19 may 2008

Clásica Lagos de Covadonga 2008



CLÁSICA LAGOS DE COVADONGA 2008



Cangas de Onís, 17 de mayo de 2008

Me presenté en la salida en un día brumoso, con temperatura fresca pero no fría, después de un viaje de 220 kilómetros hechos en coche esa misma mañana tras pegarme un madrugón y haberme levantado a las 5 de la mañana. Me dirigí al polideportivo, donde habían habilitado perfectamente las mesas según dorsales, federados o no, etc.

En cuanto me inscribí y me dieron el obsequio de la organización, un magnífico juego de dos botellas de sidra con su correspondiente vaso para ser escanciada debidamente, me fui para el coche a fin de ir a un sitio menos concurrido donde poder desayunar a gusto y posteriormente vestirme. Me había fijado en un bar-restaurante que resultó también ser hostal, unos dos kilómetros antes de llegar al pueblo, con su aparcamiento, que me pareció perfecto. Así que allá que me fui. Cafecito, tres sobaos pequeños, la meada del miedo y a vestirme. Decido que voy a ir de corto pero con manguitos. El día promete.

Voy suave suave tras ligeros estiramientos y aplicarme la crema calentadora que nos dieron de propaganda, la carretera de acceso está permanentemente ocupada por ciclistas que se van aproximando al punto de partida. Cuando llego al centro, inmediatamente reparo en el puente romano sobre el que cuelga la Cruz de la Victoria (monumento histórico-artístico),



donde me paro a sacarme la consabida foto de recuerdo, aprovechando la presencia contemplativa de dos paisanos vestidos de pescadores, todo de verde, con quienes trabo una afable conversación. Es sintomático que siempre que vengo a Asturias me encuentro muy a gusto, me identifico mucho con su forma de ser, por lo general abierta, generosa y noble. Buena gente.

La salida está abarrotadísima. Debo bordear la calle principal por otras adyacentes hasta que encuentro un hueco para acceder a la salida, en las últimas unidades del pelotón, a la espera de que se dé la salida oficial. Al pasar por un lateral, creo divisar a Melchor Mauri entre los que están en primera fila; a Olano no le vi (tampoco veo muy bien, todo hay que decirlo), aunque era el homenajeado del día.

Con un poco de demora, por fin emprendemos la marcha. Pronto observo que cogemos gran velocidad y tengo que meter el plato grante, a pesar de que me gusta ir ligero de pedaleo al empezar, con el pequeño. Pero ¡enseguida nos pusimos a más de treinta!

De todos modos el ritmo era relativamente fácil de llevar, el gran pelotón que se había formado se mantuvo bastante íntegro –salvo los primeros, que se fueron a toda velocidad- y eso provocaba un movimiento de succión que te hacía ir muy fácil sin mucho esfuerzo. ¡Qué gozada!

La mayor complicación era estar pendiente de la rueda del de delante, no hacer movimientos bruscos y mantener tu posición para evitar riesgos; alguno que no obraba así me ahuyentaba y hacía que me fuera a zonas menos arriesgadas. Total, como iba solo la ventaja era que no tenía que estar pendiente de nadie ;-)

El día era agradable, sin apenas viento o ligeramente favorable. Transitamos por algunas largas rectas siempre protegidos por la Guardia Civil y los cruces perfectamente señalizados –un 10 para la organización- y había tramos, como cuando bordeábamos la desembocadura del río Sella camino de Ribadesella, verdaderamente preciosos.

En un pis-pás nos pusimos en Ribadesella. Yo iba disfrutando de lo lindo, alucinado porque a 110 pulsaciones iba a 35 ó incluso ¡a 40 por hora! A este ritmo nos íbamos a poner echando betún en el primer puerto.

Desde Ribadesella hasta Llanes hay 28 kilómetros y los hicimos en 55 minutos. Por el camino habían dispuesto el primer avituallamiento, donde no paré porque no necesitaba aún ni comer ni beber, aunque sí hice una paradilla un pelín más adelante para hacer aguas menores. De inmediato me incorporé y, aunque el pelotón ya se había ido disgregando, pronto nos reunimos otro grupo importante. Seguimos con la misma rutina; cómodo a rueda y sin aventurarme a pasar a las primeras unidades, a pesar de que, en ocasiones, los que van en cabeza aflojan claramente como invitando a otros a relevarles, o bien dando a entender que no pretenden ir rápido sino cómodos. Así que esto es una grupeta… a veces, se aceleraba, a veces se calmaba.

