23 sept 2011

El episodio de Kukutza: indignación, estupefacción, tristeza.

Hola, chicos:

Os cuento lo que ha sido una jornada histórica en Bilbao por lo negativo. Os confieso que jamás imaginé que podría suceder algo tan fuera de control para el Ayuntamiento, para las fuerzas de seguridad. Nos encontramos un poco tristes y estupefactos con la dimensión que ha tomado la protesta por el cierre de Kukutza, imagino que os habréis enterado por la prensa o los telediarios. Tiene narices, unos okupas que no sólo se niegan a dejar una propiedad que no es suya sino que ¡arrasan Bilbao! Nunca había vivido nada semejante, desde que llevo viviendo en Bilbao desde luego que no he visto nada igual: contenedores ardiendo, vidrios por la calzada, portales con el cristal roto, carreras a tutiplén y sobre todo angustia, miedo de que te pueda pasar algo, a ti o, sobre todo, a los tuyos. Yo creo que desde los tiempos de los “grises” en los años 70 y principios de los 80 no se ha vivido nada como esto.

Y lo peor es que tanta gente no sale del barrio, sino que se han nutrido de muchos antisistemas procedentes de Dios sabe dónde; da grima ver gentuza que desde luego no vive de su trabajo (¿quién les financia?), ataviados de modo similar –ropa borroka, trenzas en el pelo- perfectamente organizada para hacer el mal. Llegan, te la lían, te dejan la ciudad hecha añicos y (espero) se van. ¿Quién paga todo esto?

Yo he tenido que ir a buscar a los chavales, andando, al cole, donde jugaban o estaban tranquilamente con sus amigos. Les he traído a casa, con muchísima precaución, cuidando de ir por calles adyacentes para evitar a la jauría enardecida que bajaba jaleando sus consignas, una vez consumadas sus tropelías en mi barrio y dirigiéndose hacia abajo, hacia la zona del Ayuntamiento creo que iban. Eran las nueve de la noche. Antes, había acompañado a mi suegra hasta su casa, utilizando también recovecos porque su calle, una de las arterias de Rekalde, era centro de la atención de los alborotadores, las sirenas sonaban continuamente y se producían carreras cada poco tiempo cuando veían que una solitaria furgoneta de la Ertzaintza subía hacia ellos. Curiosamente, al llegar a la altura de alguno de los grupos que se formaban, me daba la impresión de que disimulaban como si la cosa no fuera con ellos.

Después de ocuparme de mi suegra y de los críos, he acompañado a una compañera de trabajo de mi mujer que no podía llegar a su casa, también en Rekalde; al pie de su portal han quemado un contenedor, y la Ertzaintza había dado aviso a los vecinos del bloque de que bajaran las persianas. Después de un buen rato, cuando se apaciguaron las llamas, la madre de esta chica se encontró su terraza llena de hollín ¡en un 6º piso! Durante el corto trayecto hasta ese portal he visto más contenedores volcados, vidrios rotos por el suelo, un portal con la cristalera hecha añicos, restos de material de obra utilizados como combustible de un fuego que aún ardía en mitad de la calle, media calle a oscuras, gente apostada en la acera junto a un bar y que no sabes si observa, vigila, toma algo y se ríe o se lamenta como tú. Antes, cuando bajaba hacia el centro, un grupo de niños jugaba con un balón, ignorante del monumental lío que se estaba formando a escasos 200 metros de donde ellos estaban, mientras sus padres tomaban algo en una terraza cercana, mezclados con alguna pareja rastafari que se tomaba un respiro en su vandálica jornada.

Da miedo pensar en lo que puede llegar a ser esto con motivo de los devastadores efectos de la crisis, cada vez más atroces; estoy pensando en las manifestaciones que está habiendo ahora mismo en Grecia, imaginaos lo que puede ser aquí.