6 sept 2007

La Perico Delgado 2007

Domingo, 19 de agosto de 2.007


No sé si habéis experimentado lo a gusto que se queda el cuerpo cuando, después del café mañanero, uno echa una cagada. No una cagada cualquiera, sino de esas en las que la mierda sale suavemente, sin un punto de aspereza, discurriendo con agilidad y eficacia mientras el vientre se va quedando perfectamente vacío, listo para una temporada, y el cuerpo en plenitud.

Bueno, pues esa cagada fue exactamente la que no eché media hora antes de la salida, hecho con cuyas consecuencias tuve que apechugar durante toda la mañana.

La salida estaba prevista para las ocho de la mañana, pero se demoró un poco. Yo fui poco abrigado porque esperaba temperaturas altas (la víspera habíamos estado a 30º) y el caso es que estuvimos un buen rato quietos dentro del coche ya que la temperatura exterior era de 12º. Y digo estuvimos porque mi mujer y mis hijos tuvieron la gallardía de acompañarme a tan egregio acontecimiento. Entre que el locutor “Chico” Pérez glosaba los méritos de los homenajeados antiguos componentes del histórico equipo KAS, cortaban la cinta, y se guardaba un minuto de silencio por un cicloturista fallecido el año anterior en el transcurso de la marcha, nos dieron como las ocho y diez o y cuarto.

Por fin arrancamos, perezosamente, en un tramo neutralizado hasta la localidad de La Granja de San Ildefonso (km. 9), desde donde se empezarían a contabilizar los tiempos. Llevábamos instalado un “chip” a tal efecto.

Desde La Granja y hasta empezar el puerto de Navacerrada atravesamos un tramo de aproximación con continuos toboganes. La incertidumbre me acompañaba en esos primeros kilómetros, en los que se producían aglomeraciones y en alguna ocasión tuvimos que echar pie a tierra. Eso me intranquilizaba; quería que se diera de una vez la salida “real”, que se fueran los galgos y que cada uno pudiéramos poner nuestra marcha. Entretanto, trataba de localizar entre 1.600 congéneres al único conocido que andaba por allí, un chico llamado Mikel que también es socio de la S.C. Casco Viejo. No le vi. La velocidad que llevábamos era alta, inusualmente alta para mí, pero eso se debía al hecho de rodar en pelotón; por otro lado, las pulsaciones no eran altas.

Y en esas estábamos hasta que, al pasar sobre un puente, clarísimamente nos acoge una rampa que nada tiene que ver con lo anterior: empieza el primer puerto. Según mis datos, serían 7 kilómetros con una pendiente que en ningún caso llegaría al 8% salvo rampas aisladas. Así que me lo tomé con mucha filosofía y me dispuse a participar de aquella enorme reunión de bicicletas. En una sensación que me acompañaría toda la mañana, me notaba ocupado e incómodo. Además, el culote que estrenaba me molestaba en las ingles (y eso era en cada pedalada) y todo eso me hacía pensar que no iba a tener un día bueno; incluso me arrepentí de haber cogido la cámara de fotos. Pero en fin, ya no había remedio.

Continuábamos subiendo, aun con el 27 metido la cadencia al no ser mala lograba una velocidad de subida de alrededor de 11 / 11,5 km/h, sin forzar las pulsaciones, que oscilaban entre 150 y 155. Así dejé pasar los kilómetros, contando como los demás cómo iban cayendo las famosas “siete revueltas” (curvas de herradura) de este puerto. Mientras, me pasaban muchos, sobre todo con plato pequeño de 39 dientes, y yo pasaba a alguno que otro, compadeciéndome de sus en algunos casos prominente abdomen, o en otros, fatigosa y acelerada respiración. Esto último me servía para darme cuenta de que tenía margen.

