15 abr 2008

Castro-Castro 2008. La primera marcha ciclodeportiva de mi vida.

Castro-Castro 2008 13 de abril de 2008


Hoy he participado en la primera marcha ciclodeportiva de mi vida. Y no porque así se anunciara –era una cicloturista más- sino porque así me lo he tomado, con todas sus consecuencias. Sabía que era una marcha en la que la gente “andaba mucho” “iban a mil” y catalogaciones por el estilo. Así que, después de “caerse” mi amigo Dani del plan inicial, que consistía en acompañarle y disfrutar yendo tranquilamente a la marcha que él quisiera, para compensarle del sacrificio que hizo la semana pasada en la Bilbao-Bilbao por acompañar en todo momento a una compañera de trabajo (la “caída” vino originada por una inoportuna gastroenteritis), me dispuse a ir a ver qué pasaba, hasta qué punto podría seguir a los demás participantes, o seguir a algunos de ellos, teniendo en cuenta que las dificultades orográficas no eran muchas ni especialmente duras. Más bien al contrario: un recorrido bellísimo y una mañana estupenda, que afortunadamente no fue mala como habían anunciado profusamente, sino primaveral.

A las nueve y cinco partimos en salida ordenada desde la Plaza del Ayuntamiento dirección Islares, por la carretera general antigua. Pronto, tras el repecho de salida, empiezan los primeros escarceos para tratar de colocarse cada uno en su sitio, o al menos en algún sitio. Yo igual. Me encuentro un tanto incómodo, por el viento que da de lado, racheado, y porque la cena del día anterior fue desmesurada (acompañada de un crianza también en la misma medida, por qué negarlo).

Bueno, así vamos pasando los primeros toboganes antes de llegar a Islares. Todavía la avanzadilla de la carrera se intuye no demasiado lejana, de tal forma que cogiendo un pelotón de esos que se van formando espontáneamente recuperas posiciones. Después llegamos a Ontón y comenzamos la primera subida (¿Candina?), la que tiene en su mitad el desvío hacia Oriñón. Hay gente que se empieza a quedar, pero sigue habiendo muchísimo apelotonamiento. El número de inscritos debió rondar los 800 –era el límite-, y aparentemente eso era un número nada despreciable, al menos esa era la sensación cuando veías la cantidad de gente que nos habíamos juntado.

Tras ese primer alto, me engancho detrás de un tipo corpulento –la tónica del día iba a ser esa; aprovecharme también al máximo posible del trabajo de los demás- en el serpenteante llano de arriba antes de empezar la bajada hacia Liendo. Allí tomamos el desvío hacia el interior por una bonita carretera que nos llevaría hacia la primera dificultad montañosa del día: el alto de Seña. Se trata de una cuesta de unos 4-5 kilómetros, en un entorno boscoso muy bello y donde empecé a subir a tren, yendo cómodo sin forzar pero tampoco yendo de paseo. Pienso que no está mal. Me fijo hacia la mitad de la subida y veo que aún me quedan otras dos coronas por meter. O sea, que voy con el 23, y a unos 14-15 por hora.

Las rampas se van sucediendo lentamente (subiendo siempre pasan las cosas más lentamente), hay algún descansillo que viene de fábula para recuperar y después vuelve la inclinación a la carga. Me pasa un grupo con una gente, no mucha, que va un puntito más que yo y me trato de enganchar. Nos vamos conformando un grupo numerosillo al que hay que añadir que nos tropezamos con más gente a lo largo de la carretera. Aunque puede que sea un ritmo un punto más acelerado que lo deseable, continúo así hasta un llano intermedio antes de encarar el tramo final, que hago sin problemas.
Arriba, un cartel fosforescente nos advierte de que nos espera un descenso peligroso. El suelo está húmedo, con esas manchas oscuras que hablan de que ha habido humedad reciente que no se acaba de ir. La zona es umbría y eso nos hace bajar con precaución.

En una curva a izquierdas, veo una bici apoyada en la valla quitamiedos, en pleno ápice. Junto a ella, dos ciclistas a quienes digo que esa bici ahí está mal, justo cuando caigo en la cuenta de que su propietario posiblemente haya tenido un accidente en ese punto. Más abajo ese temor parece confirmarse ya que un gran grupo de ciclistas parados a la derecha comentan en voz alta esa circunstancia. Más adelante vería más casos; desgarrones en los culotes, costados ensangrentados y algún pómulo con hematoma… buf, qué mal rollo.

