MI
CAMINO DE SANTIAGO EN BICICLETA: LA RUTA NORTE (Bilbao-Santiago de Compostela)
1 al 8 de
septiembre de 2012
DÍA
5. Avilés – Luarca
Vamos a verlo por el lado positivo: la etapa estaba anunciada como la más dura junto con el tramo inmediatamente anterior a Llanes, que efectivamente coincidió con mi peor día hasta ahora.
Vamos a ver si se suavizan el perfil, la temperatura y el viento hace lo que todas las tardes, empezar a soplar hacia el Oeste.
Tengo el culo hecho fosfatina.
o
– o – o – o – o – o – o – o – o – o – o
Me había despertado a
las 4 de la mañana, y no me volví a dormir. Por emplear en algo productivo el
tiempo, y tras constatar que no servía de nada quedarme en el infumable
catre-litera-piso superior que ocupaba salvo para incordiar a mis compañeros de
albergue.
El albergue de Avilés
es el más grande de los que había visitado. Su capacidad es de 100 plazas, de
las cuales debía haber ocupadas unas 75. En cuanto llegué, me di cuenta de que
iba a ser difícil poder organizar nada que tuviera que ver con el lavado y
secado de mi ropa de andar en bici (sobre todo porque llegué tarde la víspera
después de mi rodeo de 20 kilómetros), así que decidí meterla en una bolsa y
utilizar otro juego de los que disponía.
Avilés tiene un casco
histórico bastante potable, con zona monumental y peatonal. Tiene una calle
principal y varias perpendiculares con zonas de regocijo y algún parque.
Se dio la circunstancia
de que advertí una hermosa brecha entre la suela de una de mis zapatillas y la
zapatilla misma, que auguraban un negro futuro si me empecinaba en continuar
con ese pertrecho. Así que me vi obligado a esperar a la apertura del principal
negocio de bicicletas de la plaza, “Ciclos Roxín”. Eso me hizo perder dos preciosas
horas, las primeras de la mañana, y a pesar de querer relativizar el
contratiempo, lo cierto es que ya anduve todo el día a remolque.
A eso se añadió que la
orografía era asaz complicada, con numerosos vaivenes cuesta arriba y cuesta
abajo, el calor que se iba notando, el cansancio acumulado… yo creo que todo
ese cúmulo de factores hizo que me empezara a encontrar mal, hasta el punto de
que me costaba incluso ingerir alimentos, lo cual me empezó a preocupar. ¿Sería
una reacción de mi organismo ante el esfuerzo al que le estaba sometiendo?
Como interesante
episodio que alivió un poco mi pesar, la visita a Cudillero, precioso pueblito
con un bello puerto y típicos establecimientos donde reponer fuerzas, cosa que
hice tomándome un bocadillito en uno de ellos. También pasé por la sucursal del
Banco Herrero de la localidad, donde
pude departir amigablemente un rato con mis compañeros a la vez que sacaba algo
de dinero.
La entrada en
Cudillero, obligatoria, también te obliga a tener que remontar subiendo penosamente
duras cuestas que transcurren por diversas callejuelas, siguiendo siempre las
indicaciones del Camino. Alguna lugareña de bastante edad me dio ánimos
mientras me indicaba la ruta a seguir.
Una vez retornado a la
carretera general, decidí no salir más de ella. Pero también hubo lugar para
una confusión. En lo que seguramente es una errata en la guía que llevé, por
otra parte error mío ya que se advierte que puede haber actualizaciones y se
recomienda su comprobación en una página web, yo, esperando la N634a, me salté
la salida correcta (N632) y ello me hizo discurrir por un viaducto vertiginoso
que tenía una altura considerable y que imponía una barbaridad. Cosa seria.
Resultó que tal elección hizo que desembocara en la entrada de un tramo de autovía,
obviamente prohibido para bicicletas, por lo que tuve que desandar lo andado
desde mi equivocación. Total, entre este error y la entrada en Cudillero,
invertí sobre unos 8 / 9 kilómetros más de lo previsible. Tampoco era nada
definitivo.
