pensar. Sigo de pie y arrastrándome, cada pedalada me cuesta más que la anterior. 6 kmh. Será que es lo mínimo que puede marcar.

Llega la curva, parece que algo se suaviza la cosa, será que volvemos al 9%. Vuelvo a sentarme. Quiero pedalear de una manera homogénea, no cabecear, no dar chepazos... Sufre, pero que no se note. Espíritu de Bugno. Imposible.

Tengo hambre pero ya comeré arriba. Que tire el organismo de las reservas que tanto me sobran. No quiero mirar atrás, qué rápido se desandaría todo.

Al poco, un caminante. Faltan 1,4 km. Tardo en cogerle. ¿Hay alguna fuente arriba? le digo. Creía recordar que sí, pero ahora mi mente no funciona, sólo pienso en llegar. Me dice que sí, frente a la ermita, que le espere en el alto y me acompañará. Narices, quiero subir yo.

Es un kilómetro y ya está, está conseguido.

Por fin veo el bar en el alto, ello me impulsa y, sin quererlo, mis piernas se mueven más rápido. Pero dura poco, no hay fuerzas extras, debo volver a mi "ritmo".

8:52 h. Cuando corono el alto, fugazmente veo el cartel con la altitud (700 y algo) y giro a la izquierda, en dirección a la ermita. La rampa se las trae pero no importa, veo la fuente y eso basta. Está logrado, ¡puedo decir que he subido Urkiola! A la altura del cartel miré el reloj: 39 minutos, mi número de mensajero ¡me gusta!


4.- EL RESTO DEL "PASEO"

El resto es pura anécdota, aunque una bellísima anécdota. En la bajada hacia Otxandiano el berrido de un cabrón (en su primera acepción del diccionario) acompaña mi paso. La bajada no es demasiado pronunciada y, cuando llego al pueblo, tras girar a la derecha ¡horror! Me encuentro con el cartel: PUERTO DE DIMA: ABIERTO.

Pero no hay tal puerto, son unos pequeños sube-baja que me tomo con la mayor filosofía, el objetivo está cumplido.

Me he comido en el alto dos barritas y voy a comerme una más. Paso por la preciosa zona de acampada, con sus barbacoas y todo, del Parque Natural de Urkiola, y por una granja escuela con un montón de chiquillos sentados a la puerta. Son las 9 y 20 de un domingo, y ya están todos vestidos y preparados para ¿qué? Es igual, seguro que algo bueno.

Llega la laaaaarga bajada hasta Dima. Casi no quito el piñón pequeño, aunque un par de veces me da la sensación de ir frenado por avería ¿o seré yo el "averiado"? 45 - 48 kmh ¿cómo puede ir nadie a esta velocidad en llano? Me parece imposible, jamás podré hacer algo semejante.

Una vista me emociona particularmente. Un águila, halcón o algo parecido, ave rapaz en todo caso, planea en medio del silencio a mi derecha. Está más bajo que yo y apenas se mueve, está suspendido en el aire en lo alto de un valle circundado por montañas, una de las cuales es la que estoy bajando.

Llego a Dima, luego a Yurre, una obra me retrasa al confundirme en la salida del pueblo, pero controlo todo eso para luego saber con exactitud la velocidad media. A pesar del esfuerzo, durante la subida he podido calcular el error del cuenta-km. Con bastante fiabilidad, en un tramo de 10 km: un 4% de exceso. Con ello podré saber mejor cómo ando.

Quiero mejorar la media (siempre lo mismo). La larga bajada me da tiempo a calcular la velocidad de la ascensión: han sido 39 minutos para hacer 5,6 km. O lo que es lo mismo, la escalofriante velocidad de 8,6 kmh. Algo así como 7,5 min. para hacer cada kilómetro. En alguna parte oí que los buenos emplean 2,5 min. por km. en las etapas de montaña...

He visto bastantes ciclistas subiendo Dima, ahora también me cruzo a muchos en la general Bilbao- Vitoria por Barázar, pero todos van en sentido contrario ¿por qué?

En la bajada hacia Usánsolo, me yergo en la bici soltando las manos del manillar y comiéndome las ganas de levantar los brazos. Al llegar a El Gallo, coincido con un (al parecer) corredor aficionado, de unos 20 años, que me adelanta pero me pego a su rueda inmediatamente. No puedo decir que haya adelantado a ningún ciclista, pero tampoco quiero ser sobrepasado. El tío lleva catalina pequeña y el piñón 3° más pequeño. Eso sí, es increíble la cadencia de pedaleo. Yo con 52x17 y a duras penas puedo aguantarle ¡va a 35 por hora! Pasamos como flechas a un vejete y me desengancho al llegar al coche, al que llego con una sensación de felicidad enorme a las 10 y 13 minutos.






CIFRAS:

Kilómetros recorridos: 67,9 (menos el 4% de error = 65,2 km.)
Tiempo empleado, una vez descontadas las paradas: 2 h. 44 mino .
Velocidad media (real): 23,9 kmh.
Velocidad media subida a Urkiola, tomada desde el cartel anunciador situado justo antes de la 13 rampa: 8,6 kmh.



