Bilbao, estación de Abando. Paso junto al andén y viejos poderosos recuerdos
me vienen a la mente. La estación es punto de partida o de llegada, anclaje de
sensaciones que nunca se han ido de la mente: la sensación de desarraigo, la
sensación de soledad. La sensación de estar uno solo frente al mundo, y también
la posibilidad de abrirse camino en la vida si uno toma uno de esos trenes de
largo recorrido.
Abando me da la impresión de que siempre estará ahí; uno vuelve de vez en
cuando, y las sensaciones vuelven a aparecer. Fugaces o perennes, aromas que
contaminan el espíritu o que evocan tiempos pasados de zozobra (ese éxodo
incierto al servicio militar, esa autoafirmación de la propia identidad cuando, con diecisiete
años, salí de casa buscando un eventual futuro académico y una cierta madurez).
La estación, en fin, es metáfora de cuanto la vida tiene de punto de paso, de
inicio y de llegada, de decisiones y de encuentros, de desencuentros también.
Metáfora de la vida.
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