MI CAMINO DE SANTIAGO EN BICICLETA: LA RUTA NORTE (Bilbao-Santiago de Compostela)
1 al 8 de septiembre de 2012
El día fue bastante
distinto al de ayer; el terreno, mucho más escarpado, tuvo bastante que ver en
ello.
Madrugué bastante, y a
las 7:55 h. ya estaba sobre la bici y desayunado ¡menos mal que pillé un bar
abierto en Colunga!
El Camino se aleja de
la comunicación más directa por nacional, y te dirige por carreteras
secundarias con buen asfalto, cosa que tampoco daba la sensación de tener que
hacer más kilómetros. Pero una cosa es eso y otra que sea fácil. Ya desde el
inicio se veía que aquello iba a ser cosa de pocas bromas. Sensación de no
avanzar, mucho paisaje bucólico, y darse cuenta de que, a pesar de llamarse
Camino del Norte, ello no quiere decir que discurra paralelo a la costa. De
hecho, hoy fui bastante hacia e interior… para volver a la costa. Como
dificultad montañosa más importante, el Alto de la Cruz, antes de un pueblo que
se llama Peón (!), y que según la guía tiene 400 metros de altitud. La guía
marcaba 5,6 kilómetros pero a mí me salieron más de 7. Me tuve que bajar de la
bici, cosa que ya he aceptado sin complejos cuando la ocasión lo requiere.
Tampoco se va mucho más despacio…
Por fin, tras ese alto
y otro más suave llego a Villaviciosa. Allí me encuentro por casualidad con una
cliente del Banco, nos saludamos afectuosamente y compartimos un café. Me
cuenta que dejó la vida en Bilbao para irse a vivir con su chico en una aldea
próxima rodeada de silencio.
Tras ese paréntesis que
duraría unos 20 minutos o media hora, continúo perezosamente el trayecto, ya
asumido que el ritmo iba a ser muy flojo. En Villaviciosa se ha de tener sumo
cuidado con las indicaciones, ya que es muy fácil despistarse. Gracias a la
guía que llevo –menos mal que decidí meterla en el equipaje, a pesar del
sobrepeso- tenía indicado, punto por punto, cruce por cruce y referencia por
referencia qué es lo que debía hacer. Eso me obligó a parar no menos de 4 o 5
veces para cerciorarme de que todo iba bien. De todos modos, los parajes por
los que discurre el Camino en esta zona compensan los inconvenientes.
A partir de
Villaviciosa vino el Alto de la Cruz, que ya he comentado, y el otro. En más de
4 horas sólo había hecho ¡30 kilómetros! Media de 7 por hora.
Muy justito de fuerzas
llegué a Gijón, donde por motivos sentimentales de afinidad quise ir a sacar
unas fotos al estadio de El Molinón para mandárselas a mis hijos. Por cierto,
con la remodelación han desintegrado el encanto que tenía ese campo, ese sabor
a campo de fútbol de ley. Ahora es un centro comercial más, donde a veces se
celebran partidos. El diseño, con líneas angulosas y colores oscuros, no me
gustó nada. En fin, es una opinión.
Había que buscar un
sitio para comer. Eran como las dos y media. Me preocupé de seguir la ruta
marcada por la guía –muy bien otra vez- que por otra parte no presenta
dificultad, ya que sigue arterias principales de Gijón. La hora, la regulación
de los semáforos y el escaso tráfico permitieron que atravesara la ciudad con
cierta rapidez. Mientras tanto, iba mirando de reojo sitios donde podía pararme
a comer. Es curioso cómo, en el centro o en zonas aparentemente más nobles,
proliferan los establecimientos tipo franquicia, y en los arrabales los
bares-cafeterías con pinta de más añejos, clásicos, no sé cómo definirlos. Fue
en uno de éstos, una vez enfilada ya la salida hacia Avilés, donde di con el
sitio adecuado: tenían un menú con macarrones, condición “sine qua non” para
que parara.
Resultó que pude comer
tranquilo mientras no perdía de vista a la bici, aparcada en la acera, y
tuvieron la amabilidad de prepararme de 2º plato un par de filetes de pechuga
de pollo, que no entraban en el menú. A estas alturas, ya he llegado al convencimiento
de que la alimentación es crucial para que tengas un día bueno.
Bien, después de
despedirme la cosa era fácil: 18 o 20 kilómetros hasta Avilés tranqui-tranqui y
a descansar. Pero a la altura del cruce con la carretera de Luanco (de hecho,
100 metros más allá) una atracción irresistible tiró de mí para tomar esa
dirección. ¿Por qué? Porque por allí se va al Cabo de Peñas, lugar paradisíaco
que había visitado hacía muchos años y que quería volver a ver. Al atravesar
las penalidades de la mañana me había dicho que iba a ser en otra ocasión, pero
empecé a contemplar otras posibilidades (alojarme en Luanco e ir en taxi ida y
vuelta -16 kilómetros- al Cabo de Peñas…) y, como es habitual en mí, iría
improvisando a medida que se acercara el momento de decidir.
La carretera, que
también va a Candás, es mala para el cicloturista: el arcén está sucio; los
coches, abundantes, van a mil por horar, se suceden las rampas con doble carril
y también hay túneles… una miseria, vaya.
Pero fui, piano piano,
no tenía otra cosa que hacer (empiezo a sentirme una especie de Forrest Gump en
versión ciclista) y aparentemente había horas suficientes de luz. No obstante,
iba fijándome en los diferentes y numerosos hospedajes, alojamientos, hoteles,
casas rurales… esa zona tiene una oferta más que numerosa.
Con más pena que gloria
conseguí llegar al Cabo de Peñas, tras creo que unos 20 kilómetros desde que
había tomado el desvío. La vista mereció la pena. La inmensidad del mar en
estado puro –y eso que estaba tranquilo-, el no poder abarcarlo con la mirada,
el sonido de las olas… hay que vivirlo para sentirlo. Hice un montón de fotos y
algún pequeño vídeo, y me dispuse a volver. Como había visto una señal de 16
kilómetros a Avilés desde un punto distante 2 kilómetros, todo en bajada, desde
el Cabo de Peñas, pues me dije: adelante. Y la ruta fue bastante más benévola,
con toboganes pero sin esas penosas cuestas interminables, y sobre todo por una
carretera (la que va por Verdicio) mucho más bonita, amén de menos transitada.
¡Hasta mañana!
EL DÍA EN CIFRAS:
TOTAL KILÓMETROS DÍA:
102,53
TIEMPO INVERTIDO (Sin
contar paradas): 7 h.44’16”
VEL. MEDIA: 13,25 km/h
TIEMPO TOTAL INCLUYENDO
PARADAS: + 11 h.
KILÓMETROS TOTALES: 367,4
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