Llegamos a Limpias, y pronto nos aprestamos a tomar el desvío, cruzando el río Asón, hacia los pueblos interiores de Marrón, Udalla y Gibaja, por una carretera interior muy bien asfaltada y sin tráfico. El recorrido es magnífico –ya lo conocía de mis salidas desde Noja-, lo malo es que no se puede disfrutar en toda su magnitud porque bastante tiene uno con tratar de mantener la rueda del que le precede. Particularmente, a mí me ha tocado un paisano de una enorme corpulencia que cuando se decide a acelerar lo hace “cambiando el paso” de una forma estratosférica, de modo que me saca tres metros que para recuperarlos debo echar el resto, o si no lo pierdo. También hay otro corredor de muy buen andar que se releva con él. Yo a rueda. Bastante tengo.

Poco antes de Ramales, y hasta tomar el desvío a la izquierda hacia Carranza, hay un repecho bastante duro que hace que esté a punto de perder contacto con el grupo donde iba, pero afortunadamente pude mantenerme allí de algún modo y recuperar al tomar la nueva carretera.

Pronto vamos alcanzando a más gente, hasta que por fin atrapamos a un grupo numeroso y por fin nos quedamos de una manera más relajada hasta la hora del avituallamiento. Resultó que en ese grupo vislumbré un maillot de Zaker, patrocinador de uno de mis habituales compañeros de ruta, Ricar; pero resultó ser Dani (otro Dani, no quien mencioné al principio), un chaval simpático y “un poco” dado al ditirambo. Así que, mientras descansaba de los excesos anteriores, me evadí escuchando relatos bélicos de sus andanzas por Italia cuando se tuvo que hacer 50 kilómetros solo al final de una marcha maratoniana, o cuando fueron a 55 por hora no sé dónde, o dejó a un par de italianos tirados cual colillas yéndose para adelante en alguna otra ocasión. Entretiene, la verdad, este chico. Dani me dijo que había visto a mis colegas de la S.C. (quienes habían preferido hacer la marcha por su cuenta, a ritmo más pacífico) unos 10 km. más atrás, así que dejé de buscarlos definitivamente por entre el resto de la gente y me dediqué a seguir y acabar la prueba lo más dignamente posible.

Llegamos al avituallamiento, en una especie de plazoleta natural que aprovechó la organización, que nos sirvió ágilmente según llegábamos una bolsa con diversas viandas, entre las que aproveché un pastelillo, una barrita, agua y metí al bolsillo trasero un par de envases de glucosa que me vendrían después de perillas. Me entretuve lo justo. Vi, mientras comía, que llegaba “un autobús de gente” o sea, un pelotón muy numeroso. Así que en cuanto estuve más o menos alimentado y con el bidón otra vez lleno (y “el otro” vacío, je je), retomé la partida. Antes, por si acaso decidía por la razón que fuera tomarme las cosas con más calma a partir de entonces, miré el ciclómetro para ver mis números hasta entonces: tras 1 hora y 51 minutos y creo que unos 53 kilómetros, llevaba ¡28,8 km/h de media! Para mí eso ya era bastante.

Pues tras el avituallamiento justo empezaba la segunda y principal dificultad montañosa de la jornada: el alto de La Escrita. Estaba en duda sobre si lo que estaba subiendo en ese preciso instante sería realmente ese alto o alguna trampa intermedia no identificada, pero ante la larga duración de la cuesta fui convenciéndome de que sí. Llevaba buen ritmo –incluso puede que demasiado bueno- y fui pasando gente, aunque también había quien me pasaba a mí, claro; pero mi respiración se iba haciendo más agitada, hasta que más o menos a media subida decidí subir un piñón. De todos modos iba más rápido que en Seña. La subida era larguita, pero el día seguía siendo magnífico, así que me decía que adelante, que tras coronar todo lo que me quedaría sería llegar de una manera o de otra.

Llego arriba. Ahí está un grupo que parece estar esperando a alguien, y entre ellos veo a Dani, con su maillot de Zaker y su preciosa bici nueva marca Botecchia, o algo así. Antes tenía una Colnago negra de carbono, no sé si C-40 ó C-50 (no estoy tan al día de las novedades del mercado), me estuvo contando que la tiene en venta, ya con 25.000 kilómetros. Mucha tela.