Bien, un puerto de 7 kilómetros es largo, es un primera y hay que pensar que a esa velocidad que yo iba cada kilómetro se tarda en hacer de cinco a seis minutos, así que calculad…

Vamos viendo carteles anunciadores de la altitud: 1.400 m, 1.500, 1.600… buf, lo que falta. Cuando estás en esas crees que te falta muchísimo aún. Bueno, al final todo pasa y ves que se acercan zonas más abiertas (toda esta subida la haces protegido por el abundante arbolado) y cuando ves el refugio de la cima te animas al ver que estás a punto de conseguir el primero de los cuatro grandes retos del día. Bueno, de los cinco si incluimos llegar a la meta, que del último puerto a meta había 45 kilómetros.

Arriba, me paré a sacarme la foto junto al cartel con la altitud (1.880 m, pensad que Segovia capital está a 1.000 m.)






y continuamos la marcha girando a la izquierda en el mismo alto, a través de unos kilómetros llanos que enlazan con la cumbre del Puerto de Cotos y tras cuya bajada llegaríamos a la localidad de Rascafría, desde donde iniciaríamos la ascensión al segundo puerto de la jornada, el de Morcuera. Este es un poco más largo, con unos kilómetros iniciales fáciles, siete u ocho intermedios sostenidos y otros dos y medio al final también más suaves. De acuerdo al planteamiento de la jornada, para mí éste iba a ser el puerto clave ya que sería importantísimo no cebarse caso de que encontrara un ritmo bueno de ascensión, para no gastar en exceso unas fuerzas que iba a necesitar al final. Por otra parte, estaría más expuesto al sol ya que en esta ascensión no había apenas zonas de sombra. Pues bueno, lo primero no me costó mucho seguirlo y lo segundo no importó, ya que no sé si por la altitud o por qué, no hacía nada de calor. De hecho, se llegaba a agradecer que hubiera algún grado más. Y yo que miraba con cara rara a compañeros que iban equipados con manguitos o culote largo…

El día iba transcurriendo y los kilómetros también; a esas alturas llevábamos más de cincuenta, y ya cada uno está “en su sitio”, por lo que no hay ningún afán competitivo entre los que compartimos esos instantes; alguno se te acerca y te rebasa lentamente, otras veces eres tú el que siguiendo tu ritmo atrapa a alguien, pero sin demostrar una clara superioridad. Un paisano de Almería me comenta que por allí hacen una marcha que incluye un puerto con rampas del 16%. Veo muchos modelos de bicicleta, eso siempre ameniza la cansina marcha. Mi compact está yendo fenomenalmente bien y es en este puerto donde mejor me encuentro de los cuatro, teniendo que aligerar el desarrollo porque, sin quererlo, iba a más de 160 pulsaciones.

Llegamos al alto. De pronto veo un gran apelotonamiento de gente que se está avituallando de líquido; como aún voy bien en ese sentido decido continuar, sabiendo que el siguiente puerto era más corto y que arriba (km. 82,5) estaría dispuesto un nuevo avituallamiento, esta vez líquido y sólido.

En la larga bajada ingiero mi primera barrita; he descubierto en Decathlon unas buenísimas y muy sustanciosas, así que “p’adentro”. Llegamos al pueblo de Miraflores de la Sierra, donde la gente nos recibe con cierta alegría y creo que también algo de perplejidad al ver lo numerosos que éramos. Tras un intrincado paso por sus calles, en un determinado momento llegamos a un cruce a la izquierda tras el cual tenemos que afrontar una durísima rampa que da inicio al puerto de Canencia: 8 kilómetros, de los cuales los dos primeros eran de cierta consideración, luego venían otros tres de una pendiente muy suave y un final de 3 kilómetros otra vez duros, de entorno al 7,5% de desnivel sobre el papel, pero que se me atragantaron enormemente. La sensación de pesadez nuevamente, el agotamiento que iba creciendo, el dolor en el culo por la dureza del sillín… fue un conglomerado de factores que hicieron eterno el discurrir por ese puerto; miraba el marcador para calcular el tiempo que tardaría en llegar a la cima; en continuas ocasiones los vehículos de la organización nos adelantaban. También vehículos normales, ya que el tráfico estaba abierto. BMWs de la Guardia Civil… Distinguí un par de furgonetas de clubes ciclistas que sin duda se habían movilizado desde sus lugares de origen –uno de ellos de Galicia- para dar una mayor cobertura a sus integrantes. Era un vaivén continuo que te volvía un poco loco. Por otra parte, también controlaban que no te agarraras a ningún coche, lo que te podía costar la expulsión. Por ese lado estaba muy tranquilo, no había hecho ese viaje ni me había preparado como lo había hecho para hacer trampas. Había que llegar.