CONCLUSIONES:

1ª) Sigo siendo un globero de mierda.

2ª) A pesar de eso, he subido Urkiola.

3ª) Induráin dijo una vez que envidiaba a los carpinteros y a los albañiles, porque eran capaces de crear cosas con sus propias manos, mientras que él se limitaba a subir una montaña para luego bajada, pero la montaña siempre seguía allí. Allí estaba antes, y allí seguía después, imperturbable.

Eso es cierto, la montaña no ha cambiado, pero uno mismo sí.

Carta a Iban Mayo

Carta al Director publicada en El Correo el día 4 de agosto de 2007

Somos muchos los aficionados que sentimos una punzada en el corazón con la noticia de tu positivo. Muchos los que nos alegramos enormemente cuando triunfaste en el Giro, después de tu travesía del desierto. Entonces, brindaste la victoria a los que habían estado contigo en los momentos difíciles, como suele hacerse en estos casos, y es natural. Y parecía sincero. ¿Y ahora, qué? ¿Qué les decimos a los que han confiado en ti después de todo? Yo creo que ya no hay que pensar en ti como ciclista, sino como persona. Por los antecedentes que has tenido en cuanto a altibajos, no ya de rendimiento sino emocionales, de carácter, quisiera humildemente proponerte algo: suéltalo, habla.

Sácate de encima esa farsa en la que os veis envueltos todos los 'pros'. Aunque te suponga enemistarte con algunos compañeros. Piensa que será por el bien de otros que vendrán por detrás, chavalitos que hoy están empezando y que no saben lo que les espera. Por el bien del espectador, del aficionado que os sigue por televisión y en la propia carretera, a quien le da lo mismo que subáis a 25 ó a 20 por hora. Sacudámonos entre todos esta hipocresía que envuelve el ciclismo actual. Quizá no estemos a tiempo de salvarte como corredor, pero me gustaría creer que sí como persona, porque lo que salga de aquí es el bagaje que te llevarás para el resto de tu vida. Pero has de ser valiente, más valiente que nunca. Por eso, hoy más que nunca, ¡Aupa, Iban!

http://www.elcorreodigital.com/vizcaya/20070804/opinion/animo-iban-20070804.html

6 sept 2007

Alto Campoo - Pico Tres Mares

Noja, 1 de septiembre de 2007


Comencé tan temprano como pude, a eso de las ocho menos diez. Como es menester en estos casos, muy tranquilo, plato pequeño y a ir cogiendo ritmo poco a poco.

Sin esperarlo, me sorprendió un duro viento racheado y frío que hizo bastante desagradables esos primeros kilómetros. Además, el recorrido era absolutamente llano y recto hasta la población de Valle de Cabuérniga, distante 11 kilómetros, con lo que desde el punto de vista paisajístico tampoco me aportaba nada. Sólo me vino bien para ver que aún soy capaz de hacer los kilómetros que hice, que al final fueron bastantes.

A partir prácticamente “del Valle”, como vi que la conocen los lugareños, el paisaje cambia y la carretera también, ya que se abandona la que sigue hacia la población de Carmona a través de un puerto denominado la “Collada” de Carmona, y Rionansa, otra zona que me gustaría visitar en otra ocasión.

Continuó mi ascensión, y digo ascensión porque, salvo tramos puntuales, la carretera va picando ya hacia arriba todo el tiempo. Sigo con sensación de fresco (no lo he dicho, la temperatura al inicio de la jornada era de 10º) pero con buen ánimo. Las casas, los pueblos que voy viendo son sencillamente espectaculares. Qué armonía, qué belleza traslucen esas piedras tan particularmente colocadas. Numerosas sencillas posadas me causan una gran tentación de venir a quedarme unos días por aquí, y aventuran un trato apacible de sus gentes.

Puestos ya en pleno puerto de La Palombera, discurro entre frondosa vegetación, ahora en sombra, por la que tímidamente aún se filtran los primeros rayos de sol, que empieza a despuntar. De todos modos, aún es muy pronto; estoy en un valle rodeado de altas montañas y éstas hacen que se retrase el momento de recibir los deseados rayos de luz y pequeño calor que temple un poco mi entonces frío organismo.

Los kilómetros van pasando muy lentamente. Para haceros una idea había calculado la cima de ese puerto en el kilómetro 37 a partir de un indicador anterior; no así las horas, que van transcurriendo sin correspondencia lógica con el dato de los kilómetros.

Mi marcha creo que no era mala, no quería forzarme pero tampoco ir demasiado cómodo, así que entre el 23 y el 25 fui haciendo la ascensión. De todos modos, las pulsaciones no eran elevadas, en ningún momento llegué a 150, lo que tampoco me parecía muy normal para el esfuerzo que estaba realizando. La enorme longitud de este puerto para lo que estoy acostumbrado hizo que, a pesar de no tener rampas demasiado exigentes, deseara llegar al final. Se me hizo largo. Por otra parte, la belleza del paisaje me fascinaba más y más. Hay continuas curvas casi de herradura que hacen amena la ascensión. En cierto momento se pasa por un puente sobre el río Saja, cuyo cauce hemos acompañado casi desde abajo.