Bajo como siempre a mi aire, y pronto llegamos al cruce de Matanzas para girar a la izquierda dirección Guriezo, en lo que para mí es el mejor tramo que conozco donde dar rienda suelta a todo lo que puedas imaginarte encima de una bici. Es decir, a dar pedaladas sin contemplaciones dándote la impresión de que vas muy rápido, ya que el terreno tiende en todo momento a ir descendiendo. Si además se da la circunstancia de que te pasa un pelotón y aprovechas el rebufo, es el no va más. En mi caso no tuve tanta suerte o cometí el error (pardillo… fue el primero de dos consecutivos) de no esperar a un pequeño grupo que venía por detrás. De todos modos ese día había decidido exprimirme sin más consideraciones, a ver qué pasaba. Y lo que pasó es que más o menos a los cinco kilómetros de bajada me pilló un grupillo de cinco o seis corredores con Dani al frente invitándome a engancharme, lo que obviamente hice. Y así fuimos en rápida armonía. Dani no era el único que tiraba, había otros dos, uno de un club ciclista de Lodosa y otro sin identificar. En un momento determinado pasé a relevar, un poco movido por la inercia del grupo y otro poco por el por qué no; vamos a demostrarle a Dani que aquí hay clase. Segundo error. Di tres o cuatro relevos, los últimos ya con amagos de calambres y las pulsaciones absolutamente disparadas. En cuanto pude, me metí en dos momentos en que fui relevado los dos envases de glucosa tratando de recuperar energías si era posible dado el cansancio que llevaba acumulado, pero sin demasiada fe. Pero no quería hacer caso del pulsómetro. Hoy no.

En algún repecho las pasé canutas. Particularmente sufro en una recta de unos 500 metros que hay justo antes del cruce de Guriezo, un cruce de cuatro caminos por donde se pasa prácticamente en cualquier ocasión que hagas un recorrido que salga de Castro. Muy recomendables recorridos, por cierto.

Cuando llegamos a la antigua general de nuevo, a la altura del Pontarrón de Guriezo, me digo y le digo a Dani que hasta aquí, que ya no doy más de sí. Parece que hay cierto consenso en implementar un poco de calma, y vamos caminando sin tanto énfasis. Pronto me doy cuenta de que ya no voy, y en Islares, a nada que me pongo de pie noto calambres en las piernas. Así que en el siguiente repecho les dejo ir con gran resignación, pero me había dicho que hasta que reviente, y efectivamente reventé.

De ahí a la llegada –unos 6 km.- sólo había que tomárselo como un paseo, no había posibilidad de otra cosa. Coincidí con otro “cadáver” circunstancial con el que departí amigablemente esos últimos kilómetros. Al poco nos sobrepasó un gran pelotón de unas cuarenta unidades al que, tras un último e infructuoso esfuerzo por unirme, tuve que decir adiós desde mi vaciedad.

Llegada a Castro, tras 98,6 kilómetros sobre las 12 y veinte del mediodía. Al cruzar la señal de meta situada en el mismo puerto pesquero, quito el ciclómetro de la bici para que no distorsione las cifras, me voy a por el recuerdo-obsequio de la marcha, me quito como puedo el dorsal y voy a agenciarme una coca-cola enlatada que me refresque mientras me dirijo hacia donde tengo el coche aparcado. Allí, entre trago y trago mientras me descalzo, mientras me cambio la ropa sudada por otra limpia, mientras analizo todo lo acontecido, mientras recupero la lucidez mental hasta entonces un tanto abotargada y espero a mis amigos para compartir un último momento de intercambio de sensaciones y de humor, me llevo la mano al bolsillo del maillot ya que no puedo reprimir la curiosidad: 30,2 km/h de media, la mejor cifra jamás alcanzada por mí en este kilometraje. Me pareció una pasada. Como también ha sido una pasada ir a 157 pulsaciones de media la última hora y 24 minutos, desde la salida del avituallamiento.

Pero el día mereció mucho la pena por varios motivos: por la climatología, por el espíritu con el que afronté la marcha, por el paisaje –aunque yendo en este plan se disfruta poco, es verdad-, por saberme “uno más”, y claro, por el resultado.

Creo que la preparación para la QH va por buen camino. Ahora debo insistir –la próxima, ¿la Erandio-Erandio del domingo? e ir incrementando el kilometraje.

¡¡Hasta la próxima!!

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