No es por ser pesado, pero padecí bastante en esos últimos kilómetros de La Canencia. En ocasiones las rampas se me antojaban de un 9% o más, quién sabe.

En cualquier caso, conseguí coronar. En el alto varias personas ofrecían solícitas bidones con agua o sales; aproveché para rellenar los míos, pero del avituallamiento sólido ni rastro; no sé si por mi pájara mental del momento o por qué pero me pasó desapercibido el detalle. De todos modos había sido previsor y llevaba una buena cantidad de barritas a cuestas, así que en la bajada comí la segunda. Demasiado poco era, quizás tuviera que ver el hecho de haber comido pasta por arrobas la víspera.

Tras la bajada de Canencia viene un tramo muy pestoso con continuos toboganes, en el que hizo su aparición el viento, que si en la Morcuera nos había favorecido ligeramente, ahora nos atizaba de lo lindo, con rachas sobre todo fronto-laterales. Era cuestión de hacer grupo, y se hizo, lo que pasa es que era un grupo sin orden ni concierto, en el que la voz cantante la llevaban tres chavales de la misma sociedad ciclista, de un pueblo de Guipúzcoa, un poco alocados en su bajada por sus gritos de unos a otros, y que cuando se ponían a tirar en ese tramo de enlace hicieron que se despedazara el paquete. En él estaba una chica del antiguo Bizkaia Panda Software –el último equipo de Joane Somarriba-, de quien no sé el nombre, pero era menudita y llevaba una preciosa Orbea “Diva” azul grisáceo. El viento la sacudía sin piedad haciéndola bambolearse de un lado a otro.

Mal que bien, y a costa de darme un par de calentones (el primero de ellos al final de la bajada del puerto, tuve que echar el resto porque si no me iba a quedar solo) de uno o dos minutos a tope, pude ir más o menos protegido hasta llegar al famoso –por el “Palé”, actual Monopoly- pueblo de Lozoya, donde hay ubicado un enorme y hermoso embalse de agua.

Y de aquí, de repente comienza el último puerto, Navafría. Otros 11,5 km. que iban a ser sostenidos, sin aparentemente desniveles importantes pero también sin apenas descansos. Nada más empezar, una terrible ráfaga de viento me hizo ver que la cosa no iba a ser nada fácil. Era el primer kilómetro. El asfalto había cambiado, ahora estaba roto, con unos raros y desagradables surcos longitudinales al sentido de la marcha, y una sensación de que se te agarraba la bicicleta. Mi vientre seguía ocupado, y como en el puerto anterior, y en el anterior del anterior, miraba entre curva y curva si veía algún lugar apropiado para aliviar mi pesadez. Pero no me decidía, en parte por no encontrar ese lugar, en parte por no poner pie a tierra en mitad de una ascensión, y en parte por no hacer esa maniobra extraña ante la mirada de los escasos acompañantes que me seguían, que seguramente tendrían cosas mejores en las que pensar. Así que mejor sería tratar de organizarme mentalmente para afrontar una subida que iba a durar de una hora a una hora y cuarto en esas condiciones.