Los últimos kilómetros los haces sin abrigo del arbolado, a plena intemperie. El paisaje cambia totalmente y lo que prima ahora son las praderas ocupadas por el ganado: vacas y caballos que pacen tranquilamente sabiéndose los dueños de esos parajes por los que de vez en cuando aparecen intrusos como yo. Ese sentimiento de posesión hace que también ocupen el espacio del tráfico rodado con la mayor tranquilidad, teniendo que bordear en ocasiones su paso cansino por el asfalto (el de las vacas, los caballos son más esquivos para eso) y bastante a menudo sus orgánicas huellas marrones.

Estoy en una zona en la que, cuando hace mal tiempo, el viento, la niebla y el frío suelen castigar duramente, por lo que me siento afortunado ya que el día está siendo espléndido, incluso el viento que me castigó al principio ha desaparecido.

El kilómetro 37 se aproxima en mi marcador; deseo fervientemente que se termine esta dureza. Sin embargo, las cuentas están mal echadas y he de hacer algún kilómetro más de los esperados.

Por fin corono. Han sido 20 kilómetros de subida, los últimos 14 a una media superior al 5% y con buen asfalto, y el desnivel total de 932 metros desde La Fresneda. La altitud de la cima, 1.260 metros.

Me alimento, vacío la vejiga e inicio la bajada tratando de fijarme en la dureza y longitud de esta vertiente, ya que tendré que encararla a mi regreso. No parece haber rampas demasiado duras y además hay un kilómetro llano al final, hasta Espinilla, con lo que se puede decir que la cara Sur son 4 kilómetros de subida.

En el cruce de Espinilla un indicador marca “Alto Campoo 16”. No obstante, yo sabía por el mapa que al menos serían dos kilómetros más, probablemente los existentes desde el parking hasta el Pico Tres Mares, y cuya naturaleza (la de estos últimos kilómetros) desconocía, ya que hasta el parking había ido una vez en coche.

Pues bien; los primeros ocho o diez kilómetros fueron transcurriendo bastante bien, sin desniveles apreciables, permitiéndome amenizar el tiempo observando las preciosas casas que hay por los alrededores, en particular una con un porche totalmente acristalado y con chimenea que me despierta envidia. Los rigores del invierno dentro de ese lugar seguramente lo son menos. Otras poblaciones como La Lomba también están en armonía con el lugar, y serán mi última oportunidad para parar a alimentarme “de bar”, opción que barajaba pero que al final dejé para la vuelta. Quería llegar, o al menos quería intentar llegar.

Ya empiezan a acusarse las rampas de la verdadera subida a Alto Campoo, también conocida como Brañavieja. No tengo reparo en poner todo el desarrollo que llevo (34 x 27) y subir con un ritmo más cómodo, ya que con un par de dientes menos quizás pueda aguantarlo pero se me hace más duro de llevar, y la velocidad es la misma. Además, ya van doliendo las piernas, a estas alturas calculo que llevo más de tres horas de pedaleo a pesar de lo escaso del kilometraje.

Esta subida es imprescindible hacerla con buen tiempo, preferiblemente en verano, ya que estamos verdaderamente sin vegetación ni orografía alguna que nos ampare en caso de lluvia, viento frío o incluso nieve y hielo.

Por lo demás, no hay grandes novedades que relatar. Más animales sueltos, señales que te previenen sobre ello ¡incluso sobre el “paso” de anfibios por la carretera! E ir viendo cómo aparecen en lontananza los grises tejados de pizarra de las casas de la urbanización Alto Campoo, que no es lo mismo que la estación de esquí. En la zona de la urbanización es donde yo había llegado una vez con mi familia, en coche, con la intención de disfrutar de un día de esquí, pero apenas pudimos salir del coche debido al mal tiempo que hacía, con rachas inclementes de viento helado, nieve y hielo por todas partes y un escenario de película de miedo. Por ello, no sabía qué hacer cuando, al llegar a ese lugar, se bifurcaba la carretera. A la derecha marcaba “Fuente del Chivo 5”, y aquello no me sonaba de nada, así que tiré para la izquierda desde donde veía la estación y sus remontes, lo que imaginaba que podía ser el final de la ascensión.

Craso error, del que me di cuenta nada más tomar el desvío e iniciar el pequeño descenso que hay antes de afrontar la última subida. Mientras me daba cuenta de ello, trataba de decidir si mandar al carajo o no la subida de esos otros cinco kilómetros (¿pero no eran dos, o a lo sumo tres?)

Cuando llegué a la explanada de la estación de esquí la fui recorriendo hasta el final por ver la rara vista que hay de una estación invernal en verano, cuando no hay nieve. Tres o cuatro coches, más un motorista extranjero habían tenido la misma idea que yo, porque no se podía decir que habían llegado hasta allí con la idea de tomar algo, ya que cualquier establecimiento hostelero en 10 kilómetros a la redonda estaba cerrado. Por otra parte, reconozco que no quería irme sin haber “tocado” el final de algo, aunque fuera un objetivo equivocado.

