6 sept 2007

Alto Campoo - Pico Tres Mares

Noja, 1 de septiembre de 2007


Comencé tan temprano como pude, a eso de las ocho menos diez. Como es menester en estos casos, muy tranquilo, plato pequeño y a ir cogiendo ritmo poco a poco.

Sin esperarlo, me sorprendió un duro viento racheado y frío que hizo bastante desagradables esos primeros kilómetros. Además, el recorrido era absolutamente llano y recto hasta la población de Valle de Cabuérniga, distante 11 kilómetros, con lo que desde el punto de vista paisajístico tampoco me aportaba nada. Sólo me vino bien para ver que aún soy capaz de hacer los kilómetros que hice, que al final fueron bastantes.

A partir prácticamente “del Valle”, como vi que la conocen los lugareños, el paisaje cambia y la carretera también, ya que se abandona la que sigue hacia la población de Carmona a través de un puerto denominado la “Collada” de Carmona, y Rionansa, otra zona que me gustaría visitar en otra ocasión.

Continuó mi ascensión, y digo ascensión porque, salvo tramos puntuales, la carretera va picando ya hacia arriba todo el tiempo. Sigo con sensación de fresco (no lo he dicho, la temperatura al inicio de la jornada era de 10º) pero con buen ánimo. Las casas, los pueblos que voy viendo son sencillamente espectaculares. Qué armonía, qué belleza traslucen esas piedras tan particularmente colocadas. Numerosas sencillas posadas me causan una gran tentación de venir a quedarme unos días por aquí, y aventuran un trato apacible de sus gentes.

Puestos ya en pleno puerto de La Palombera, discurro entre frondosa vegetación, ahora en sombra, por la que tímidamente aún se filtran los primeros rayos de sol, que empieza a despuntar. De todos modos, aún es muy pronto; estoy en un valle rodeado de altas montañas y éstas hacen que se retrase el momento de recibir los deseados rayos de luz y pequeño calor que temple un poco mi entonces frío organismo.

Los kilómetros van pasando muy lentamente. Para haceros una idea había calculado la cima de ese puerto en el kilómetro 37 a partir de un indicador anterior; no así las horas, que van transcurriendo sin correspondencia lógica con el dato de los kilómetros.

Mi marcha creo que no era mala, no quería forzarme pero tampoco ir demasiado cómodo, así que entre el 23 y el 25 fui haciendo la ascensión. De todos modos, las pulsaciones no eran elevadas, en ningún momento llegué a 150, lo que tampoco me parecía muy normal para el esfuerzo que estaba realizando. La enorme longitud de este puerto para lo que estoy acostumbrado hizo que, a pesar de no tener rampas demasiado exigentes, deseara llegar al final. Se me hizo largo. Por otra parte, la belleza del paisaje me fascinaba más y más. Hay continuas curvas casi de herradura que hacen amena la ascensión. En cierto momento se pasa por un puente sobre el río Saja, cuyo cauce hemos acompañado casi desde abajo.

Los últimos kilómetros los haces sin abrigo del arbolado, a plena intemperie. El paisaje cambia totalmente y lo que prima ahora son las praderas ocupadas por el ganado: vacas y caballos que pacen tranquilamente sabiéndose los dueños de esos parajes por los que de vez en cuando aparecen intrusos como yo. Ese sentimiento de posesión hace que también ocupen el espacio del tráfico rodado con la mayor tranquilidad, teniendo que bordear en ocasiones su paso cansino por el asfalto (el de las vacas, los caballos son más esquivos para eso) y bastante a menudo sus orgánicas huellas marrones.

Estoy en una zona en la que, cuando hace mal tiempo, el viento, la niebla y el frío suelen castigar duramente, por lo que me siento afortunado ya que el día está siendo espléndido, incluso el viento que me castigó al principio ha desaparecido.

El kilómetro 37 se aproxima en mi marcador; deseo fervientemente que se termine esta dureza. Sin embargo, las cuentas están mal echadas y he de hacer algún kilómetro más de los esperados.

Por fin corono. Han sido 20 kilómetros de subida, los últimos 14 a una media superior al 5% y con buen asfalto, y el desnivel total de 932 metros desde La Fresneda. La altitud de la cima, 1.260 metros.

Me alimento, vacío la vejiga e inicio la bajada tratando de fijarme en la dureza y longitud de esta vertiente, ya que tendré que encararla a mi regreso. No parece haber rampas demasiado duras y además hay un kilómetro llano al final, hasta Espinilla, con lo que se puede decir que la cara Sur son 4 kilómetros de subida.