Por no alargarme en demasía diría que fueron como los tres últimos kilómetros de la Cancencia. Un puerto roto, desagradable, sin abrigo, sin esperanza…

Cuando llegué arriba, lloré. No sé por qué, me vine abajo, me derrumbé. Quizás fuera el haber conseguido el objetivo. Me preguntaba por qué demonios estaba llorando de esa forma irreprimible y desconsolada. Supongo que me vendrían de golpe a la cabeza todos los sinsabores, el esfuerzo de la preparación, la un poco precipitada compra de la nueva bici, el haber traído a la familia por esta especie de cabezonería…

Y pensaba que me daba igual no acabar, que para mí ya estaba hecho.




A pesar de todo, no se me ve tan mal ;-)




El caso es que ese estúpido llanto hipante, que iba y venía, me acompañó durante buena parte de la bajada. Cuando comencé a reaccionar, vi que seguía sin comer en condiciones. Teóricamente iba a haber un avituallamiento –el último- líquido al final de la bajada, pero eso no implicaba alimento, así que me metí la tercera barrita del día, más o menos por el kilómetro 120.

Navafría. Un nombre que le viene al pelo. ¿Quién y por qué se lo habrá puesto? Puerto sin abrigo, hosco y que te recibe con hostilidad. Abajo, al otro lado de la cuesta, el pueblo con el mismo nombre. Lo abandono con la sensación de haber dejado allí un mal momento, un mal lugar.

A partir de ahí, en actitud un poco entre pasota y condescendiente conmigo mismo, me preocupé de buscar compañía para realizar los kilómetros de regreso a Segovia. Cogí un buen grupo, pero lo perdí cuando tuve que pararme a recoger del suelo un botellín de agua que me habían dado desde un coche de la organización que apareció milagrosamente ofreciéndonosla cuando yo ya estaba seco. Así que continué solo, y luego con un “joven” de 55 años de Parla que se había hecho las catorce –con esta- ediciones de la marcha, con quien conversé y compartí relevos hasta que llegamos al pueblo de Collado Hermoso, a unos 25 kms. de Segovia, donde ¡por fin! habían dispuesto un avituallamiento en condiciones.

En principio sólo iba a recargar agua, pero cuando vi unas jugosísimas rodajas de sandía, peras y demás, aquello se me antojaba algo pantagruélico cual película de romanos. Dejé la bicicleta como pude en el suelo y cogí todo lo que mi brazo izquierdo pudo abarcar en perfecto ángulo recto: un aquarius de cola, botellín de agua, un brik de zumo de naranja, rodaja de sandía, una pera y un sandwich de tortilla de patata.

Tras semejante festín, al otro lado de la carretera vacié mi vejiga, y cuando el soniquete del último hit del verano atronando en el megáfono del coche de la organización se mezcló con el de las dulzainas –perverso (*) instrumento éste- de una comitiva de gentes ataviadas con trajes típicos, cuando esa mezcla causó en mi aturdido cerebro una reacción de consecuencias impredecibles, decidí arrancar de nuevo mirando de reojo si había más gente que en ese momento hiciera lo mismo que yo, para ir acompañado.


Esa circunstancia se dio cuando aparecieron por babor dos tíos de un club ciclista de Moratalla (¿Valencia?) rodando a velocidad crucero tipo Chente García Acosta (para el que no lo sepa, fenomenal y veteranísimo gregario del Illes Balears, en activo desde los tiempos del dios Indurain), y corpachón que les otorgaba unos magníficos carenados naturales, así que sin rubor me pegué a ellos y así fuimos pasando los kilómetros (yo a rueda recuerdo ver 157 ppm), recogiendo algún “cadáver” y pasando a algún corredor o pareja de corredores que se habían quedado solos. Creo recordar que también a la “chica Panda”, a la que le lancé un mensaje de ánimo.