Vuelta para arriba. Tengo un libro sobre recorridos cicloturistas que mencionaba que en la subida al Pico Tres Mares había rampas durísimas, de más del 20%. Yo tenía eso presente en mi cabeza desde que inicié la jornada, y si estaba en el buen camino me iba a tropezar ahora con ello. Eso sí, eran cortas.

Conforme fui avanzando por una carretera sin alternativa posible, de esas que te obligan a volver por el mismo sitio porque “se acaban”, veía a lo lejos y “allá arriba” el reluciente reflejo de los cristales de un coche. Muy lejos y muy en lo alto. Mejor no pensar.

Las rampas aparecieron. La primera de ellas, muy corta, de las que se ve cuando acaban en esa especie de joroba que te indica que la pendiente se suaviza, y te pones de pie y vas a por ella. La respiración se acelera, el jadeo va en aumento. Consigues alcanzar la joroba y durante un buen rato sigues jadeando. Empiezas a pedalear mecánicamente con serias dudas de ser capaz de llegar. Sabes que son dos o tres kilómetros, no más.

Siguientes rampas. Esta vez son más largas. Sorprendentemente, con mucho esfuerzo consigues mantenerte en pie sobre la bicicleta, e intentas dirimir si es mejor zigzaguear de un lado a otro de la calzada para aliviar la dureza de la cuesta, justo en el momento en que sube un coche que te obliga a mantener tu derecha. Ya no eres tú, es un autómata el que continúa pedaleando.

Has llegado a una curva más, el coche cuya luz reflejaba el sol está ahí, más cerca, y parece que ha pasado lo peor. Por fin, ves que aparece un pequeño aparcamiento y que la carretera se acaba. Lo has conseguido.

En el lugar hay una leyenda grabada en piedra que habla de tres ríos, el Híjar que va al Ebro, el Pisuerga al Duero y el Nansa, que cada uno de ellos va a parar a un mar. Estás a 2.100 metros de altitud. Un poco más arriba, sin asfalto ni siquiera pista pero al alcance de cinco minutos de ascensión (aun con las zapatillas y las calas), una cruz de hierro promete una visión superior a la ya magnífica de donde estás. Justo en ese momento veo aparecer a un ciclista que de allí viene descendiendo torpemente, y me dice que merece la pena sin duda ese último esfuerzo de cinco minutos, ya trepando a pie.

Así es. La impresionante panorámica es la mejor que recuerdo. Valles y montañas, nubes a lo lejos por debajo de tu altura, decenas, no sabes si cientos de kilómetros al sur ves tierra. Más acá y hacia la izquierda ves los Picos de Europa en una perfecta masa de montañas con una afilada cresta de picos en dientes de sierra que te transmiten la rudeza del lugar y la dificultad que convierte en osadía a quien quiera adentrarse en su territorio. En el otro sentido, ves las montañas y los valles por donde has venido. En un día claro y luminoso como hoy, cualquier cosa parece posible de ver. Me siento gratificado después de cuatro horas y ocho minutos de recorrido a poco más de 16 km/h de media.

Pero había que volver. Ya no importaba mucho el cómo ni el cuándo, pero había que hacerlo.

Había entablado cierta conversación con el advenedizo ciclista, por lo que traté de que bajáramos juntos, aun sin saber de dónde era o hasta dónde tenía que llegar. Las tremendas rampas hicieron que la bicicleta se embalara enseguida, y al llegar al parking de Alto Campoo ya le había perdido de vista (por detrás). Pero le esperé, nunca se sabe y es mejor ir acompañado por si tienes cualquier percance.

Llevaba una Contini no ya vieja ni roñada, es que el óxido era tal que había comenzado a comerse el tubo horizontal del cuadro. Me abstuve de hacer comentarios sobre eso y continuamos bajando hacia Espinilla, población donde habíamos de abandonar la carretera de Reinosa tomando el desvío a la izquierda, nuevamente hacia Sojo y Palombera.

Resultó que el hombre había partido en coche de Cabuérniga, me había pasado subiendo La Palombera y había dejado el coche en Espinilla para hacerse el Pico Tres Mares y Palombera Sur. “Y yo que pensaba que los tenía grandes”, me dijo.

En Sojo nos despedimos porque quise parar a regalarme un café con leche y bollería, después del duro día qué menos que una parada reparadora. Además, mis bidones estaban vacíos (nunca me había durado tanto la bebida).

La Palombera Sur era más o menos como imaginaba, pero ya con más de 90 kilómetros en las piernas ¡y qué kilómetros! Cualquier tontería se sublima. Así que a meter el 27 y a dejar pasar el tiempo, que es como más llevaderas se hacen las subidas.

31, 30, 29 y 28. Los mojones kilométricos de piedra me sirvieron de referencia. El sol ya apretaba algo más y me quité los manguitos. Por fin, el alto nuevamente. Ya somos conocidos.