Así llegamos a Llanes. Tras un rápido paso por entre calles, nos metieron por una carreterucha estrecha que parecía ser el acceso a algunos barrios de las afueras. Pronto vimos boñigas varias en la calzada, y todo indicaba –también lo callada que empezaba a ir la gente, como si se anunciara una pronta complicación de la cosa- que se acababa lo bueno. Pues nada, tranquilidad. Alguien pregunta a un paisano que si “es muy duro esto”, y el hombre contesta: “ya lo verás, ya…” Resulta que estamos en las estribaciones del primer puerto del día. La Tornería. Al principio, la aproximación es suave, seguimos por un bucólico paraje de animales, vegetación y asfalto manchado de marrón. Pero cuando empezamos a ascender de verdad… huy. Han dispuesto carteles señalizadores del porcentaje de los kilómetros que vamos afrontando: 8,5%, 9%, 7,5%... ¡12,2%! ¡Caray, esto sí que es duro! Hay que meter todo el desarrollo y encima tomárselo con mucha calma, ya que hay que reservar fuerzas para el final. En cualquier caso, veo que paso con naturalidad a bastante gente, lo cual me anima. Debe ser que los sacrificios con la cuchara y la mejora en la báscula tienen estas fenomenales consecuencias.

En la parte alta se tiene una vista preciosísima de la costa. Bueno, por fin coronamos y bajamos con mucho cuidado, ya que la carretera sigue siendo estrecha y hay que tomar muchas precauciones. Sigue habiendo bastante gente y no puedo aprovechar para ganar posiciones porque no hay sitio para pasar con comodidad. No importa, la seguridad mía y de los demás es lo primero.

Las zonas peligrosas de la bajada están perfectamente anunciadas; incluso se nos advierte personalmente por un voluntario de la llegada de una zona muy irregular que atravesaba de lado a lado la calzada con un escalón importante y hay que frenar hasta casi parar. ¡Bien! otra vez por la organización.

Tras la bajada desembocamos en una carretera de más entidad, entrando en un tramo de toboganes, o más bien de subida diría yo, subida no muy pendiente pero sí constante, en lo que parece ser la segunda dificultad montañosa del día. Se va haciendo con constancia, en esta ocasión no hay rampas muy pronunciadas y los kilómetros no pasan tan lentamente como en el puerto anterior, y arriba del puerto hay dispuesto un nuevo avituallamiento. En esta ocasión se produce una aglomeración que hace que deba aprovisionarme con rapidez de algo de comida –un plátano, un higo o algo así y bebida, que ya iba seco-. Había comido lo suficiente con las barritas que llevaba a cuestas, así que no eché de menos más alimento.

Tiro para abajo siempre pendiente de poder ir acompañado, ya que nos resta el tramo de enlace hasta Covadonga, donde empezará la última y definitiva ascensión, el “leit motiv” de la jornada. En el grupo donde me metí se fue haciendo más y más numeroso, entre los que íbamos pillando y los que nos cogían por detrás, particularmente tres unidades del Club Ciclista Segoviano que hicieron un alarde de fuerza en ese tramo, junto con algún otro ciclista que no pude identificar, poniéndose a tirar de un ya numerosísimo pelotón sin dejar la cabeza. Otra vez a 35 por hora.

Casi antes de llegar a Covadonga alcanzamos a otro grupo muy muy numeroso, y la gran mayoría se quedó, frenando literalmente, parece ser que en espera de que llegara el gran momento. Sabían lo que les venía. Yo, por mi parte, hice un poco el canelo al adelantarme por la izquierda debido a la inercia que traía, y aunque no forcé en exceso quizás no debí malgastar ni un gramo de fuerza en esos dos o tres últimos kilómetros antes de llegar a la “santina”.