Antes de Torrecaballeros, y para mi alegría, vi que nos metían por una carretera secundaria que llevaba a La Granja de San Ildefonso. Eso significaba que no entraríamos por la general por la que íbamos, que ya conocía y que implicaba tener que subir unos repechos infames en el mismo Segovia.
Tras cambiar de carretera, un tanto incómodo por haber estado chupando rueda tanto tiempo, paso adelante mientras mascullo a uno de los “moratallas” que voy a ver qué puedo hacer, que quiero pero no puedo, … el tío me deja hacer con aspecto de haber oído a un chino… Bueno, pues resultó que me dejaron en cabeza calculo yo que de tres a cinco kilómetros. Íbamos cinco. Primero a 35, luego a 30 más o menos. La Specialized es cómoda, muy cómoda, facilita la marcha en el llano y el llevar una buena cadencia de pedaleo. El tramo era bastante favorable, sin apenas desniveles y ya sin aire que nos martirizara.


Al final, a la entrada de La Granja, en un repecho durillo, entraron al relevo. ¡Por fin!


Y de ahí a meta. Más relevos, varias rotondas, unos últimos repechos inacabables y el último de ellos, desfondado, donde se me fueron y me dejé llevar hasta la pancarta, buscando infructuosamente con la mirada a los míos entre la gente que aún tenía el humor de esperar a ambos lados. La congoja que me vuelve a asaltar, en fin, ¡prueba conseguida!


(*) Perverso (definición del diccionario de la RAE): 1. Sumamente malo, que causa daño intencionadamente / 2. Que corrompe las costumbres o el orden y estado habitual de las cosas.

La vida es una sucesión de retos. Unos grandes, otros más pequeños. Si no tienes un reto en la vida es que estás vegetando. Y hoy he conseguido superar un pequeño reto, aventar entre un grupo de corredores una liviana hoja en la sierra de Guadarrama por unos minutos. A las preguntas de por qué estamos aquí, qué hacemos en este mundo, ocasiones como la de hoy acaso dan una breve respuesta.

Exhausto, molido, habiendo pasado momentos muy desagradables y sensaciones muy encontradas, me hacía estas elucubraciones cuando, ya cambiándome en el coche, consulté por primera vez la velocidad media en mi ciclómetro, tras 167 kilómetros de recorrido: ¡24,6! Una amplia sonrisa me invadió, no me lo podía creer. Para mayor alegría, cuando fui a entregar el chip por el que me tenían que devolver los 10 euros cobrados anticipadamente como fianza, y a recoger el diploma acreditativo de mi participación, vi en él que ¡había sido plata en mi categoría!

Al día siguiente, mientras caminaba por Segovia con mi familia, ya estaba pensando en atacar los 5 durísimos kilómetros de la ascensión al Pico de Nuestra Señora de las Nieves, en Ampuero.


La marcha en cifras:

- Total kilómetros recorridos: 167,22 (+ 0,6%)
- Total tiempo invertido: 6 h. 47’ 34”
- Velocidad media: 24,6 km/h
- Velocidad media incluyendo paradas: 23,22 km/h

Recorrido:

Segovia (Polideportivo Pedro Delgado) – La Granja de San Ildefonso – Puerto de Navacerrada – Puerto de Cotos – Rascafría – Puerto de La Morcuera – Miraflores de la Sierra – Puerto de Canencia – Lozoya – Puerto de Navafría – Navafría – Torrecaballeros – Collado Hermoso – La Granja de San Ildefonso – Segovia.




Venga, la foto con Perico (no os riáis, que sí que me hizo caso, lo que pasa es que la torda a quien le dejé la cámara en primera instancia no acertó y hubo que repetir más tarde (le tuve que perseguir un rato y salió lo que salió...)





F I N

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bravo. Bravo y mil veces bravo.

Qué envidia me da esa capacidad de preparación, de superación y de poder plasmar en líneas semejante experiencia.

El año que viene... ¡¡a por la quebrantahuesos!! Si necesitas vehículo de apoyo y se puede arreglar, cuenta conmigo.

Enhorabuena. Cani

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho tu relato.

"La vida es una sucesión de retos. Unos grandes, otros más pequeños. Si no tienes un reto en la vida es que estás vegetando..."

Algo así pasa por mi cabeza de vez en cuando, pero... temo que tenga ya raíces...

¡¡Tres hurras por los valientes!!

Juan.