La bajada, como os podéis figurar, una auténtica gozada. Salvo dos kilómetros y algún repecho aislado, todo en bajada. Con prudencia, eso sí, por los “regalos” de los cuadrúpedos, los continuos pasos estrechos en curva, cambio de sol a sombra y viceversa, etcétera. Y, al final, unos quince o veinte kilómetros llanos hasta llegar nuevamente a Carrejo, donde tenía aparcado el coche.

Una muy buena experiencia, día muy duro de ciclismo pero que me ha permitido recorrer una de las mejores zonas que he visitado este verano.

El día en números:

135,32 kilómetros

6 h 14’ 23” tiempo empleado

21,6 km/h velocidad media

133 ppm frecuencia cardiaca media (no sé, a veces me da la sensación de que me cuesta subir de pulsaciones aun con sensación de estar soportando un esfuerzo elevado. ¿Fatiga?)


El recorrido:

Carrejo (junto a Cabezón de la Sal) – Valle de Cabuérniga – Pto. de La Palombera – Espinilla – Alto Campoo – Estación de esquí à vuelta – Alto Campoo – Pico Tres Mares (otra denominación: mirador de la Fuente del Chivo), y regreso por la misma carretera a excepción de la “visita” a la estación de esquí.


F I N

La Perico Delgado 2007

Domingo, 19 de agosto de 2.007


No sé si habéis experimentado lo a gusto que se queda el cuerpo cuando, después del café mañanero, uno echa una cagada. No una cagada cualquiera, sino de esas en las que la mierda sale suavemente, sin un punto de aspereza, discurriendo con agilidad y eficacia mientras el vientre se va quedando perfectamente vacío, listo para una temporada, y el cuerpo en plenitud.

Bueno, pues esa cagada fue exactamente la que no eché media hora antes de la salida, hecho con cuyas consecuencias tuve que apechugar durante toda la mañana.

La salida estaba prevista para las ocho de la mañana, pero se demoró un poco. Yo fui poco abrigado porque esperaba temperaturas altas (la víspera habíamos estado a 30º) y el caso es que estuvimos un buen rato quietos dentro del coche ya que la temperatura exterior era de 12º. Y digo estuvimos porque mi mujer y mis hijos tuvieron la gallardía de acompañarme a tan egregio acontecimiento. Entre que el locutor “Chico” Pérez glosaba los méritos de los homenajeados antiguos componentes del histórico equipo KAS, cortaban la cinta, y se guardaba un minuto de silencio por un cicloturista fallecido el año anterior en el transcurso de la marcha, nos dieron como las ocho y diez o y cuarto.

Por fin arrancamos, perezosamente, en un tramo neutralizado hasta la localidad de La Granja de San Ildefonso (km. 9), desde donde se empezarían a contabilizar los tiempos. Llevábamos instalado un “chip” a tal efecto.

Desde La Granja y hasta empezar el puerto de Navacerrada atravesamos un tramo de aproximación con continuos toboganes. La incertidumbre me acompañaba en esos primeros kilómetros, en los que se producían aglomeraciones y en alguna ocasión tuvimos que echar pie a tierra. Eso me intranquilizaba; quería que se diera de una vez la salida “real”, que se fueran los galgos y que cada uno pudiéramos poner nuestra marcha. Entretanto, trataba de localizar entre 1.600 congéneres al único conocido que andaba por allí, un chico llamado Mikel que también es socio de la S.C. Casco Viejo. No le vi. La velocidad que llevábamos era alta, inusualmente alta para mí, pero eso se debía al hecho de rodar en pelotón; por otro lado, las pulsaciones no eran altas.

Y en esas estábamos hasta que, al pasar sobre un puente, clarísimamente nos acoge una rampa que nada tiene que ver con lo anterior: empieza el primer puerto. Según mis datos, serían 7 kilómetros con una pendiente que en ningún caso llegaría al 8% salvo rampas aisladas. Así que me lo tomé con mucha filosofía y me dispuse a participar de aquella enorme reunión de bicicletas. En una sensación que me acompañaría toda la mañana, me notaba ocupado e incómodo. Además, el culote que estrenaba me molestaba en las ingles (y eso era en cada pedalada) y todo eso me hacía pensar que no iba a tener un día bueno; incluso me arrepentí de haber cogido la cámara de fotos. Pero en fin, ya no había remedio.

Continuábamos subiendo, aun con el 27 metido la cadencia al no ser mala lograba una velocidad de subida de alrededor de 11 / 11,5 km/h, sin forzar las pulsaciones, que oscilaban entre 150 y 155. Así dejé pasar los kilómetros, contando como los demás cómo iban cayendo las famosas “siete revueltas” (curvas de herradura) de este puerto. Mientras, me pasaban muchos, sobre todo con plato pequeño de 39 dientes, y yo pasaba a alguno que otro, compadeciéndome de sus en algunos casos prominente abdomen, o en otros, fatigosa y acelerada respiración. Esto último me servía para darme cuenta de que tenía margen.