En el cruce de Espinilla un indicador marca “Alto Campoo 16”. No obstante, yo sabía por el mapa que al menos serían dos kilómetros más, probablemente los existentes desde el parking hasta el Pico Tres Mares, y cuya naturaleza (la de estos últimos kilómetros) desconocía, ya que hasta el parking había ido una vez en coche.

Pues bien; los primeros ocho o diez kilómetros fueron transcurriendo bastante bien, sin desniveles apreciables, permitiéndome amenizar el tiempo observando las preciosas casas que hay por los alrededores, en particular una con un porche totalmente acristalado y con chimenea que me despierta envidia. Los rigores del invierno dentro de ese lugar seguramente lo son menos. Otras poblaciones como La Lomba también están en armonía con el lugar, y serán mi última oportunidad para parar a alimentarme “de bar”, opción que barajaba pero que al final dejé para la vuelta. Quería llegar, o al menos quería intentar llegar.

Ya empiezan a acusarse las rampas de la verdadera subida a Alto Campoo, también conocida como Brañavieja. No tengo reparo en poner todo el desarrollo que llevo (34 x 27) y subir con un ritmo más cómodo, ya que con un par de dientes menos quizás pueda aguantarlo pero se me hace más duro de llevar, y la velocidad es la misma. Además, ya van doliendo las piernas, a estas alturas calculo que llevo más de tres horas de pedaleo a pesar de lo escaso del kilometraje.

Esta subida es imprescindible hacerla con buen tiempo, preferiblemente en verano, ya que estamos verdaderamente sin vegetación ni orografía alguna que nos ampare en caso de lluvia, viento frío o incluso nieve y hielo.

Por lo demás, no hay grandes novedades que relatar. Más animales sueltos, señales que te previenen sobre ello ¡incluso sobre el “paso” de anfibios por la carretera! E ir viendo cómo aparecen en lontananza los grises tejados de pizarra de las casas de la urbanización Alto Campoo, que no es lo mismo que la estación de esquí. En la zona de la urbanización es donde yo había llegado una vez con mi familia, en coche, con la intención de disfrutar de un día de esquí, pero apenas pudimos salir del coche debido al mal tiempo que hacía, con rachas inclementes de viento helado, nieve y hielo por todas partes y un escenario de película de miedo. Por ello, no sabía qué hacer cuando, al llegar a ese lugar, se bifurcaba la carretera. A la derecha marcaba “Fuente del Chivo 5”, y aquello no me sonaba de nada, así que tiré para la izquierda desde donde veía la estación y sus remontes, lo que imaginaba que podía ser el final de la ascensión.

Craso error, del que me di cuenta nada más tomar el desvío e iniciar el pequeño descenso que hay antes de afrontar la última subida. Mientras me daba cuenta de ello, trataba de decidir si mandar al carajo o no la subida de esos otros cinco kilómetros (¿pero no eran dos, o a lo sumo tres?)

Cuando llegué a la explanada de la estación de esquí la fui recorriendo hasta el final por ver la rara vista que hay de una estación invernal en verano, cuando no hay nieve. Tres o cuatro coches, más un motorista extranjero habían tenido la misma idea que yo, porque no se podía decir que habían llegado hasta allí con la idea de tomar algo, ya que cualquier establecimiento hostelero en 10 kilómetros a la redonda estaba cerrado. Por otra parte, reconozco que no quería irme sin haber “tocado” el final de algo, aunque fuera un objetivo equivocado.

Vuelta para arriba. Tengo un libro sobre recorridos cicloturistas que mencionaba que en la subida al Pico Tres Mares había rampas durísimas, de más del 20%. Yo tenía eso presente en mi cabeza desde que inicié la jornada, y si estaba en el buen camino me iba a tropezar ahora con ello. Eso sí, eran cortas.

Conforme fui avanzando por una carretera sin alternativa posible, de esas que te obligan a volver por el mismo sitio porque “se acaban”, veía a lo lejos y “allá arriba” el reluciente reflejo de los cristales de un coche. Muy lejos y muy en lo alto. Mejor no pensar.

Las rampas aparecieron. La primera de ellas, muy corta, de las que se ve cuando acaban en esa especie de joroba que te indica que la pendiente se suaviza, y te pones de pie y vas a por ella. La respiración se acelera, el jadeo va en aumento. Consigues alcanzar la joroba y durante un buen rato sigues jadeando. Empiezas a pedalear mecánicamente con serias dudas de ser capaz de llegar. Sabes que son dos o tres kilómetros, no más.

Siguientes rampas. Esta vez son más largas. Sorprendentemente, con mucho esfuerzo consigues mantenerte en pie sobre la bicicleta, e intentas dirimir si es mejor zigzaguear de un lado a otro de la calzada para aliviar la dureza de la cuesta, justo en el momento en que sube un coche que te obliga a mantener tu derecha. Ya no eres tú, es un autómata el que continúa pedaleando.