A la hora de comer,
como he dicho al comienzo del relato de la etapa de hoy, en Soto de Luiña, paré
en un bar atraído por el consabido reclamo del “menú del peregrino”, reclamo en
algunos casos un tanto fraudulento ya que el dichoso menú consiste en un plato
con algo de chacina y poca sustancia de verdadero provecho para un cuerpo que
está en constante ejercicio. La cosa es que hay que irse a algo a la carta más
razonable, y dentro de las escasas opciones que había pedí una ensalada
bastante nutrida y una carne guisada con patatas. Pues bien: la primera entró,
pero de la carne apenas pude ingerir un par de pequeños trozos.
Continué mal que bien,
y entre que eran las horas peores para pedalear y que no veía avance alguno en
aquel pedaleo decidí descansar. Traté de buscar un lugar adecuado en algún
sombrajo, que malamente encontré en un prado con cuesta. Allí desenrollé el
saco de dormir de mala manera y me eché un rato esperando que el reposo me
recuperara. No creo que sirviera de mucho, pero tras un rato allí tumbado volví
a “la faena”. Había que seguir.
Poco más que contar.
Más carretera y más sufrimiento en mi peor día. Primero el destino era
Cadavedo, donde estuve cerca de quedarme a pasar noche, pero no podía
permitírmelo si no quería perder la media necesaria para poder cumplir el
objetivo de llegar a Santiago en 8 días. Había que llegar hasta Luarca. La
carretera, ideal para trayectos en moto, era un calco de sí misma, con curvas
enlazadas a derecha e izquierda, zonas arboladas y donde se sucedían las
subidas y las bajadas.
Y Luarca llegó. Busqué
en cuanto pude un hotel medianamente decente y lo encontré, muy céntrico y con
buen precio -30 euros la noche por ser peregrino, dos estrellas-; lo que no
pude conseguir a esas horas, cerca de las 8 de la tarde, es a nadie que me
lavara la ropa y me la tuviera seca para la mañana siguiente. De hecho, me la
tuve que lavar en el lavabo de la habitación, tanto la del día como la del día
anterior que llevaba guardada sucia, y tenderlas utilizando ganchos elásticos a
modo de tendedero improvisado en la propia habitación.
Cuando hube acabado la
tarea, salí a dar un paseo y a buscar un lugar donde cenar; me llamó la
atención que no hubiera demasiada vida en los restaurantes. Luarca es una
localidad de primer nivel turístico que, imaginaba, tendría mayor bullicio. Por
lo que se ve, eso era antes. No por el bello pueblo, sino por la dura crisis,
seguramente.
En fin, lo bueno es que
encontré acomodo enseguida y, dentro de mis dudas gástricas, me pedí un
sándwich vegetal a la plancha –que me encanta- con una caña y… sólo pude
comerme medio.
Me fui al hotel y
conseguí conciliar el sueño sin mayor dificultad. Pero no estaba para escribir.
De hecho, esta crónica la estoy escribiendo pasadas dos semanas de ese mi peor
día en el Camino; entonces no tenía ni el tiempo ni la fuerza mental para hacerlo
entonces.
Una curiosidad: me
tropecé en el hotel con un “peregrino” con el que había coincidido en Comillas.
Él hacía el Camino andando. Nos quedamos mirándonos… yo empecé a balbucear… a
él le salió una risita nerviosa… hay tramposos en el Camino.
EL DÍA EN CIFRAS:
TOTAL KILÓMETROS DÍA:
85,48
TIEMPO INVERTIDO (Sin
contar paradas): 6 h.13’25”
VEL. MEDIA: 13,73 km/h
TIEMPO TOTAL INCLUYENDO
PARADAS: + 9 h.
KILÓMETROS TOTALES: 453
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