Bien, un puerto de 7 kilómetros es largo, es un primera y hay que pensar que a esa velocidad que yo iba cada kilómetro se tarda en hacer de cinco a seis minutos, así que calculad…

Vamos viendo carteles anunciadores de la altitud: 1.400 m, 1.500, 1.600… buf, lo que falta. Cuando estás en esas crees que te falta muchísimo aún. Bueno, al final todo pasa y ves que se acercan zonas más abiertas (toda esta subida la haces protegido por el abundante arbolado) y cuando ves el refugio de la cima te animas al ver que estás a punto de conseguir el primero de los cuatro grandes retos del día. Bueno, de los cinco si incluimos llegar a la meta, que del último puerto a meta había 45 kilómetros.

Arriba, me paré a sacarme la foto junto al cartel con la altitud (1.880 m, pensad que Segovia capital está a 1.000 m.)






y continuamos la marcha girando a la izquierda en el mismo alto, a través de unos kilómetros llanos que enlazan con la cumbre del Puerto de Cotos y tras cuya bajada llegaríamos a la localidad de Rascafría, desde donde iniciaríamos la ascensión al segundo puerto de la jornada, el de Morcuera. Este es un poco más largo, con unos kilómetros iniciales fáciles, siete u ocho intermedios sostenidos y otros dos y medio al final también más suaves. De acuerdo al planteamiento de la jornada, para mí éste iba a ser el puerto clave ya que sería importantísimo no cebarse caso de que encontrara un ritmo bueno de ascensión, para no gastar en exceso unas fuerzas que iba a necesitar al final. Por otra parte, estaría más expuesto al sol ya que en esta ascensión no había apenas zonas de sombra. Pues bueno, lo primero no me costó mucho seguirlo y lo segundo no importó, ya que no sé si por la altitud o por qué, no hacía nada de calor. De hecho, se llegaba a agradecer que hubiera algún grado más. Y yo que miraba con cara rara a compañeros que iban equipados con manguitos o culote largo…

El día iba transcurriendo y los kilómetros también; a esas alturas llevábamos más de cincuenta, y ya cada uno está “en su sitio”, por lo que no hay ningún afán competitivo entre los que compartimos esos instantes; alguno se te acerca y te rebasa lentamente, otras veces eres tú el que siguiendo tu ritmo atrapa a alguien, pero sin demostrar una clara superioridad. Un paisano de Almería me comenta que por allí hacen una marcha que incluye un puerto con rampas del 16%. Veo muchos modelos de bicicleta, eso siempre ameniza la cansina marcha. Mi compact está yendo fenomenalmente bien y es en este puerto donde mejor me encuentro de los cuatro, teniendo que aligerar el desarrollo porque, sin quererlo, iba a más de 160 pulsaciones.

Llegamos al alto. De pronto veo un gran apelotonamiento de gente que se está avituallando de líquido; como aún voy bien en ese sentido decido continuar, sabiendo que el siguiente puerto era más corto y que arriba (km. 82,5) estaría dispuesto un nuevo avituallamiento, esta vez líquido y sólido.

En la larga bajada ingiero mi primera barrita; he descubierto en Decathlon unas buenísimas y muy sustanciosas, así que “p’adentro”. Llegamos al pueblo de Miraflores de la Sierra, donde la gente nos recibe con cierta alegría y creo que también algo de perplejidad al ver lo numerosos que éramos. Tras un intrincado paso por sus calles, en un determinado momento llegamos a un cruce a la izquierda tras el cual tenemos que afrontar una durísima rampa que da inicio al puerto de Canencia: 8 kilómetros, de los cuales los dos primeros eran de cierta consideración, luego venían otros tres de una pendiente muy suave y un final de 3 kilómetros otra vez duros, de entorno al 7,5% de desnivel sobre el papel, pero que se me atragantaron enormemente. La sensación de pesadez nuevamente, el agotamiento que iba creciendo, el dolor en el culo por la dureza del sillín… fue un conglomerado de factores que hicieron eterno el discurrir por ese puerto; miraba el marcador para calcular el tiempo que tardaría en llegar a la cima; en continuas ocasiones los vehículos de la organización nos adelantaban. También vehículos normales, ya que el tráfico estaba abierto. BMWs de la Guardia Civil… Distinguí un par de furgonetas de clubes ciclistas que sin duda se habían movilizado desde sus lugares de origen –uno de ellos de Galicia- para dar una mayor cobertura a sus integrantes. Era un vaivén continuo que te volvía un poco loco. Por otra parte, también controlaban que no te agarraras a ningún coche, lo que te podía costar la expulsión. Por ese lado estaba muy tranquilo, no había hecho ese viaje ni me había preparado como lo había hecho para hacer trampas. Había que llegar.

No es por ser pesado, pero padecí bastante en esos últimos kilómetros de La Canencia. En ocasiones las rampas se me antojaban de un 9% o más, quién sabe.

En cualquier caso, conseguí coronar. En el alto varias personas ofrecían solícitas bidones con agua o sales; aproveché para rellenar los míos, pero del avituallamiento sólido ni rastro; no sé si por mi pájara mental del momento o por qué pero me pasó desapercibido el detalle. De todos modos había sido previsor y llevaba una buena cantidad de barritas a cuestas, así que en la bajada comí la segunda. Demasiado poco era, quizás tuviera que ver el hecho de haber comido pasta por arrobas la víspera.