Al pie del comienzo del puerto había, en un aparcamiento, la última zona de avituallamiento líquido. Yo tenía bastante, así que me tiré para adelante. Allí mismo había un control de paso, una especie de tablón por el que había que pasar a fin de que quedara registrado tu paso por medio de un lector de chips, y es que cada uno llevábamos el correspondiente artilugio instalado donde mejor nos pareció. En mi caso llevaba una abrazadera adosada a mi brazo izquierdo, y la cosa es que no pitó el dispositivo a mi paso, lo cual me extrañó. Pero no iba a dar media vuelta, así que seguí un poco ansioso por empezar de una vez la afamada y temible ascensión a Los Lagos. Miré el ciclocomputador por curiosidad para ver qué media llevaba hasta ese momento, ya que indefectiblemente a partir de ese momento bajaría y mucho, y vi ¡28,4!

Pues nada, paciencia y a por ello. Tenía la idea de que la primera rampa ya era muy dura, y sin embargo no me lo pareció. Metí, eso sí, todo lo que llevaba (34x27) y fui poco a poco, a mi ritmo, subiendo y disfrutando del paradisíaco paisaje por el que discurre la subida. Al principio sombreado ya que vas protegido por los árboles, preciosos árboles por cierto. Más adelante sigues igual, suave suave a 9 ó 10 por hora, dejando pasar los tramos, que se van haciendo amenos por otra parte. Paso a algunos, otros vienen por la izquierda y me pasan. Pero menos, o eso me parece.

Estoy algo ansioso y me digo que debo solamente seguir sin pensar en cuándo llegaré. Sé que puedo estar más de una hora (¿pero cuánto más?) subiendo ese dichoso puerto, así que mejor que me haga a la idea de que voy a sufrir y se me va a hacer largo.

Pues, como digo, al principio fue como un puerto más o menos normal aunque subía lógicamente despacio. ¡No soy un “grimpeur”!

Y así más o menos hasta mitad del puerto. Los kilómetros van pasando, también precedidos por los carteles anunciadores del porcentaje que nos espera, pero siempre por debajo del 10%. La gente ya va haciendo alusiones a “la huesera”. Que si faltará mucho, que ya veréis –los que ya habían subido alguna vez-, que si está detrás de aquello de allí…

Hasta que, ay amigos. De repente se ve como un cuchillo plano doblado por la mitad, pero con forma de carretera. Es como si fuera una rampa de lanzamiento de misiles. Tú vas a tus 9 ó 10 por hora y te das cuenta de que vas a llegar a esa impresionante e inacabable pendiente. ¿Cómo cojones voy a subir eso? No queda más remedio que llegar y, bien de pie, bien sentado a ratos, ir pedaleando muy, muy lentamente.

Es una despiadada cuesta, para más INRI donde vas totalmente desprotegido de las fuerzas de la naturaleza, ya sean éstas sol, viento, lluvia o lo que sea. Hasta las aves de rapiña de podrían atacar en esas circunstancias, si supieran lo agonísticamente que vas. No sabes ni cómo puedes avanzar. De pronto empiezan a caer gotas de sudor de la punta del casco, con una frecuencia inusitada. El buen humor que te había acompañado todo el día empieza a esfumarse. Primero piensas: “este miércoles igual no entreno”. Luego: “aquí no vuelvo en la vida”. En un momento echas una mirada al ciclómetro y ves 7,4, 6,7 km/h, y cadencias del orden de 45 pedaladas por minuto. Bestial. Si llevara un 30x28 iría seguramente no mucho menos jodido pero al menos con algo más de ritmo. No puedo pensar mucho más allá de eso. El goteo sigue mientras continúa tu agonía, que parece no tener fin. Cuando por fin llegas arriba de la descomunal rampa -800 m.- y crees que la tortura debe terminar, hay un giro a la derecha empinadísimo y ves que en el tramo siguiente no recuperas velocidad, ni cadencia. Ni en el siguiente. Ni en el resto de la subida.