Has llegado a una curva más, el coche cuya luz reflejaba el sol está ahí, más cerca, y parece que ha pasado lo peor. Por fin, ves que aparece un pequeño aparcamiento y que la carretera se acaba. Lo has conseguido.

En el lugar hay una leyenda grabada en piedra que habla de tres ríos, el Híjar que va al Ebro, el Pisuerga al Duero y el Nansa, que cada uno de ellos va a parar a un mar. Estás a 2.100 metros de altitud. Un poco más arriba, sin asfalto ni siquiera pista pero al alcance de cinco minutos de ascensión (aun con las zapatillas y las calas), una cruz de hierro promete una visión superior a la ya magnífica de donde estás. Justo en ese momento veo aparecer a un ciclista que de allí viene descendiendo torpemente, y me dice que merece la pena sin duda ese último esfuerzo de cinco minutos, ya trepando a pie.

Así es. La impresionante panorámica es la mejor que recuerdo. Valles y montañas, nubes a lo lejos por debajo de tu altura, decenas, no sabes si cientos de kilómetros al sur ves tierra. Más acá y hacia la izquierda ves los Picos de Europa en una perfecta masa de montañas con una afilada cresta de picos en dientes de sierra que te transmiten la rudeza del lugar y la dificultad que convierte en osadía a quien quiera adentrarse en su territorio. En el otro sentido, ves las montañas y los valles por donde has venido. En un día claro y luminoso como hoy, cualquier cosa parece posible de ver. Me siento gratificado después de cuatro horas y ocho minutos de recorrido a poco más de 16 km/h de media.

Pero había que volver. Ya no importaba mucho el cómo ni el cuándo, pero había que hacerlo.

Había entablado cierta conversación con el advenedizo ciclista, por lo que traté de que bajáramos juntos, aun sin saber de dónde era o hasta dónde tenía que llegar. Las tremendas rampas hicieron que la bicicleta se embalara enseguida, y al llegar al parking de Alto Campoo ya le había perdido de vista (por detrás). Pero le esperé, nunca se sabe y es mejor ir acompañado por si tienes cualquier percance.

Llevaba una Contini no ya vieja ni roñada, es que el óxido era tal que había comenzado a comerse el tubo horizontal del cuadro. Me abstuve de hacer comentarios sobre eso y continuamos bajando hacia Espinilla, población donde habíamos de abandonar la carretera de Reinosa tomando el desvío a la izquierda, nuevamente hacia Sojo y Palombera.

Resultó que el hombre había partido en coche de Cabuérniga, me había pasado subiendo La Palombera y había dejado el coche en Espinilla para hacerse el Pico Tres Mares y Palombera Sur. “Y yo que pensaba que los tenía grandes”, me dijo.

En Sojo nos despedimos porque quise parar a regalarme un café con leche y bollería, después del duro día qué menos que una parada reparadora. Además, mis bidones estaban vacíos (nunca me había durado tanto la bebida).

La Palombera Sur era más o menos como imaginaba, pero ya con más de 90 kilómetros en las piernas ¡y qué kilómetros! Cualquier tontería se sublima. Así que a meter el 27 y a dejar pasar el tiempo, que es como más llevaderas se hacen las subidas.

31, 30, 29 y 28. Los mojones kilométricos de piedra me sirvieron de referencia. El sol ya apretaba algo más y me quité los manguitos. Por fin, el alto nuevamente. Ya somos conocidos.

La bajada, como os podéis figurar, una auténtica gozada. Salvo dos kilómetros y algún repecho aislado, todo en bajada. Con prudencia, eso sí, por los “regalos” de los cuadrúpedos, los continuos pasos estrechos en curva, cambio de sol a sombra y viceversa, etcétera. Y, al final, unos quince o veinte kilómetros llanos hasta llegar nuevamente a Carrejo, donde tenía aparcado el coche.

Una muy buena experiencia, día muy duro de ciclismo pero que me ha permitido recorrer una de las mejores zonas que he visitado este verano.

El día en números:

135,32 kilómetros

6 h 14’ 23” tiempo empleado

21,6 km/h velocidad media

133 ppm frecuencia cardiaca media (no sé, a veces me da la sensación de que me cuesta subir de pulsaciones aun con sensación de estar soportando un esfuerzo elevado. ¿Fatiga?)


El recorrido:

Carrejo (junto a Cabezón de la Sal) – Valle de Cabuérniga – Pto. de La Palombera – Espinilla – Alto Campoo – Estación de esquí à vuelta – Alto Campoo – Pico Tres Mares (otra denominación: mirador de la Fuente del Chivo), y regreso por la misma carretera a excepción de la “visita” a la estación de esquí.


F I N

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