Tras la bajada de Canencia viene un tramo muy pestoso con continuos toboganes, en el que hizo su aparición el viento, que si en la Morcuera nos había favorecido ligeramente, ahora nos atizaba de lo lindo, con rachas sobre todo fronto-laterales. Era cuestión de hacer grupo, y se hizo, lo que pasa es que era un grupo sin orden ni concierto, en el que la voz cantante la llevaban tres chavales de la misma sociedad ciclista, de un pueblo de Guipúzcoa, un poco alocados en su bajada por sus gritos de unos a otros, y que cuando se ponían a tirar en ese tramo de enlace hicieron que se despedazara el paquete. En él estaba una chica del antiguo Bizkaia Panda Software –el último equipo de Joane Somarriba-, de quien no sé el nombre, pero era menudita y llevaba una preciosa Orbea “Diva” azul grisáceo. El viento la sacudía sin piedad haciéndola bambolearse de un lado a otro.

Mal que bien, y a costa de darme un par de calentones (el primero de ellos al final de la bajada del puerto, tuve que echar el resto porque si no me iba a quedar solo) de uno o dos minutos a tope, pude ir más o menos protegido hasta llegar al famoso –por el “Palé”, actual Monopoly- pueblo de Lozoya, donde hay ubicado un enorme y hermoso embalse de agua.

Y de aquí, de repente comienza el último puerto, Navafría. Otros 11,5 km. que iban a ser sostenidos, sin aparentemente desniveles importantes pero también sin apenas descansos. Nada más empezar, una terrible ráfaga de viento me hizo ver que la cosa no iba a ser nada fácil. Era el primer kilómetro. El asfalto había cambiado, ahora estaba roto, con unos raros y desagradables surcos longitudinales al sentido de la marcha, y una sensación de que se te agarraba la bicicleta. Mi vientre seguía ocupado, y como en el puerto anterior, y en el anterior del anterior, miraba entre curva y curva si veía algún lugar apropiado para aliviar mi pesadez. Pero no me decidía, en parte por no encontrar ese lugar, en parte por no poner pie a tierra en mitad de una ascensión, y en parte por no hacer esa maniobra extraña ante la mirada de los escasos acompañantes que me seguían, que seguramente tendrían cosas mejores en las que pensar. Así que mejor sería tratar de organizarme mentalmente para afrontar una subida que iba a durar de una hora a una hora y cuarto en esas condiciones.

Por no alargarme en demasía diría que fueron como los tres últimos kilómetros de la Cancencia. Un puerto roto, desagradable, sin abrigo, sin esperanza…

Cuando llegué arriba, lloré. No sé por qué, me vine abajo, me derrumbé. Quizás fuera el haber conseguido el objetivo. Me preguntaba por qué demonios estaba llorando de esa forma irreprimible y desconsolada. Supongo que me vendrían de golpe a la cabeza todos los sinsabores, el esfuerzo de la preparación, la un poco precipitada compra de la nueva bici, el haber traído a la familia por esta especie de cabezonería…

Y pensaba que me daba igual no acabar, que para mí ya estaba hecho.




A pesar de todo, no se me ve tan mal ;-)




El caso es que ese estúpido llanto hipante, que iba y venía, me acompañó durante buena parte de la bajada. Cuando comencé a reaccionar, vi que seguía sin comer en condiciones. Teóricamente iba a haber un avituallamiento –el último- líquido al final de la bajada, pero eso no implicaba alimento, así que me metí la tercera barrita del día, más o menos por el kilómetro 120.

Navafría. Un nombre que le viene al pelo. ¿Quién y por qué se lo habrá puesto? Puerto sin abrigo, hosco y que te recibe con hostilidad. Abajo, al otro lado de la cuesta, el pueblo con el mismo nombre. Lo abandono con la sensación de haber dejado allí un mal momento, un mal lugar.

A partir de ahí, en actitud un poco entre pasota y condescendiente conmigo mismo, me preocupé de buscar compañía para realizar los kilómetros de regreso a Segovia. Cogí un buen grupo, pero lo perdí cuando tuve que pararme a recoger del suelo un botellín de agua que me habían dado desde un coche de la organización que apareció milagrosamente ofreciéndonosla cuando yo ya estaba seco. Así que continué solo, y luego con un “joven” de 55 años de Parla que se había hecho las catorce –con esta- ediciones de la marcha, con quien conversé y compartí relevos hasta que llegamos al pueblo de Collado Hermoso, a unos 25 kms. de Segovia, donde ¡por fin! habían dispuesto un avituallamiento en condiciones.

En principio sólo iba a recargar agua, pero cuando vi unas jugosísimas rodajas de sandía, peras y demás, aquello se me antojaba algo pantagruélico cual película de romanos. Dejé la bicicleta como pude en el suelo y cogí todo lo que mi brazo izquierdo pudo abarcar en perfecto ángulo recto: un aquarius de cola, botellín de agua, un brik de zumo de naranja, rodaja de sandía, una pera y un sandwich de tortilla de patata.