Llega el rellano del Mirador de la Reina. Ya todo poco importa, sólo quieres dejar de sufrir. Sabes que el descanso es efímero, y lo único que te preocupa es saber si la rampa que viene después es de igual dureza que lo que acabas de pasar. Por difícil de creer que parezca, así es. Y la otra. Y la otra. La belleza del lugar lo es menos, ay, cuando no la puedes disfrutar. Pero sólo tienes en la cabeza la idea de llegar de una vez, de que termine todo esto.

Por fin, tras la bifurcación que hay después de bordear el Lago Enol, acometes una pequeña bajada en la que procuras que la bice se lance lo más posible para empezar la siguiente rampa que ves, que no sabes si será la última pero no puede andar lejos porque ya vislumbras el despliegue dispuesto en la explanada que queda a tu izquierda. Unas vallas protegen a una hilera de ciclistas que ya han cubierto su objetivo y ya bajan en sentido contrario, lentamente, uno a uno. Por fin ves la gran pancarta de meta. Son las 13 y 56 minutos. Tras ella, en una improvisada rotonda te hacen pasar por otro puesto lector de chips donde tu paso vuelve a no generar sonido alguno –poco importa ya, subir lo has subido- e inviertes el sentido de la marcha para buscar tu merecido alimento tras el tremendo esfuerzo que te habrá hecho consumir más de tres mil kilocalorías.


La bajada fue peligrosa, ya que inmediatamente después de hacerme la foto de rigor se echó encima del Lago Enol una enorme lengua de niebla que lo fue cubriendo. Comencé el regreso ¡subiendo!, ya que hay una condenada y empinadísima rampa que hay que pasar ineludiblemente, lo cual, ahítos de comida, bebida y esfuerzo, se hace especialmente dificultoso.

La lluvia empieza a hacer aparición. No te dejará ya en todo el descenso hasta el final. Éste lo tomé con muchas precauciones, pero sin privarme de pasar a todo bicho viviente que se me puso por delante, con alguna excepción. Era lamentable el aspecto de la gente que me iba cruzando mientras bajaba. Al principio estaban cerca, pero aún había gente en la huesera, y más abajo… uf. Tratas de animarles, de darles una palabra que les empuje un poco más, pero sabes que lo tienen muy difícil. En fin, no es tu guerra.

Tras llegar a la rotonda de abajo del puerto, enfilamos la carretera hacia Cangas de nuevo, juntándome con un grupo de dos ciclistas. Pronto nos pasó alguno más y me enganché, resultando que al final se volvió a hacer “grupeta”. Es curioso lo naturalmente que se forman estos grupos, y también cómo poco a poco alguno se va animando y aún le quedan arrestos para tirar como un descosido. A mí no. A alguno me pego con descaro, pero también dejo irse a otros; la guerra ha terminado.

Por último, reflejar el fenomenal trato que recibí del personal del Hotel “El Capitán”, donde sin haber pernoctado me cedieron el uso de una ducha sin ni siquiera querer cobrarme nada, de modo que una vez limpio y cambiado, pude degustar el bollu preñau que nos dieron en el pabellón al llegar junto con varias viandas adicionales, bebida a discreción y un diploma acreditativo del tiempo realizado, que en mi caso, como temía, salió con el contador a cero. Me dio rabia y poco después hice una bola con él. Pero no me importó demasiado, ya tenía mis datos convenientemente guardados.

Cifras: La media fue de 23,9 km/h arriba y al final subió a 24,6 km/h, tras 136 kilómetros recorridos incuida la bajada y la llegada hasta Cangas. El total de la jornada en tiempo fue de 3 h. 31’ hasta Covadonga, 4h 44’ hasta arriba (por lo tanto 1 h. 12’ tiempo empleado en subir) y 5 h. 32’ tiempo total.

¡Ah! Por último, no quisiera que se me olvidara destacar la magnífica organización por lo que se refiere a seguridad (en carrera y en la señalización), y por la generosidad, calidad y número de los avituallamientos. Como único pero –espero que sólo en mi caso- el hecho de que no funcionara el chip.

Y también agradecer a la multitud de personas que estaban por allí, y sin que fuera con ellos, te dan ánimos con una sonrisa en el rostro mientras vas subiendo y sufriendo un puerto tan duro, tratando de hacerte más llevadero el esfuerzo. Gracias a todos ellos.