Tras semejante festín, al otro lado de la carretera vacié mi vejiga, y cuando el soniquete del último hit del verano atronando en el megáfono del coche de la organización se mezcló con el de las dulzainas –perverso (*) instrumento éste- de una comitiva de gentes ataviadas con trajes típicos, cuando esa mezcla causó en mi aturdido cerebro una reacción de consecuencias impredecibles, decidí arrancar de nuevo mirando de reojo si había más gente que en ese momento hiciera lo mismo que yo, para ir acompañado.


Esa circunstancia se dio cuando aparecieron por babor dos tíos de un club ciclista de Moratalla (¿Valencia?) rodando a velocidad crucero tipo Chente García Acosta (para el que no lo sepa, fenomenal y veteranísimo gregario del Illes Balears, en activo desde los tiempos del dios Indurain), y corpachón que les otorgaba unos magníficos carenados naturales, así que sin rubor me pegué a ellos y así fuimos pasando los kilómetros (yo a rueda recuerdo ver 157 ppm), recogiendo algún “cadáver” y pasando a algún corredor o pareja de corredores que se habían quedado solos. Creo recordar que también a la “chica Panda”, a la que le lancé un mensaje de ánimo.


Antes de Torrecaballeros, y para mi alegría, vi que nos metían por una carretera secundaria que llevaba a La Granja de San Ildefonso. Eso significaba que no entraríamos por la general por la que íbamos, que ya conocía y que implicaba tener que subir unos repechos infames en el mismo Segovia.
Tras cambiar de carretera, un tanto incómodo por haber estado chupando rueda tanto tiempo, paso adelante mientras mascullo a uno de los “moratallas” que voy a ver qué puedo hacer, que quiero pero no puedo, … el tío me deja hacer con aspecto de haber oído a un chino… Bueno, pues resultó que me dejaron en cabeza calculo yo que de tres a cinco kilómetros. Íbamos cinco. Primero a 35, luego a 30 más o menos. La Specialized es cómoda, muy cómoda, facilita la marcha en el llano y el llevar una buena cadencia de pedaleo. El tramo era bastante favorable, sin apenas desniveles y ya sin aire que nos martirizara.


Al final, a la entrada de La Granja, en un repecho durillo, entraron al relevo. ¡Por fin!


Y de ahí a meta. Más relevos, varias rotondas, unos últimos repechos inacabables y el último de ellos, desfondado, donde se me fueron y me dejé llevar hasta la pancarta, buscando infructuosamente con la mirada a los míos entre la gente que aún tenía el humor de esperar a ambos lados. La congoja que me vuelve a asaltar, en fin, ¡prueba conseguida!


(*) Perverso (definición del diccionario de la RAE): 1. Sumamente malo, que causa daño intencionadamente / 2. Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.

La vida es una sucesión de retos. Unos grandes, otros más pequeños. Si no tienes un reto en la vida es que estás vegetando. Y hoy he conseguido superar un pequeño reto, aventar entre un grupo de corredores una liviana hoja en la sierra de Guadarrama por unos minutos. A las preguntas de por qué estamos aquí, qué hacemos en este mundo, ocasiones como la de hoy acaso dan una breve respuesta.

Exhausto, molido, habiendo pasado momentos muy desagradables y sensaciones muy encontradas, me hacía estas elucubraciones cuando, ya cambiándome en el coche, consulté por primera vez la velocidad media en mi ciclómetro, tras 167 kilómetros de recorrido: ¡24,6! Una amplia sonrisa me invadió, no me lo podía creer. Para mayor alegría, cuando fui a entregar el chip por el que me tenían que devolver los 10 euros cobrados anticipadamente como fianza, y a recoger el diploma acreditativo de mi participación, vi en él que ¡había sido plata en mi categoría!

Al día siguiente, mientras caminaba por Segovia con mi familia, ya estaba pensando en atacar los 5 durísimos kilómetros de la ascensión al Pico de Nuestra Señora de las Nieves, en Ampuero.


La marcha en cifras:

- Total kilómetros recorridos: 167,22 (+ 0,6%)
- Total tiempo invertido: 6 h. 47’ 34”
- Velocidad media: 24,6 km/h
- Velocidad media incluyendo paradas: 23,22 km/h

Recorrido:

Segovia (Polideportivo Pedro Delgado) – La Granja de San Ildefonso – Puerto de Navacerrada – Puerto de Cotos – Rascafría – Puerto de La Morcuera – Miraflores de la Sierra – Puerto de Canencia – Lozoya – Puerto de Navafría – Navafría – Torrecaballeros – Collado Hermoso – La Granja de San Ildefonso – Segovia.




Venga, la foto con Perico (no os riáis, que sí que me hizo caso, lo que pasa es que la torda a quien le dejé la cámara en primera instancia no acertó y hubo que repetir más tarde (le tuve que perseguir un rato y salió lo que salió...)





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